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      El filósofo (y quizás también el artista) eligieron la vestimenta a retratar. Predomina en ella el negro profundo y brillante del abrigo de piel mientras que el pasaje a la pálida piel del rostro y las manos lo hacen los bordes de piel dorada. ¿Tienen importancia los colores usados? La tienen, porque dan cuenta de la moda de una época y porque en diferentes momentos se autorizaron / desautorizaron algunos colores.

      El judaísmo y el catolicismo dignificaron el negro para sus rabinos, curas y monjas; algunas órdenes católicas utilizarían el pardo y algo de gris. El protestantismo consideraría “dignos” esos mismos colores. Para los varones pensadores y de reconocida autoridad, como Erasmo, se imponía el negro. No había sido así en otras épocas: Roma conocía pocos colores y el gris y el negro eran vistos en ella como sinónimos de “sucio”. En nuestros días algunas autoridades (policía, aduana, bomberxs, jueces) han reemplazado el negro por el azul. El azul no se usaba en Roma, sí en Egipto y, cuando se lo encontró en los ojos de los “bárbaros” fue, para lxs romanxs, un claro motivo de desautorización: las mujeres de ojos azules serían consideradas de mala vida y en los varones sería objeto de ridículo. El cristianismo, en cambio, asoció el azul a la Virgen María porque representaba al cielo; más tarde pasaría a distinguir a los reyes. El rojo y el azul estuvieron en guerra hasta el siglo XVII cuando la Reforma impuso, en los países en los que tuvo fuerte incidencia, los colores oscuros como aquellos “dignos”.

      Dos libros representados en el cuadro, uno bajo las manos de Erasmo y otro en un estante (a sus espaldas, un poco abandonado) están encuadernados en rojo, considerado, en la época, “el” color, de allí que “colorado” pasara a ser tomado por un sinónimo. El rojo está poco presente en la naturaleza y, por eso, resulta muy atractivo. En la Antigüedad representó al poder, asociado al fuego y a la sangre. La Reforma lo rechazó, considerándolo inmoral, por representar al Papa, mientras que en sectores populares hasta el siglo XIX siguió siendo el color preferido por las novias, dado que era muy caro; también era el color de las prostitutas, tal como se manifestaría en la luz roja de los burdeles.

      Algo particular ocurrió con el blanco, que fue asociado a la falta (la página en blanco, el cheque en blanco, la voz blanca, la noche blanca) y también a la inocencia y la pureza. En un cuadro renacentista no había que dejar nada en blanco, no tenía que haber “nada”, es decir, algo que diera cuenta de que el cuadro era una creación y no la realidad misma. En la Guerra de los Cien Años, en los siglos XVI y XVII, la bandera blanca fue utilizada para pedir una tregua. En la Edad Media era ya el color de la ropa interior y considerado obsceno mostrarse en ella mientras, aunque no lo era mostrarse desnudx. Hoy se suele utilizar el blanco para representar el Big Bang, un estallido de luz. En Asia y parte de África el blanco es el color del luto. Como decía ese sabio poema arábigo andaluz:

      Si es el blanco el color de los vestidos en al-Andalus, cosa justa es./ ¿No me ves a mí, que me he vestido con el blanco de las canas, porque estoy de luto por la juventud? (Abu-l-Hasan Al-Husri, “el Ciego”, en García Gómez,1959, p. 186).

      Maravilla de la sabiduría árabe: un ciego creando un poema sobre un color…

      En la época de Erasmo, una persona se autorizaría por los colores de su ropa y, también, por el tono de la piel. En Europa, el tostado era propio de sectores populares: daba cuenta de la piel de quien trabajaba al sol. La nobleza debía mostrarse pálida, blanca, al punto de transparentar las venas. Esto cambiaría con el tiempo, dado que, para la segunda mitad del siglo XIX, lxs obrerxs pasaron a ser pálidos porque trabajaban adentro de edificios, mientras la élite se tostaba al sol.

      En el retrato de Erasmo aparece el verde en la cortina ubicada detrás del filósofo y en los lazos del libro. Hasta el siglo XVIII, la cultura europea consideró a este color transgresor y turbulento, dada su asociación con la naturaleza incontrolable, con un erotismo desbordante y, por el mismo motivo, con las mujeres y lxs jóvenes, representativxs de lo inestable, caótico y, por lo tanto, peligrosxs. Mujeres y jóvenes eran el exponente de la naturaleza indomable, temible; solo los varones adultos y ancianos eran capaces de tomar distancia de la misma a través de su capacidad de autocontrol. Si pensamos que el mismo psicoanálisis ha postulado un superyó (instancia capaz de autocontrol) deficitario en la mujer y completo en el varón, es fácil darse cuenta como ese meme sobrevivió casi intacto a través del tiempo. El verde fue utilizado, también, para representar al Diablo, por su asociación con los dioses de la fertilidad y por la sexualidad desbordante que se le atribuía. Más tarde, la representación del Diablo se coloreó de rojo debido al fuego del infierno y, cuando se esclavizó a los africanos, se diabolizó el negro para justificar esa acción. Negro pasó a ser sinónimo de todo lo malo; día negro, destino negro, gato negro que anuncia desdichas... Para el Islam, en cambio, la asociación del verde con la naturaleza conlleva un valor positivo y se considera a ese color el elegido de Mahoma. Hoy en día, en la publicidad, el verde da cuenta de higiénico, saludable, orgánico y ecológico.

      Dejemos los colores y pensemos en los sonidos. ¿Qué pasaría si la autoridad que deriva del retrato de Erasmo no se compadeciera con su voz? La cultura de origen europeo ha asociado autoridad a ciertas voces y las óperas dan cuenta de ello. Las voces graves masculinas, la de los bajos, aparecen dando vida a reyes, jueces y dioses, mientras que la pareja central, que es la del tenor y la soprano, tienen voces agudas. El tenor representa a un varón enamorado, alguien que ha perdido, por ese motivo, parte de su virilidad, mientras que será un barítono quien tenga el poder suficiente para atentar contra el amor de esa pareja central. Las voces femeninas principales son las más agudas, mientras que las criadas o madres son contraltos. Las voces agudas deben haber tenido fuerte encanto para los varones puesto que mucho tiempo fueron sustituidas o acompañadas por contratenores. Pero encanto no significa autoridad y el hecho de que los contratenores originalmente fueran varones castrados da cuenta de que no eran Varones autorizados por el patriarcado. En esta cultura, a la hora de dar órdenes, la voz de mando debe ser grave y fuerte, básicamente, aquella que aparece más frecuentemente entre los varones. Y es interesante tener en cuenta esto en relación con ocupar un lugar de autoridad por parte de otros géneros y edades.

      La voz que manifieste autoridad también deberá ser calma. Lxs políticxs que debaten por televisión saben que quien pierda los estribos, aunque tenga razón, no aparecerá así ante la audiencia. Quien se siente segurx no necesita atolondrarse ni gritar. Aquí sucede como en la famosa máquina detectora de mentiras, en la que una persona ansiosa puede aparecer como culpable y una personalidad antisocial que no se inmute por nada, como inocente. En la familia burguesa tradicional, la madre que estaba todo el día a cargo de los hijos se desgañitaba gritando mientras que al Padre le bastaba una palabra para “poner orden”. Es cierto que allí eran fuertes las diferencias de poder entre padre y madre, pero también lo era su Autoridad. El Padre tenía una representación fuertemente autorizada, sostenida tanto en el imaginario colectivo por una sólida red de varones como por las mujeres. La madre podía acceder a una pequeña autoridad, como la que reclamaba el padre mexicano a su hijita. Así, el tono de voz de ella quedó poco o nada autorizado.

      Es interesante notar que las voces agudas se impusieron como bellas en las mujeres de sectores sociales medios y altos; en una mujer la voz grave desentonaba, era una suerte de manifestación intergenérica impensable. Pero en los sectores populares en los que siempre tuvieron que manejarse más solas y en la calle, esos tonos fueron y son más comunes, no teñidos por la educación o seleccionados artificialmente. En el tango, la voz aguda de Libertad Lamarque representaba a las mujeres de sectores medios y la de Tita Merello, grave, a las de sectores populares.

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