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haberlo homenajeado en vida.

      La autoridad no era estable, podía desaparecer en el mundo romano.

      Al caer la República a manos de un dictador, Julio César, se disolverá el Senado, aquella institución autorizada para legitimar las decisiones del pueblo. La esencia del sistema republicano residía en el debate libre del Senado, con los ancianos tomando el liderazgo, sobre los problemas del día. Esto fue abolido por César. El mundo del dictador era uno en el que no había lugar para consilium y auctoritas (Hellegouarc’h, 1972, p. 44).

      El propio funcionamiento del Senado se fundaba en la autoridad de sus miembros. Se consideraba que quien hablaba en primer lugar tenía más autoridad, ya que podía, por ese mismo motivo, influir sobre todo el desarrollo del debate. La caída de su autoridad no fue totalmente atribuible a César sino, en parte, a la propia institución, dado que los senadores a menudo no estaban bien preparados para su responsabilidad o, también, porque eran fáciles de presionar para dejarla de lado. Algo que no parece haber desaparecido en el mundo actual.

      El concepto de autoridad que nació en el Senado romano y se extendió a padres y patrones más tarde llegó a otros varones como médicos, filósofos, sabios, jurisconsultos: todos aquellos que pudieran complementar lo que a otros les hiciera falta y se hicieran responsables de sus saberes.

      ¿Qué podía minar la auctoritas? Cometer actos considerados indignos y, también, atentar contra la confianza, la fe y la lealtad (fides) depositada en la persona autorizada. Si la clientela –que conocía de cerca al patricio– confiaba en él, también podría hacerlo el pueblo romano. Romper esa confianza haría perder valor a su nombre –no solo a él, sino también a toda su familia– y suponía caer en desgracia. El buen nombre era un valor que aún se sostiene hoy y cuya pérdida se derrama sobre la familia. De hecho, hay quienes logran cambiar su apellido cuando un familiar comete crímenes.

      A lo largo de este análisis del concepto de auctoritas he recurrido a una autoridad, la de los diccionarios. Me parece interesante considerar si esta se mantiene o no.

      1. RAE, http://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=gravedad, consultado el 08/03/2016.

      Sobre la autoridad de los diccionarios

Escena IIIRecuerdo la dificultad que me producía consultar un diccionario, con manos pequeñas, cuando en la escuela nos pedían que investigáramos el significado de algunas palabras. Eran libros grandes, de muchas páginas, que estaban en todas las casas, incluso en aquellas que no tenían bibliotecas. Y, en aquellas en que sus ocupantes no eran creyentes, ocupaban el lugar de la Biblia. No solo eran libros voluminosos, eran muy respetados y consultados en todo tipo de debates; también ayudaban a encontrar la palabra esquiva para resolver crucigramas y resolvían discusiones jugando al Scrabble.

      Los diccionarios, las enciclopedias y los diccionarios enciclopédicos tuvieron una larga época dorada en la que gozaron de una indiscutible autoridad. María Elena Walsh escribió en su Vals del diccionario que agradecía la ayuda recibida para “hacer versos por casualidad” y reconocía el asombro que le generaba con la “fábula de la verdad”. No se trataba de cualquier diccionario, sino de uno muy popular, el Pequeño Larousse Ilustrado.

      autoritario, ria

      1. adj. Que se funda en el principio de autoridad.

      2. adj. Que tiende a actuar con autoritarismo. Apl. a pers., u. t. c. s.

      3. adj. Partidario del autoritarismo político. Apl. a pers., u. t. c. s.

      4. adj. Propio de la persona autoritaria.

      5. adj. Dicho de un régimen o de una organización política: que ejerce el poder sin limitaciones.

      Definiciones que, a mi criterio, no aclaran nada a quien no tenga alguna idea previa… o siga buscando.

      Hoy, ha pasado el tiempo sobre diccionarios y enciclopedias en papel; asistimos a su pasaje al CD, al DVD y también fuimos testigos de su liberación en la web. Durante ese proceso, ¿se autorizaron o se desautorizaron? ¿O bien algunos se desautorizaron y otros se autorizaron? ¿Cuáles? Con la ayuda de un experto, demos un rodeo por la historia de los diccionarios.

      En su origen, ellos surgieron con el propósito de explicar las palabras para que las personas pudieran encontrar los significados de aquellas que no conocían o de las que no tenían certeza. Se estaban instituyendo las lenguas y esos textos tenían la misión de enseñarlas y corregir su uso. Los primeros textos fueron glosarios en los que, como señala López Facal (2010), no faltaban los atravesamientos de género. Es el caso del de un contemporáneo de Shakespeare, Robert Cawdrey, que explicaba términos latinos incorporados al inglés que operaban como hard words a las señoras, gentiles damas u otras personas incompetentes. Los varones que estudiaban latín no tenían ese problema, estaban autorizados; las mujeres que requerían esta ayuda, desautorizadas, pero el glosario se autorizaría a sí mismo por compensar esa deficiencia, en el significado latino de auctoritas.

      No puedo dejar de subrayar el lugar que ocupó el latín como lengua autorizada y autorizante en el ambiente académico. Un ejemplo que he trabajado en otro texto es el de la Psychopathologia Sexualis de Richard von Krafft Ebing, publicado en 1886, fundante de la sexología y de la “normalidad” sexual. Su título se escribió en latín para otorgarle autoridad científica. Utilizar el latín también cumplía otra función que el autor aclaraba en la introducción:

      Las páginas que siguen se dirigen a los hombres que quieren profundizar estudios sobre ciencias naturales o jurisprudencia. A fin de no incitar a los profanos a la lectura de esta obra, el autor le dio un título comprensible solo para los sabios y consideró su deber utilizar tanto como fuera posible, términos técnicos. Por otro lado, consideró positivo escribir en latín algunos pasajes que serían demasiado chocantes de haber sido escritos en lenguaje vulgar. (Krafft Ebing, 1886).

      Del lat. vulgus.

      1. m. Común o conjunto de la gente popular.

      2. m. Conjunto de las personas que en cada materia no conocen más que la parte superficial.

      3. m. germ. mancebía (casa de prostitución).

      adv. vulgarmente

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