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futuro Varón. Todo el texto se centra en el Príncipe y en quienes quieran emularlo para pertenecer a su corte o a las cortes. Las buenas costumbres varoniles se denominaron “caballerosidad”, siendo los caballeros quienes podían acceder a la corte. ¿Cuánto de esto sobrevive? Todavía hoy se encuentran varones adolescentes educados en la idea de que deben ser “caballeros”, es decir, personas que compensen la “debilidad” femenina con su supuesta fortaleza. Lo que resulta dramático es que, no pocas veces, detrás de algunos supuestos “caballeros” aparecen varones incapaces de dominar sus impulsos agresivos que terminan con la vida o la salud de sus parejas. La caballerosidad barniza, pero no cambia. Un varón violento puede seguir abriendo la puerta o dejar el lado de la calle para la mujer que lo acompañe sin que eso lo inhiba de abusarla y, aún más, la confunda con gestos considerados propios de alguien controlado.

      1. RAE, http://dle.rae.es/?id=3XgqUmc, consultado el 30/10/2017.

      2. RAE, http://dle.rae.es/?id=b8Dlz29, consultado el 30/10/2017.

      3. RAE, http://dle.rae.es/?id=bpKcL8X, consultado el 10/03/2015.

      4. Este tema lo he desarrollado en Di Segni, S. (2006). Adultos en crisis / jóvenes a la deriva. Buenos Aires: Noveduc.

      Auctoritas, auctoritatis

Escena II En Ercolano, un adolescente y sus amigxs se ganan unos euros mostrando a lxs turistas una casa romana. El joven se detiene en la zona donde el Patrón romano recibía a sus clientes, cada mañana. Cuenta que el día comenzaba con la visita y la muestra de respeto al hombre cuya protección buscaban otros varones libres y quizás más ricos que él para conseguir alguna ventaja personal o política. Antonio, así se llama el joven y entusiasta guía, vive en Nápoles y seguramente sabe que la mafia sigue manejándose con normas semejantes, que esas muestras de respeto a la autoridad de algunos no han desaparecido.

      Apelemos a la autoridad de los diccionarios. El Diccionario etimológico de Corominas define “autoridad” como forma derivada del término “autor”:

      Autor, 1155, tomado del latín auctor, -oris, creador, autor, fuente histórica, instigador, promotor, deriv. de augere, aumentar, hacer progresar. Deriv. Autoridad, 1ª mitad del siglo XIII, lat, auctoritas,-atis, autoritario, autoritarismo, autorizar, princ. S. XV, autorización, 1703 (Corominas, 1967, p. 73).

      En España, el término “autoridad” aparecería escrito a mediados del siglo XIII, mientras que “autor” habría aparecido un siglo antes. Un aspecto central es que ambos términos derivan de augere, que en latín significa “aumentar, hacer progresar”. Pensándolo hoy, ¿qué tienen que ver estas acciones con la autoridad? Según Hellegouarc´h, que se ha ocupado del nacimiento de esta noción en el vocabulario político de la República romana, la relación era la siguiente: la autoridad era reconocida en quienes tenían el poder, la clase patricia, todos ellos varones. Las mujeres, lxs niñxs y adolescentes, los clientes, los soldados, los ciudadanos de menor estatus, toda persona con alguna incapacidad física o mental, todxs ellxs necesitaban de alguien que compensara sus incapacidades, alguien que aumentara sus posibilidades, que les permitiera progresar. Esas personas capaces de compensar las falencias de lxs otrxs serían consideradas autoridades. Y esa autoridad sería exclusiva de varones adultos de origen patricio en sus roles de Padres, Patrones y/o Políticos.

      En el capítulo anterior mencioné la “caballerosidad” todavía imperante en la educación de los varones, una forma de que ellos compensen la supuesta debilidad de las mujeres que acompañan, estableciendo así una jerarquía en la que la autoridad les pertenece.

      Antes de la República, el término “autoridad” no existía, no aparece en la cultura griega. Augere había dado origen a otro término, augur, que designaba a quienes tenían la capacidad de augurar, de predecir el futuro y de ese modo complementaban la incapacidad de quienes no podían hacerlo y eran autorizados por estxs para hacer sus predicciones. Los augures concentraban una autoridad ligada a lo sagrado; no gobernaban, no controlaban el poder de manera directa pero sí tenían influencia sobre los gobernantes. Esta concepción mágico-religiosa de la autoridad fue perdiendo peso, pero estuvo presente siempre, en algún grado, tanto para augures y pontífices (sacerdotes patricios) como para los políticos, durante toda la historia de Roma.

      Al definirla como concepto político, la autoridad se desplazó desde quienes transmitían la palabra de los dioses y auguraban el futuro a quienes prometían y, eventualmente, podían construir un futuro a través de su visión y proyecto políticos. Serían los miembros del Senado, los viejos que lo conformaban, quienes fueran reconocidos como principales autoridades. Si los augures se autorizaban por su capacidad de comunicación con lxs dioses, los senadores lo harían por su mayor cercanía a quienes fundaron Roma, dada su edad. La autoridad de los varones se fundaba en su proximidad con quienes habían dado origen, lxs dioses o los fundadores, y se transmitían a quienes se relacionaban con ellxs. Llamativamente, las mujeres capaces de parir no estaban igualmente autorizadas, aunque hay que decir que en Roma lograron muchos más derechos que en Grecia e incluso que muchas otras culturas de la actualidad.

      Con el tiempo, en el siglo V de nuestra era, la Iglesia católica haría su propio movimiento:

      La institución eclesiástica se apropia del papel “rector” del Senado y confía el cuidado de este mundo al poder temporal. (…) La Iglesia, desde el momento en que se atribuye una función política, toma para sí la prerrogativa del Senado romano: aquella por la que este reactivaba en el presente el carácter inmemorial de la fundación, al tiempo que lo proyectaba hacia la duración venidera (Revault d’Allonnes, 2006, p. 37).

      La Iglesia se autorizaba con ese gesto y mostraba que, si bien esa autorización se asentaba en el pasado, apuntaba al futuro, a renovar lo recibido. Es decir que incluso una institución como la Iglesia, que parece haber mantenido una concepción inmutable de la autoridad, por entonces generaba un gesto instituyente, novedoso, tomando algo del pasado y apuntando al futuro.

      Pero volvamos a Roma. ¿Cómo expresaban los senadores romanos su autoridad? No debían imponer su opinión haciendo uso de su poder sino, solamente, dar consejos. Será un modo nuevo, diferente, de actuar. Mommsen dirá que “La autoridad es menos que una orden y más que un consejo (íbid., p. 43).

      Y, en términos políticos, poder y autoridad estarían claramente diferenciados. Para Cicerón, “En la república ideal, el poder está en el pueblo, la autoridad reside en el senado” (íbid., p. 28). Y añadía, hablando del cónsul Quinto Metelo: “Lo que ya no podía realizar por el poder, lo obtenía por la autoridad” (íbid., p. 28). Esto dejaría en claro que, en Roma, la autoridad era concebida como diferente del poder y, también, que podía sobrevivir a él.

      Hasta aquí un concepto abstracto, del orden de lo político. Sin embargo, la concepción romana de autoridad estaba personificada, ligada a la imagen que la persona transmitía, a diversas y muy importantes cualidades que debía manifestar. Se construía –como el retrato de Erasmo realizado por Hans Holbein, como las estatuas y bajorrelieves de las monedas romanas con la efigie del emperador Augusto señalando el futuro–; incluía cualidades físicas, intelectuales y morales.

      (…) la gravitas (gravedad) no es, finalmente, más que un aspecto de la auctoritas. Ya que la gravitas se basa en el ascendiente físico: seriedad y dignidad en el comportamiento exterior, cualidades intelectuales: consilium (consejo) y prudentia (prudencia), y morales: integritas (integridad), constantia (consistencia), probitas (honestidad) de valor esencialmente personal; es propia del patronus pero del patronus en tanto que individuo provisto de estas cualidades (Hellegouarc’h, 1972, p. 300).

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