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el tronco y acalló sus susurros. Empujó los matorrales bajos hasta que dejó de ver los sicomoros. Era frondosa esta parte del bosque. Apartó las ramas con los brazos. Antes de marcharse Brackett Omensetter se había ocultado detrás de su rostro y hecho de su espalda un muro. Aquel hombre había sido un milagro. Lo había sido, exclamó Henry con rabia. Un milagro. Uno imposible de creer. Y, como todos ahora, se defendía del mundo. Un milagro no, un hombre, con máscara de hombre y muro de hombre. Henry rio entre dientes, desabrochándose el cinturón del abrigo. Tiró de él. Era una prenda fuerte. Sus lágrimas acumuladas manaron. Si Brackett Omensetter hubiese poseído en algún momento el secreto de cómo vivir, no lo habría sabido. Ahora la diferencia estaba en que… ya sabía. Al final todo el mundo se las había arreglado para decírselo, e igual que todos ahora se preguntaba en qué consistía. Como todos. Henry se secó los ojos. No busques a Henry aquí, querida, se ha ido. Rebosa estupidez, y a matar un zorro que se fue. Pero yo no moriré tan abajo como lo hizo él, pues yo podría decorar un árbol como las hojas de un arce. No. Tendría que ser alto. Un roble blanco quizá, con sus amplios lóbulos. Había belleza en el juego de palabras: dar el adiós
1. Aunque no sería una ascensión fácil para un hombre que hasta hace poco había estado enfermo. Aun así el sol lo alcanzaría temprano y se quedaría el día entero, el viento soplaría apacible. Tendría que parecerse a saltar al mar. Pasó junto a los cerezos y junto a los tupelos nombrándolos en voz alta. Él era el Adán que los recordaba. Las lágrimas sin embargo regresaron. Cuánto lo sentía todo. Cuánto lo sentía por Omensetter. Cuánto lo sentía por Henry.
1 El juego de palabras se hace aquí intraducible: leave-taking (despedida), encierra la homonimia del verbo leave (‘marcharse’, pero también ‘dejar/abandonar’, y también ‘echar hojas’) sumada al verbo take: ‘coger’, ‘tomar’.