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recién a fines del siglo XVIII por acción de los Borbones. Antes, ni en el período de los Reyes Católicos, ni durante los reinados de la Casa de Austria se usó el término, haciéndose referencia a los Reinos de Ultramar, con los mismos derechos que el reino de Castilla.

      Poco después de comenzar su segundo viaje a las Indias, Colón dispone el retorno de cuatro carabelas en las que envía algunos indios para ser vendidos como esclavos. Los reyes autorizan esta venta en Andalucía, pero pocos días después, por una nueva cédula, cuestionan su anterior concesión porque, dicen al Arzobispo Fonseca: “Nos querríamos informarnos de letrados, teólogos e canonistas, si con buena conciencia se pueden estos por solo vos o no [vender]; y esto [el venderlos] no se puede facer fasta que veamos las cartas que el almirante nos escriba para saber la causa porque los envía cautivos”. Recuérdese que por entonces la esclavitud era una institución legítima, pero no autorizaba que un español tuviese a otro español como esclavo; solamente se consideraba legítimo esclavo al prisionero no cristiano tomado en guerra justa. En junio de 1500 la reina Isabel ordena la libertad de estos indios porque éstos eran vasallos de la Corona capaces de adoptar la fe cristina y por ese motivo, hombres libres, disponiendo que el comendador fray Francisco de Bobadilla los lleve de vuelta a las Indias.

      El espíritu con que España asume el poblamiento y evangelización de las “nuevas tierras, descubiertas y por descubrir” se reflejó poco después en el Testamento de Isabel la católica (1504): “…por cuanto al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue al tiempo que lo suplicamos al papa Alejandro Sexto, de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión, de procurar inducir y traer los pueblos de ellas y convertirlos a nuestra santa fe católica, y enviar a las dichas Islas y Tierra Firme, prelados y religiosos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir [a] los vecinos y moradores de ellas en la fe católica, y enseñarles y doctrinarlos [en] las buenas costumbres, y poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las letras de la dicha concesión se contiene; por ende suplico al Rey mi señor muy afectuosamente, y encargo y mando a la dicha Princesa mi hija y al dicho Príncipe su marido, que así lo hagan y cumplan y que éste sea su principal fin, y en ello pongan mucha diligencia, y no consientan ni den lugar que los indios vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa alguna lo que las letras apostólicas de dicha concesión nos es infundido y mandado.”

      Pero más allá de estas intenciones manifiestas sobre la acción de España en América algún tiempo después se desarrollaron por lo menos dos interpretaciones extremas: que todo lo que hizo España en América estuvo mal, iniciada por los escritos del padre Bartolomé de las Casas y que el historiador Vicente D. Sierra en El sentido misional de la conquista de América llama “literatura de guerra”, iniciada por los holandeses en guerra con España, junto con Inglaterra, y la que sostiene que todo lo que hizo España en América estuvo bien. Ninguna de las dos es correcta. La acción de España en América fue una obra humana, con todos los matices que esto implica.

      La expresión “leyenda negra” ya había sido utilizada a fines del siglo XIX, pero es en 1914 que Julián Juderías, en su obra La leyenda negra, la instala para expresar la existencia de un prejuicio antiespañol. Sostiene Juderías que debe entenderse por “leyenda negra” el ambiente creado por relatos fantásticos y descripciones grotescas sobre España como un país violento e injusto, que ignoran todo lo que es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte. La leyenda negra es la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos, enemiga del progreso y de las innovaciones, que comenzó a difundirse en el siglo XVI a raíz de la Reforma y que no ha dejado de utilizarse contra España.

      El primer asentamiento formal y definitivo en esta parte de América fue la transformación del puerto y sus defensas de Nuestra Señora de la Asunción en ciudad en septiembre de 1541.

      Las ciudades fundadas en el actual territorio argentino fueron “pregonadas” en América y pobladas algunas por criollos y en menor medida por españoles. La primera fue Santiago del Estero en 1553, cuando Francisco de Aguirre la traslada a su actual ubicación. Santa Fe, en Cayastá, fue fundada por Juan de Garay el 15 de noviembre de 1573. Según un relato conocido y documentado, Garay partió de Asunción “con 80 mancebos y bien mancebos nacidos en esta tierra y un bergantín y seis canoas henchidas a manera de barcas y algunas canoas sencillas, cincuenta caballos y las municiones que ha sido posibles según lo que había”. De ochenta y nueve fundadores, ochenta habían nacido en Asunción. En el mismo año Jerónimo Luis de Cabrera funda la ciudad de Córdoba.

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