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de las dichas islas a tierra firme a que se conviertan a nuestra santa Fe católica...”16

      Durante el período hispánico dos casas reinantes tendrán el gobierno: la Casa de Austria, de espíritu católico y tradicional: entre 1517 y 1700, con Carlos I (de España) y V (de Alemania), Felipe II, III, IV, Carlos II y la Casa de Borbón, que se inicia en 1701 con Felipe V y llega hasta nuestros días, con algunas interrupciones, de espíritu liberal y antitradicional. Durante más de doscientos años España será un gran imperio, hasta que en la batalla de Rocroi, en Francia, en 1643 son vencidos los famosos y temidos tercios de la infantería española y comienza una larga decadencia. No obstante, la semilla cultural estaba plantada en nuestra América, por lo que, como dice la conocida expresión de fray Francisco de Paula Castañeda, por Castilla somos gente.

      Es un clérigo español, Martín del Barco Centenera, quien escribió un poema donde aparece por primera vez, hacia 1602, el término “Argentina” para denominar esta región en su obra Argentina y conquista del Río de la Plata con otros acontecimientos de los reinos del Perú, Tucumán y el Estado del Brasil. Pero fue un mestizo el que poco después escribió la historia de la conquista del Río de la Plata, Ruy Díaz de Guzmán. Era nieto de Domingo Martínez de Irala, quien tuvo a la madre de Díaz de Guzmán fruto de su relación con una india, probablemente guaraní, por lo que se le considera el primer mestizo de ascendencia hispano-guaraní en narrar, hacia 1612, la historia de la región, con su obra Anales del Descubrimiento, Población y Conquista del Río de la Plata, más tarde conocida como La Argentina.

      Apenas producido el “descubrimiento” de Colón de las llamadas Indias, los reyes católicos recurrieron al Papa en consulta sobre sus justos títulos sobre estas tierras. El papa Alejandro VI respondió en mayo de 1493 con su Bula Inter caetera, en la que les dice a estos reyes: “...os donamos, concedemos y asignamos perpetuamente, a vosotros y a vuestros herederos y sucesores en los reinos de Castilla y León, todas y cada una de las islas y tierras predichas y desconocidas que hasta el momento han sido halladas por vuestros enviados y las que se encontrasen en el futuro y que en la actualidad no se encuentren bajo el dominio de ningún otro señor cristiano, junto con todos sus dominios, ciudades, fortalezas, lugares y villas, con todos sus derechos, jurisdicciones correspondientes y con todas sus pertenencias; y a vosotros y a vuestros herederos y sucesores os investimos con ellas y os hacemos, constituimos y deputamos señores de las mismas con plena, libre y omnímoda potestad, autoridad y jurisdicción.” Aunque hoy haya discusiones sobre el alcance y legitimidad jurídica de la Bula, lo cierto es que en su época estos derechos se fundaban en lo establecido por escrito pero también en el uso y la costumbre. Está claro que ni el Papa sabía que lo que concedía ni los reyes católicos que lo que se les reconocía no eran unas meras islas y “tierras” sino un continente entero. Pero lo que está claro es que la América española no perteneció propiamente a España, sino a la Corona de Castilla y León y sus herederos. Ahí está en gran medida el argumento de los sucesos de 1810: si no hay rey no hay virrey.

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