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rel="nofollow" href="#ued73dc39-fab7-5ce8-9711-9dd76b148a86">La renovación pedagógica y el crecimiento del sistema educativo

       La reacción antipositivista

       Alejandro Korn

       El pensamiento nacional de Saúl Taborda

       Otras posturas no positivistas. Rodolfo Rivarola, Carlos Vergara, Ernesto Nelson, Alberto Rougès, Juan Mantovani.

       La creación de universidades después de la Ley Nº 1.597

       Universidad Nacional de La Plata

       Universidad Nacional del Litoral

       Universidad de Tucumán

       Universidad Nacional de Cuyo

       1900-1940: la preocupación por la identidad nacional.

       Orientación patriótica de la enseñanza

       La dependencia económica

       Revisionismo y nacionalismo

       Las nuevas tendencias pedagógicas

       Una década de contrastes

       Capítulo VII

       Hegemonía y apertura de la educación

       La Reforma Universitaria de 1918

       Los Cursos de Cultura Católica

       Educación y política en el período 1943-1955

       El comienzo: la revolución de 1943

       La primera presidencia justicialista

       La segunda presidencia justicialista

       El Decreto Nº 6.403 y el art. 28. La creación de las nuevas universidades privadas.

       Bibliografía

      Introducción

      Este relato hace hincapié en la educación en la Argentina durante cuatro siglos, pero no se reduce solo a eso. El trabajo tiene la intención de seguir los acontecimientos y las ideas educativas en un contexto filosófico y político. Para ser comprendido, todo hecho histórico debe ser contextualizado, pero mi intención no es dar una explicación de la educación en nuestro país desde un contexto filosófico y político, sino más bien mostrar los acontecimientos, autores y obras que jalonaron la evolución del acontecer educativo en una encrucijada en la que intervienen estos tres aspectos de manera conjunta. Como demostraré en el transcurso del trabajo, la educación siguió siempre en nuestro país la influencia de las corrientes filosóficas del momento, aunque hay que destacar que esta influencia no fue uniforme y simultánea en todo el país. El Iluminismo, por ejemplo, tuvo preponderancia en su momento en Buenos Aires, mientras que en Salta o Entre Ríos no se tenía prácticamente noticia sobre su existencia. Desde luego, y para ser coherente con mi hipótesis, mientras que la educación en Buenos Aires modificaba su rumbo por influencia de las ideas iluministas, en Salta o Entre Ríos se continuaba educando de acuerdo con los principios tradicionales que el Iluminismo pretendía superar. Lo mismo cabe decir respecto a los acontecimientos políticos, ya que la educación ha sido siempre causa y resultado de los mismos. Pero, además, en nuestra historia la política partidista del momento influyó de un modo importante en las instituciones y organización de la educación para responder a esos proyectos políticos, con lo que muchas veces se desnaturalizó su finalidad, que no es primariamente servir a determinadas concepciones de organización política sino la perfección y el mejoramiento de la personalidad humana a través de las buenas costumbres que posibilitan una vida buena.

      De modo que mi relato no es estructuralmente una historia de la educación argentina solamente, y mucho menos una historia de la Filosofía o de la política, sino la de los acontecimientos e ideas en los que los tres aspectos se manifiestan de manera interdependiente. No extrañe entonces que al tratar el período positivista, por ejemplo, ni se mencione a José Ingenieros, cuya formación filosófica era muy limitada, porque no tuvo incidencia en la educación de la época ni en la política, más allá de alguna cuestión anecdótica. Del mismo modo, apenas se menciona a José Manuel Estrada por su participación en el Congreso Pedagógico de 1882. Estrada no fue propiamente ni historiador ni filósofo, ni propuso teorías educativas que tuvieran alguna entidad. Fue un gran orador católico, que defendió los intereses de la Iglesia ante los acontecimientos de su momento. Y tampoco influyó a través de obras escritas relevantes, ya que lo poco que se publicó de su autoría no son obras concebidas con un propósito definido y unidad conceptual sino, simplemente, recopilaciones de apuntes y artículos menores.

      El libro comienza con la época hispánica porque es parte inescindible de nuestra historia. Como escribió el pensador cordobés Saúl Taborda, para que 1810 fuera posible fueron necesarios los siglos anteriores. Esa época, con sus aspectos positivos y negativos, y por unos y otros, influyó de manera innegable en los acontecimientos posteriores, que no pueden ser comprendidos cabalmente sin su conocimiento.

      Un trabajo de este tipo, que está concebido y dimensionado para una comprensión aceptable del lector actual, exige inevitablemente hacer una selección. Desde mi perspectiva, que prioriza una comprensión crítica de los acontecimientos antes que un mero recordatorio de nombres y fechas, es preferible que el lector deje para otro momento, si le interesa o considera necesario, informarse sobre Amadeo Jacques o Diego Thompson, pero que no quede sin los elementos necesarios para conocer y juzgar todo lo objetivamente posible sobre Sarmiento o Alberdi, sus ideas e influencias, así como el origen de la universidad de Córdoba, ya próxima a cumplir cuatro siglos de existencia, o la Reforma universitaria de 1918.

      Al leer sobre estos acontecimientos el lector debe hacer un esfuerzo por adecuarse a los tiempos pasados, ya que no se los puede considerar con la perspectiva del presente. Algunos hechos que se justifican plenamente en su época, hoy pueden parecernos inaceptables. Es un error enorme mirar el pasado con ojos del presente. Así por ejemplo sucede cuando se habla de los llamados pueblos originarios cuando España realiza el poblamiento de estas tierras desde la perspectiva de los derechos humanos, que por entonces ni siquiera habían sido formulados como tales.

      Los hechos históricos tienen una verdad metafísica que consiste, simplemente, en que ocurrieron como ocurrieron. Pero cuando son narrados por la historia, actividad que solamente es posible a partir de la escritura, no pueden separarse de la interpretación que hacemos de los mismos. Hannah Arendt tiene razón en Verdad y política cuando escribió que la historia es, ante todo, interpretación, hechos construidos de tal modo que se transforman en un relato desde una cierta perspectiva. Así, en nuestra historia no hay dudas sobre muchos hechos, hay solamente dudas sobre cuál es la interpretación más adecuada de los mismos.

      Para que la historia sea “maestra de la vida”, como proponía Cicerón, los hechos pasados deben ser fecundos para comprender nuestro presente. Una buena síntesis de este concepto se reflejó en un cartel que mostraba un inmigrante africano en Londres hace unos años en medio de disturbios y protestas: “Nosotros estamos aquí porque ustedes estuvieron allá”. En nuestro caso los últimos doscientos años de nuestra realidad social y política están marcados por la mentalidad divisoria creada por los intelectuales de principios del siglo XIX. En la década de 1920 la Argentina era, en muchos aspectos, entre ellos el económico, uno de los países más importantes del mundo, con una prosperidad que parecía no tener límites. Realmente da pena ver la mediocridad y la poca significancia de nuestro país actual. ¿Qué pasó? ¿Cómo pudo degradarse un país que tenía riquezas naturales envidiables y una población medianamente culta, con un desarrollo científico en

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