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podía aterrizar el ascua de una pipa o las virutas de un tallista, y calculaba dónde caería y cómo rodaría hasta el rincón, estoy seguro, cada dama cuando el tablero se volcaba, como a menudo sucedía si era Jenkins quien jugaba. Jenkins. Espera, había un tipo… Sin embargo… el gato de Kick lo sabía todo sobre la estación. Sabía dónde caía la mayoría de la luz, y de qué se hablaba, y hacia dónde iba el humo. Me juego lo que sea a que sabía, incluso, cuántos copos revoloteaban hasta el fogón cuando Kick entraba. Se hacía una bola sobre un trozo de lienzo debajo de un banco y se tapaba el hocico con la pata. A veces suspiraba y sorbía en sueños, y a veces roncaba.

      No es verdad.

      Es un hecho. Si tuviésemos tiempo podría enseñarte dónde arañó varios ladrillos tal como he dicho que era capaz de hacer.

      ¿En serio?

      Claro.

      No es verdad.

      ¿Has visto alguna vez a un gato estirarse? Los gatos saben lo que es vivir.

      Lo sé.

      En eso los gatos nos dan mil vueltas. Aunque Brackett Omensetter…

      Lo sé. ¿Se quedaba allí todo el tiempo, en la estación, me refiero? ¿El gato de Kick?

      No dormía allí con la frecuencia suficiente como para decir que vivía allí, ya que algunas veces se quedaba fuera con un tiempo malísimo. En mitad del invierno me encontraba sus huellas en lugares extraños, y en invierno sobre todo mantenía sus hábitos en secreto. Luego te cuento eso.

      ¿Tenía nombre el gato de Kick?

      ¿Nombre?

      Sí, nombre. Como Isaac, quizás, o Brineydeep.

      Santo cielo. Brineydeep.

      Si tuviese un gato lo llamaría Brineydeep o Isabel.

      Creí que habías dicho que tenías gato.

      Solo lo he dicho. Si tuviese un gato sería igual de grande que un poni y tendría el rabo largo. ¿El gato de Kick tenía el rabo largo? El mío lo tendría, y cuando lo tuviera, lo llamaría Bigotes en vez de Brineydeep.

      No te sigo.

      ¿Cómo se llamaba el gato de Kick? La tortuga de Molly se llama Sam, se está muriendo.

      Se llamaba el gato de Kick.

      Si no tenía nombre podrías buscarle uno. Conozco a un niño al que le borraron el nombre y desapareció para siempre. Casi para siempre. Incluso más tiempo todavía. Acabas capum, ya sabes, ¡capum!

      ¿Qué le pasó?

      Se volvió invisible para que nadie lo viera.

      ¿Nadie?

      Solo los árboles. Cosas así.

      ¿Quién te ha contado eso?

      Un hombre. ¡Capum! ¡Acabas capum!

      Un mono.

      Puede que un mono. Oye. ¿Cuál era el nombre del gato de Kick?

      El gato de Kick.

      ¿Tal cual?

      Tal cual.

      ¿Por qué?

      Pues porque el gato era suyo.

      Seguro que lo sabía todo sobre trenes y estaciones.

      Lo sabía todo sobre trenes y estaciones.

      Seguro que sabía cuándo llegaban los trenes a Chicago, Illinois.

      Sabía cuándo los trenes hacían cualquier cosa.

      Seguro que era más feroz que nada, como un pavo.

      Los pavos no son muy feroces.

      Yo tengo pavos. Te gluglutean.

      Bueno, el gato de Kick era mucho más feroz.

      Seguro. Seguro que podía volar.

      Pues claro que no podía.

      Podía.

      No.

      Por la noche. Por la noche sí.

      Vaya, pero quién conoce al gato, chico, ¿tú o yo?

      Cuéntame cómo lo sabía todo sobre trenes y estaciones.

      ¿Vas a escuchar o vas a hablar?

      Quiero que sea una historia larga.

      Es una historia larga.

      No te dejes nada.

      Yo nunca me dejo nada.

      ¿Es buena y larga? Las buenas historias son largas.

      Bueno, así deberían ser, en cualquier caso. Bien, veamos: el gato de Kick lo sabía todo sobre trenes y estaciones. Podía galopar por un raíl como si estuviese de paseo y cruzar brincando las vías sin mover ni una carbonilla del balasto. Se posaba en los caños y se dejaba caer de sopetón en los arcones vacíos para arañar y olisquear la madera de la ciudad. Cuando había un tren parado marchaba por los vagones, con el rabo esponjado y enroscado por encima del lomo, frotándose contra los pasajeros y ronroneando cuando ronroneaba, con un ronroneo bajo y profundo, como el de un tractor. Los pasajeros le daban de comer: cacahuetes y galletitas y caramelos y fruta y a veces el centro de sus sándwiches. El gato de Kick odiaba el pan. Eso te lo tengo que contar. Le venía de la vez en que unos chicos estúpidos lo encerraron en el lavabo cuando el tren se iba. Se llamaban Frank y Ned y Harry y eran unos chicos estúpidos que jugaban a ser bandidos. A esta historia la llamo la historia de la feroz venganza del gato de Kick, o a veces la llamo la historia de los chicos que jugaban a ser bandidos. Depende del final al que llegue.

      Caray.

      En cualquier caso, el gato de Kick odiaba el pan. Lo lamía hasta dejarlo limpio si traía taquitos de jamón, pero luego enganchaba la rebanada con una garra y la tiraba por debajo del vagón. Se comió el relleno de montones de sándwiches, ahora que caigo.

      Los gatos odian la fruta.

      El gato de Kick no. No era un gato común, ¿no te lo vengo diciendo?

      Yo odio el pan.

      Tú no odias el pan.

      Que sí.

      No lo odias.

      El gato de Kick odiaba la leche.

      Le encantaba la leche. Le pirraba. Se bebía más de doce litros al día.

      No hacía eso.

      Puede que más. No sabría decirte.

      ¿En serio?

      Es una costumbre que tienen los gatos. Les tiene que encantar la leche y el pescado y perseguir ratones y pájaros. De lo contrario no son gatos. Es lo que se llama una ley de la naturaleza.

      Yo odio el helado.

      No lo odias. Pero eso me recuerda al viejo doctor Orcutt.

      A la porra los doctores.

      Ah, pero Orcutt era especial. Tenía una barba preciosa.

      A la porra las barbas. ¿Se llamaba así de verdad?

      ¿Orcutt? Pues claro. Y puedes apostar a que estaba al tanto. Pero contaba unos chistes maravillosos sobre sí mismo. Señor. Hubo una vez, bueno, es la historia que yo llamo la historia de la amigdalectomía de saldo.

      No quiero oírla.

      Es divertida.

      Si va de amígdalas no es divertida.

      Me he acordado por lo de los helados. Piénsalo de ese modo.

      Mi gato odia la leche.

      Tú no tienes gato y si tuvieras uno no odiaría la leche, y si odiara la leche sería un castor y te partiría en dos de un bocado igual que a un leño.

      El

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