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Zahorí III. La rueda del Ser. Camila Valenzuela
Читать онлайн.Название Zahorí III. La rueda del Ser
Год выпуска 0
isbn 9789563634044
Автор произведения Camila Valenzuela
Серия Zahorí
Издательство Bookwire
—¡Oye! –le gritó antes que tomara mucha distancia.
Blyth volvió hacia ella y la miró con sus ojos negros. Por un momento se arrepintió de haber gritado:
—No vuelvas a hacer eso –le dijo, esta vez más despacio.
El oscuro no dijo palabra, solo continuó su camino. El resto del trayecto hacia la casona, lo recorrieron en silencio. No supo qué pasaba por la cabeza de Blyth, pero tenía claro que ya no era un oscuro más; podía esperar cualquier cosa de él.
Quizás no la volvería a atacar de esa forma.
Quizás no tendría otra advertencia.
***
La casa de Mercedes Plass había muerto con ella. Las paredes del living-comedor eran una mezcla de madera, polvo y escombros. Luego de haber recorrido el sector de los ríos y, ahora, estando ahí dentro, Celina entendió que solo quedaban las ruinas del antiguo esplendor elemental.
No existía una sola persona de Puerto Frío que no hubiera sido poseída por los espíritus liberados y Celina reconoció varias caras que ejercían distintas labores dentro de la casa. Algunos tiraban cajoneras y muebles abajo, probablemente buscando pistas; afuera, otros hacían encantamientos que sirvieran como aviso frente a la llegada de cualquier elemental. Los menos, solo destruían como si con ello pudieran liberar algo del rencor y dolor acumulado con el paso del tiempo.
Sintió una mano fría como la muerte alrededor de su antebrazo:
—Vamos, hija del fuego negro –le dijo Blyth–; no es momento para mirar.
La guió hacia el ala izquierda de la casona. Pasaron por varias salas distintas que no recibieron el impacto del ataque. En ellas se podían ver revistas antiguas, una vitrola, algunos tazones vacíos. El tiempo detenido, la vida detenida. Celina tuvo una extraña sensación de familia, calor y hogar. Y se sintió igual de vacía que el resto de la casona.
Al final del pasillo una gran puerta de madera se encontraba cerrada. Blyth dio un solo golpe. La puerta se abrió por sí sola, en un quejido que incluso a ella le pareció siniestro. Celina entró justo detrás del sluagh. La oscuridad reinaba dentro de la biblioteca. Faltaba poco para el amanecer, aunque probablemente los rayos del sol no volverían a tocar el sector de los ríos en mucho tiempo más.
La sala, que bajo el alero de Mercedes Plass debió haber sido un espacio perfectamente ordenado, estaba llena de libros tirados; abiertos y cerrados, de cara y lomo. Una de las mesas figuraba de patas sobre el piso, mientras las otras apenas se veían entre tantos ejemplares. “Seguro An Damnaigh dio vuelta la biblioteca buscando los Anales del clan de Agua”, pensó. Y seguro las elementales se lo habían llevado.
Había un olor incómodo. Así debía oler el miedo. Se sorprendió a sí misma cuando entendió que, dentro de ella, aún quedaban pequeños espacios de temor que solo habitaba An Damnaigh.
—Mi mano derecha, mi mano izquierda –dijo una voz lúgubre desde el fondo de la biblioteca.
Era él.
No lo había visto durante la liberación. Solo alcanzaron a ver sombras que salían eufóricas desde el pentagrama de sangre, pero nada más. En realidad, nunca había visto directamente a An Damnaigh.
Creía que ahora también se encontraría con esa sombra pero, poco a poco, una figura masculina se delineó en la oscuridad de la noche. Se trataba de un hombre de no más de cuarenta años; no tenía idea quién era, jamás lo había visto en el pueblo. Entonces, Celina se preguntó si tal vez no sería el verdadero An Damnaigh; su cuerpo original. Después de todo, si Cayla fue capaz de sobrevivir con su cuerpo e ir cambiándolo de forma a su antojo, no veía por qué el señor de todos los oscuros no podría haberlo hecho.
Blyth fue donde él, tomó su mano derecha y se arrodilló. Entonces, An Damnaigh estiró su mano izquierda en dirección a Celina. Pero ella no lo haría; ella no se arrodillaba ante nadie. Caminó hacia él y tomó su mano, pero se mantuvo de pie. A pesar del miedo, logró sostener los ojos sobre los suyos brevemente. No supo si estaba en lo correcto, pero creyó ver algo similar a una sonrisa.
An Damnaigh le hizo un gesto a Blyth para que se levantara.
—Es el tiempo de la oscuridad –dijo con voz de agua turbia, mohosa–. Es el momento de actuar. Ustedes verán cuando mis ojos sean ciegos y escucharán ahí donde mis oídos no lleguen.
—¿Por qué nosotros? –preguntó Celina y Blyth la miró de reojo.
—Aparte de mí, Blyth es el único que recuerda quién fue alguna vez. Eso le da ventaja frente a los otros espíritus y lo fortalece para combatir a las elementales.
—¿Y yo?
—Tú eres más inteligente y poderosa que otros, dos cualidades que necesito a mi lado.
—¿Qué quiere que hagamos, señor? –preguntó Blyth.
— Las elementales se escaparon, quiero que vayan tras ellas.
—Comenzaré hoy mismo la búsqueda, señor. La noche es nuestra, será más fácil hallarlos.
—Estás loco si piensas que se van a quedar juntos –le comentó Celina a Blyth, pero fue An Damnaigh quien habló:
—¿Por qué lo dices, hija del fuego negro?
—Se van a separar. Si los atrapamos a todos juntos, ganamos. Eso seguro lo saben, así que van a tomar caminos separados. Puede que incluso ya lo hayan hecho.
—¿Cuántos grupos?
—No lo sé, pero imagino que uno irá tras el talismán de fuego y otro intentará juntar al resto de los clanes.
An Damnaigh soltó una risa irónica, casi tan terrible como él.
—Blyth… –dijo una vez que la risa terminó–, el humano conoció bien a las hermanas. Necesito que veas en tu interior cómo podrían estar conformados esos grupos.
Blyth asintió y cerró sus ojos, pero Celina se le adelantó:
—Seguramente, mandaron a la elegida de tierra a negociar con los otros clanes; Littin no se despega de ella; como tienen que ir con alguien que conozca a los otros hijos del fuego perdido, también irán Vanesa y Emilio.
—Bien. Entonces, el segundo grupo estaría conformado por las buscadoras del talismán.
—Y nadie mejor que Luciana y Manuela para eso.
—¿Qué pasará con la elegida del agua y su enviado?
—Posiblemente viajen con ellas dos: Marina puede moverse astralmente y León tiene experiencia, lleva años peleando contra nosotros.
Celina no supo hacia dónde miraban los ojos negros y sin pupila de An Damnaigh. Caminó hacia una de las ventanas y se quedó de espaldas a ellos por unos segundos. Finalmente, se volteó y dijo:
—Blyth, tú irás tras las buscadoras; Celina, tú te encargarás de los negociantes.
—Yo puedo hacerme cargo del primer grupo –dijo esperando que fuera ella quien pudiera ir tras León y no Blyth; no lo quería en manos de An Damnaigh–: conozco mucho mejor…
No pudo terminar. El señor de la oscuridad se le acercó, levantó suavemente su mentón con el dedo índice y le dijo:
—Conozco tus miedos más profundos, hija del fuego negro, y no los quiero en esta guerra: irás tras los negociantes y Blyth irá por los buscadores.
No tuvo otra opción más que afirmar con la cabeza.
An Damnaigh soltó su mentón y volvió a quedar frente a los dos. Con el semblante vacío y su voz grave, habló por última vez:
—Los quiero a todos muertos,