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“Si llego a tener otro accidente, y nunca se sabe, espero que sea otra auxiliar quien se ocupe de eso, odiaría que tuvieras que hacerlo de nuevo. Una vez, al menos en un período corto de tiempo, debería ser suficiente”. “En serio, no tengo problema con eso. Hago un turno de doce horas y es una de las cosas para las que estoy aquí”. Se va. Llamo. “¿Sí?”. “Analgésicos, por favor”. “Su enfermera está muy ocupada con otro paciente, pero le diré”. “¿No hay alguna otra enfermera que pueda dármelos?”. “Hay mucho trabajo por aquí. A veces ocurre, pacientes que necesitan atención inmediata, todos al mismo tiempo. Le conseguiré una enfermera tan pronto como pueda”. Murió Hemingway. Murió Faulkner. Murió Paley. Murió Sebald. Murió Lowry. Murió Camus. Murió Eliot. Maldelstam murió. Akhmatova murió. O’Neill murió. Murió Williams. Murió Miller. Murió Hopper. Murió Giacometti. Murió Klee. Miró se murió. Sheeler murió. Soutine murió. Murió Arp. Murió Sibelius. Murió Strauss. Hovhannes murió. Vaughan Williams murió. Tengo que cagar de nuevo. Necesito una palangana. O lo que sea esa cosa para poner en la cama, debajo de mí. Es comparable a un orinal, pero para el trasero. No a una escupidera. Llamo. Nadie responde. Llamo y llamo. “Ya le dije, señor. Todas las enfermeras de piso están ocupadas con otros pacientes. Alguna de ellas irá a atenderlo tan pronto como pueda”. “Pero es para mover los intestinos. No quiero volver a hacerlo en mi cama. Lo único que pido es esa cosa que ponen debajo de mí mientras estoy acostado aquí”. “¿Una bacinilla?”. “Una bacinilla, eso es. Puede pedirle a una auxiliar que lo haga. Pero no la misma, Cindy. Ella ya lo hizo una vez, con mano experta, pero provoqué un chiquero y no quiero que ella tenga que pasar otra vez por eso”. “No tiene elección, señor. Si está disponible, se la enviaré. Y si no, a alguna otra”. Si no fuera por mis hijas, me gustaría estar muerto. Pero no puedo hacerlas pasar por la muerte del otro de sus padres tan pronto, después de la primera. Viene una auxiliar diferente, saca la bacinilla del último cajón de mi mesa de luz. “Arriba”, y la pone justo a tiempo debajo de mí. “Al menos esta vez no voy a hacer un gran desastre en la cama y que usted tenga que limpiarlo como pasó con mi auxiliar de guardia”. “Siempre hay algo que hace ver la vida un poco más brillante. ¿Cree usted que ha terminado?”. “No”. “Llámeme cuando haya terminado. Hoy es una casa de locos ahí afuera, peor para las enfermeras que para las auxiliares, así que alguna de nosotras deberá venir”. “Gracias”. Bergman, Fellini, Antonioni, Kurosawa, Kieslowski... todos murieron. Y Bábel. ¿Cómo pude haber dejado afuera a Bábel? Bábel murió.

      EN O POR EL CAMINO

      En la radio de música clásica la locutora dice que la próxima pieza va a ser un poema sinfónico, “o lo que también se denomina un poema tonal”, compuesto por Rajmáninov. El título es “La roca”, y la obra se basa en un cuento de Chéjov llamado “Por el camino”. El cuento, dice, trata sobre un indigente entrado en años y una joven rica que, en el transcurso de una ventisca, se encuentran en una posada. “Como que ambos vienen a ser arrojados juntos en una habitación, que el dueño de la posada llama ‘La viajera’, dado que la reserva para viajeros de paso o que han quedado varados”. El hombre y la mujer conversan durante horas y gradualmente se toman afecto. “Hay una posibilidad –podríamos decir incluso una esperanza– de que se conviertan en buenos amigos o, cuando menos, compañeros de viaje por el resto del trayecto. Pero a la mañana siguiente la mujer se va en un trineo que el hombre, parado en medio del camino, sigue con la vista hasta que desaparece. Al cabo de un rato, empieza a tener el aspecto de una roca cubierta por la nieve”, dice la locutora, “de allí el título”. Él no conoce el cuento, pero el final es muy típico de Chéjov. Dos personas de medioambientes o condiciones económicas muy diferentes, o ambas cosas, se encuentran por primera vez y conversan de manera íntima, a menudo después de haber vivido toda su vida en la misma región y haber tenido alguna vaga idea el uno del otro durante años, y cuyas existencias… En fin, hay una posibilidad de que después de su primer encuentro puedan unirse… sus vidas puedan... incluso casarse, o ayudarse el uno al otro de alguna manera… pero… Como sea, lo que parecía prometedor se termina de repente, normalmente porque uno de ellos no dice algo que podría evitar que el otro se vaya, o porque el tiempo se ha despejado, o porque la rueda o el eje de una de las carretas han sido reparados o el obstáculo en el camino removido, y siguen cada uno su rumbo, con escasas probabilidades de que vuelvan a encontrarse o a dirigirse la palabra alguna vez. Él nunca ha sido bueno para resumir historias, ni siquiera las suyas. Pero el final de este cuento, por lo que dijo la locutora, es uno que Chéjov utilizó varias veces de manera similar, y tal vez mucho más que eso, ya que él solo ha leído unos cincuenta de los 568 cuentos y esbozos que Chéjov escribió. Ahora viene la obra de Rajmáninov. Durante el último minuto o algo así, pasaron un anuncio de un concierto gratuito de lieder en la academia de música del centro y una propaganda grabada de la señal de radio, que dice que el sesenta por ciento de su presupuesto viene de las contribuciones de oyentes asociados, “así que ¿no invertiría usted unos pocos minutos de su tiempo para convertirse en socio, marcando el siguiente número de teléfono o registrándose online?”. Durante un minuto escucha la música, no le gusta particularmente, luego no le gusta para nada y apaga la radio. A veces, lo que él considera música horrorosa puede llegar a resultar deprimente. En esta señal de radio pasan un montón de esa música, sobre todo alrededor de las diez de la mañana –marchas briosas, valses sensibleros–, aunque también pasan muchísima buena música. En cuanto a hacerse socio, él y su esposa lo han sido por unos veinticinco años, aunque él ahora aprovecha la membresía para adultos mayores. Pero el cuento. Si estuviera su esposa, él le preguntaría por la pieza de Rajmáninov. Ella es la especialista en Chéjov. Sobre sus cuentos, precisamente, hizo su maestría y su doctorado: una tesis sobre los comienzos de sus cuentos –unos veinte de ellos– y una disertación sobre los finales: diez. Él le diría: “¿Conoces un cuento de Chéjov llamado ‘Por el camino’? Yo no. ¿Y cómo puede ser que un poema sinfónico, que es como yo siempre los he llamado, se base en un cuento corto? Especialmente uno con una trama como la que resumió la locutora –ya que no estamos hablando de ópera–, que parece ser más bien una larga conversación en una posada, entre un hombre y una mujer, y que termina con el hombre de pie, metido en lo que asumo que debe ser nieve bastante alta, con la apariencia, el hombre, de una roca”. Ella podría decir que ha leído más de 300 de sus cuentos y esbozos en ruso –una vez se lo dijo– y más o menos la mitad de los algo así como 400 traducidos al inglés, y que ese que él menciona no le resulta familiar, aunque el final es similar a varios de los suyos. “¿‘Por el camino’? ¿Estás seguro de que la locutora no dijo otro título? Aunque muchos de sus cuentos tienen títulos diferentes en cada nueva traducción. ‘Luto’, por ejemplo, que también he visto como ‘Aflicción’ o ‘Pena’, y en una traducción como ‘Tristeza’, aunque puede ser que me equivoque sobre este último… Sé que hay por lo menos cuatro títulos diferentes, para ese cuento, en las versiones inglesas. Si quieres, puedo buscar en mis notas sobre su narrativa, y si no encuentro nada me fijaré en los volúmenes de cuentos suyos que tengo, tanto en ruso como en inglés. Si encuentro el cuento en inglés, ¿quieres leerlo?”. Él diría: “Me gustaría, y después quizá tú podrías leerlo por primera o por segunda vez, y hablaremos de él. Eso siempre es divertido. Y no será una pérdida de tiempo. Jamás he leído uno de sus cuentos, salvo alguno que otro de los esbozos menores –y esos no son cuentos, ¿verdad?–, que no fuera claro y legible y bueno, y veinte o treinta de los que leí eran francamente geniales. No creo poder decir eso de ningún otro cuentista. Acaso Hemingway o Bábel se le acerquen”. Así que se iba a fijar, podría decir ella, tal vez no ahora mismo, pero hacia el final del día. Ella tiene la colección completa de 16 o 17 o el número que sea de volúmenes de cuentos y esbozos completos de Chéjov en ruso. Él se va a fijar en las antologías de cuentos de Chéjov en inglés. Va al living, saca las tres antologías de un estante y en el índice de una de ellas encuentra el título “En el camino”. Tiene que ser ese. Va a las últimas páginas del cuento. Un hombre, parado en medio de una nevada “como si hubiese echado raíces en ese lugar”, y contemplando las huellas dejadas por los patines del trineo de la mujer, empieza muy pronto a parecerse a un peñasco blanco. Luego lee las primeras páginas del cuento, hojea el resto y entra con el libro en el estudio de su esposa. “Hurra,

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