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Zahorí III. La rueda del Ser. Camila Valenzuela
Читать онлайн.Название Zahorí III. La rueda del Ser
Год выпуска 0
isbn 9789563634044
Автор произведения Camila Valenzuela
Серия Zahorí
Издательство Bookwire
An Mhumhain, 1313
El bosque se hallaba sumergido en la bruma. Los árboles parecían de una consistencia distinta a la habitual, como si la niebla fuera capaz de volverlos etéreos. Al igual que Bahee, su madre, ella podía ver el lado oculto de la vida y la muerte: era el mismo bosque de siempre y aun así, diferente. Había colores que antes no estaban, ecos que antes no se escuchaban. “Ostara”, pensó al mismo tiempo que se hizo consciente del pasto húmedo bajo sus pies desnudos. No sabía hacia dónde se dirigía; una fuerza mayor que ella la arrastraba, la movía hacia un punto determinado. Su vestido se deslizaba sobre la tierra mientras daba pasos reservados, cortos como su respiración. Pero, si era Ostara, ¿no debería sentirse en completa tranquilidad? El equinoccio de primavera representaba un tiempo de equilibrio; en cambio, la energía que la empujaba era pura incertidumbre y nerviosismo. No podía ser real. Entonces, Máira comprendió que estaba dentro de un sueño. Quizás una premonición.
Se dejó llevar por el viento y el rumor de las hojas. De a poco, el sonido del bodhrán comenzó a ser cada vez más cercano. El ritmo aceleró sus pasos, su corazón, hasta llegar a un amplio borde de río. Los colores tenues y solares se transformaron en una sola luz cenicienta, proyectada por la luna llena. Ahí, cerca del agua, los clanes celebraban el inicio de la primavera. Y en esta ocasión, sin la ayuda de una energía externa, decidió caminar hacia ellos. Podía sentirlo: algo o alguien la invocaba.
La gente reía, bebía, bailaba, celebraba. Máira, que se sabía dentro de un sueño, solo se dedicó a observar. Caminó entre personas fantasmales y conversaciones que tal vez, en algún momento, se harían realidad. A diferencia de los demás, ella nunca soñaba simplemente porque sí. Siempre había una razón y, esta vez, también la descubriría. No veía a sus hermanas por ninguna parte, ni siquiera a Aïne que tendía a estar presente en todo momento. Pensó que tal vez debía encontrarlas primero para poder descifrar el significado del sueño, así que se mezcló aún más entre la gente. Miró hacia un lado y el otro; adelante, atrás, pero no logró encontrarlas. Solo cuando vio unos ojos oscuros pasar frente a ella, entendió que no era a sus hermanas a quienes debía conocer esa noche, en ese sueño.
Primero fue una mirada fugaz. Después, una sonrisa forastera. Los clanes elementales se caracterizaban por ser precavidos y desconfiados del mundo externo, así que, en sus dieciséis años, había visto solo un par de gestos mortales, pero nunca algo así. Nunca esa alegría, esa ternura. Sus ojos intentaron seguirlo, pero se movía con demasiada rapidez como si tal vez no quisiera ser encontrado. Un sueño como ese en una noche como Ostara no podía indicar más que buenos presagios. Se arrojó dentro del sueño sin restricciones, creyendo que así podría descubrir a quién pertenecían esos ojos, esa boca. Jugar su juego para entrar en él.
Tomó un vaso y bebió un trago de vino que le pareció demasiado ácido. Se dejó llevar por el ritmo del tambor y la luz de la luna, con la sensación de que era el sueño más vívido que había tenido jamás. Entonces, aparecieron esos ojos de nuevo, acompañados por una sonrisa que la llenaba de felicidad. ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo podía sentirse así por alguien a quien ni siquiera conocía y además en un sueño? El joven, que parecía ser de su misma edad, se le acercó. No le habló con palabras, pero sí lo hizo con sus ojos negros, sus dientes demasiado blancos para ser reales. “Un nombre”, le decía, “solo un nombre”. Máira lo miró detenidamente intentando comprender a qué se refería. Llevaba los colores de Ostara: una chaqueta de lino dorado y pantalones verdes. Al igual que ella, andaba descalzo. “¿Quién eres?”, le preguntó. “Un nombre, solo un nombre”, repitió él.
Jugar su juego para entrar en él.
“Máira”, dijo y apenas lo hizo, él la abrazó y ella sintió que caía y volaba al mismo tiempo que lloraba y reía, que era y no era. Sintió recuperar algo perdido, soltar aquello que no le servía, revivir. Entendió, por primera vez, el verdadero significado de una celebración como Ostara: un tiempo de abundancia y expectación. El renacimiento. La vida llegó a ella en un abrazo.
De pronto, la voz de Aïne se oyó a lo lejos.
Lo soltó con apuro, sabiéndose contra el tiempo. Necesitaba ver por una vez más sus ojos negros para averiguar, quizás a través de esa conexión, quién era y por qué había llegado hasta ella en sueños. Pero apenas lo hizo, él ya no estaba ahí. El ritmo del bodhrán no se escuchaba, la gente había desparecido. La noche le pareció grisácea y fría, muy diferente a unos segundos atrás.
Cuando abrió los ojos, él ya no estaba ahí.
Pero Aïne sí.
La luz de la luna encontraba reflejo en los ojos de su hermana mayor, que la miraba desde la esquina de la cama:
—An bhfuil tú ceart go leor?6 –le preguntó y Máira asintió–. Tá tú ag caint ina chodladh7.
Corrió las mantas hacia atrás y se levantó de la cama. Por alguna extraña razón, se sentía turbada. El sueño en sí había sido agradable, pero no le gustó como acabó.
No le gustó la sensación de frialdad que sintió al final ni tampoco que hubiese sido Aïne quien la despertara. Cuando sus sueños terminaban así, abruptamente, nada bueno podía esperar de ellos.
Máira le habló entre murmullos para no despertar a las demás, que dormían en las camas continuas:
—Gá dom a fháil amach8.
Tomó una de las mantas que estaban sobre la cama y salió del crannog.
La noche primaveral la recibió con un aroma dulce. Los preparativos para celebrar Ostara estaban casi listos, a excepción de la comida que sería preparada en unas cuantas horas más. En festividades como esas, alegres y llenas de abundancia, incluso permitían que el clan de fuego participara activamente, no solo en la celebración, sino también en las vísperas.
Inspiró hondo, cerró sus ojos y lo primero que vio fue a ese joven. “Un nombre, solo un nombre”, le había pedido, pero ella nunca se lo dio. “Fue un sueño. Nada más que un sueño”, se recordó a sí misma. Entonces, ¿por qué no podía sacar de sí la sensación de que, más que eso, se trataba de una premonición?
—Cad é go Trioblóidí tú, deirfiúr? 9–dijo Aïne que ya estaba junto a ella–. Tá a fhios agat gur féidir leat muinín dom10.
Aïne podía ser dura con muchos, con casi todos, pero jamás con ella. A diferencia de sus hermanas mayores, Máira tuvo que crecer sin Kene ni Bahee, así que fue su hermana quien se hizo cargo. Siempre fuerte, siempre presente. Aïne era como el roble que todos los celtas veneraban: símbolo de resistencia y poder.
Máira le contó su sueño, pero evitó mencionar que más bien lo sentía como una premonición. Le habló sobre el joven de ojos negros que le pedía un nombre y no pudo contener una sonrisa. Aïne la miró asustada.
—Mar gheall ar aoibh gháire tú? Ná. Is féidir aon rud maith a bheith ag súil ó dhaoine11 –le dijo y en seguida, Máira intentó suprimir cualquier gesto de su cara.
Quería decirle que quizás él era diferente o que, al menos, se veía diferente, pero sabía que no conseguiría nada porque Aïne sentía total aversión hacia los mortales. Entendía la desconfianza de su hermana: a diferencia de ella, que era muy pequeña cuando Kene y Bahee murieron, Aïne ya era una mujer. Y como tal, recordaba todo. Albergaba dentro de ella el color de la sangre y la intensidad del fuego. No por nada había decidido excluir a Ciara y a su clan de las actividades elementales. Aïne podía ser el roble en la cotidianidad, pero en el fondo, solo Máira conocía el miedo que habitaba dentro de ella; solo Máira conocía su miedo a perderlo todo.
—Níos mó ná aisling, is cosúil sé ar cheann de do premonitions12 –continuó y Máira tuvo que tragar las palabras que querían salir de su boca: que sí, que ella también lo sintió de esa forma, que probablemente ese joven existe y está por ahí, esperando por un nombre, solo un nombre. En cambio, le preguntó:
—Mar