Скачать книгу

de su esposa. También suena como la de la mujer a la que conoció hace tres meses, en una fiesta de Navidad, y que lo atrae mucho y con quien le gustaría iniciar una relación seria e incluso piensa que le gustaría casarse. Su esposa murió hace un poco más de un año. Hoy es el trigésimo primer aniversario del día que se conocieron. Fue en la presentación de un libro de una mujer a quien los dos conocían. Ella había ido desde el departamento de sus padres en el centro. Había hecho una parada allí para pasar un breve momento con ellos y darles un regalo por su aniversario de casados, que era ese día. Él nunca durmió con esta otra mujer. Ni siquiera se han dado un beso en los labios. O una vez, pero accidentalmente, debido a una torpeza de ella, según dijo. Se estaban despidiendo, al lado de su auto, después de uno de sus almuerzos semanales, y ella adelantó los labios cuando su intención era ofrecerle la mejilla para que la besara. “Fue sin querer”, dijo. “Pero fue lindo”, dijo él. “Pero fue un accidente, debido a una distracción momentánea, a las que reconozco que soy propensa, así que no ha significado nada, no significa nada, y deberíamos continuar con nuestra amistad como si no hubiese pasado. En otras palabras, no hagas de esto algo más que lo que fue”. Han estado encontrándose a almorzar casi todos los miércoles desde que se conocieron. Todas las veces menos una en el mismo restaurante. “¿Por qué ir a otro?”, dijo ella. “Estamos más interesados en la conversación que en la comida, aunque la comida que sirven ahí es más que aceptable, y una vez que te la han traído te dejan en paz. Y si quieres más café, cosa que nosotros siempre queremos, solo hay que ir hasta la barra y servirse uno mismo de alguno de los termos. Me gusta seguir una cosa a rajatabla, si es buena, ¿y tú?”, y él dijo: “Yo igual”. Hace dos semanas, ella fue a su casa cuando él no la esperaba. Tocó el timbre. Él prendió las luces de afuera y miró por la puerta de la cocina, vio que era ella y la hizo pasar. “Andaba por el vecindario”, dijo. “Me moría por ver cómo era el lugar donde escribes, y pensé que era una oportunidad como cualquier otra para hacerlo”. “¿Es la única razón por la que viniste?”, y ella dijo: “Es la única razón, y tal vez para tomar una copa de vino contigo, después. Me fascinan los lugares de trabajo de los escritores, y el aspecto de toda la habitación. Estoy planeando reunir fotos para un libro sobre el tema, pese a que ya se han hecho un par que son excelentes. Pero en el mío, los escritores no aparecerían en las fotos. Solo el lugar donde escriben y lo que escriben, y si hay un gato sentado sobre el teclado, no hay problema”. “Mi lugar de escritura no tiene nada de extraordinario”, dijo él. “Salvo porque escribo en mi dormitorio, y porque todavía lo hago a máquina, una máquina de escribir manual, convencional. Así que es lo que hay, y cuando no estoy escribiendo la máquina de escribir queda siempre cubierta, para que no le entren el polvo ni los pelos del gato. Y alrededor montones de papeles, por supuesto, y escribo sobre una larga mesa de trabajo, de fórmica. Te mostraré”. La llevó hasta su dormitorio. “Esto es perfecto”, dijo ella. Sacó una cámara de su cartera, ajustó la lente y tomó montones de fotos, tanto de su mesa de trabajo como de los manuscritos que había sobre ella y la máquina de escribir sin la cubierta, y después con dos hojas de papel en el rodillo. Luego tomaron una copa de vino, ella dijo que tenía que irse, él la acompañó hasta el auto y ella le ofreció la mejilla para que la besara. “Te veo el miércoles”, dijo, “misma hora y lugar”. “¿Dónde era?”, dijo él. “Eres tan gracioso”, dijo ella, “eso me gusta”. Ahora, ya sea ella o su esposa está en su dormitorio. Si es su esposa, entonces en el dormitorio “de ambos”. “Ey”, dice una de las dos, “¿qué diablos es lo que te retiene? Ven aquí, ¿vas a venir o no? O al menos trae tu pene hasta aquí, déjamelo y el resto de ti puede volver al living, a leer y a beber”. Él se levanta del sillón y va al dormitorio. Las cortinas están cerradas y la habitación a oscuras. “¿Dónde estás?”, dice. “Bajo las mantas”, dice ella. “¿Lado derecho o izquierdo?”, y ella: “Ven y averígualo”. Hay un ruido de mantas que se mueven. “Ahora ya no estoy debajo de las mantas, pero sigo en el mismo lado de la cama”. “¿Estás desnuda?”, y ella: “Completamente”. “Sabes, no sé cuál de las dos eres. Suenas como mi difunta esposa, pero también suenas como la mujer que conocí en una fiesta de Navidad, hace tres meses”. “Bueno, si te metes en la cama sabrás cuál de las dos soy. En un caso u otro, yo diría que no puedes salir perdiendo”. “Tienes razón”, dice él. “Si eres mi esposa, es un sueño hecho realidad. No hay nada que desee más que volver a abrazarla, dentro o fuera de la cama. Y si eres esa otra mujer, de la que creo que he empezado a enamorarme y con quien pienso que incluso me gustaría casarme, cosa que no debería estar diciendo porque me ha dicho que no quiere que me enamore de ella, y estoy seguro de que casarse conmigo es lo último que tiene en mente y que solo quiere que sigamos siendo buenos amigos, entonces también es un sueño hecho realidad”. “‘Sueño hecho realidad’”, repite ella: “Perdona que lo diga, pero qué frase más floja para ser dicha por un escritor profesional con cincuenta años de carrera. Pero como ya he dicho, y no quiero tener que repetirlo, ven a la cama y averígualo”. “Tu actitud y la manera en que te expresas también se parecen a las de mi esposa: franca, sucinta y con talento para las palabras. Y tu voz: dulce y suave. Realmente no podría distinguirlas”. “¿Y eso qué importa?”, dice ella. “Por última vez… ¿vas a venir a la cama o no? Estoy tomando frío sin las mantas encima y sin nada de ropa. Pero antes quítate tú también toda la ropa”. Se desviste, se mete en la cama y estira las mantas encima de los dos. La toca y ella lo toca. “Tus manos son tibias como las de mi esposa, salvo después de haber lavado los platos, y me tocas de la manera en que ella lo hacía. Delicadamente y en los lugares adecuados, como si supieras por experiencia dónde me gusta ser tocado”. “Te toco como una mujer toca a un hombre en la cama; nada más”. “Tus pechos también, me dan la misma sensación que los de mi esposa; bien llenos. Y tus pezones: grandes y duros. Pero eso no significa que seas mi esposa. Lo mismo con la forma de tus nalgas: tan redondas. Y tus piernas: largas, un poquito grandes en los muslos, pero fuertes como las de ella. También tu nariz y tu pelo. Hasta tu vello púbico. Supongo que al tacto la mayoría de los vellos púbicos deben parecerse, pero es la cantidad a lo que me refiero. Muchísimo, cosa que quizá no quieras oír, pero que a mí me gusta”. “Ahí tienes: dos por el precio de una”, dice ella. “Mi mujer solía decir eso mismo, pero hablando de otras cosas”. “¿Lo decía?”, dice ella. “¿Por qué tengo la sensación de que ya lo sabía? En cualquier caso, cuando estemos listos… y tómate tu tiempo. Ya sea que pienses que esto es un reencuentro o nuestra primera vez, no lo apresures. Tenemos toda la noche”. “Eso es lo que mi esposa solía decir también, y de la misma manera. Pero ¿podemos parar por unos minutos y solo besarnos? Quiero ver si tus labios y la manera en que besas apasionadamente –esa única vez, tan rápida, fue como que te robé un beso y no me bastó para saberlo– son también como los de ella, y por supuesto debido al placer que eso implica”. “Creo que con eso me basta”, dice ella. “Digamos que acepto un vale para otra ocasión, pero ahora me voy a dormir”. “No me atrevo a decirlo, porque podrías saltarme a la yugular, aparte de añadir que eso último que dije es también una frase de mal escritor, pero esa parte, lo del vale para otra ocasión, es algo que ella decía muchas veces cuando no podía hacer el amor o no tenía interés en hacerlo, por una u otra razón”. “Bien”, dice ella, “pero ahora tendrás que esperar a que amanezca para averiguar cuál de las dos soy”. “Siempre tengo la opción de encender la luz”. Y ella dice: “No lo arruines”.

      LOS MUERTOS

      Murió Bartók. Murió Britten. Murió Webern. Murió Berg. Murió Górecki. Murió Copland. Murió Messiaen. Murió Bernhard. Murió Beckett. Murió Joyce. Murió Nabokov. Murió Mann. Murió De Ghelderode. Murió Berryman. Murió Lowell. Murió Williams. Murió Roethke. ¿Quién del resto de los grandes no ha muerto? En el siglo pasado. A comienzos de este siglo. Murió Bacon. Murió De Kooning. Murió Rothko. Murió Ensor. Murió Picasso. Murió Braque. Murió Apollinaire. Acaso todos los grandes se hayan muerto. Mi hermano menor se va a morir. Mis otros dos hermanos han muerto. Robert. Merrill. Mis dos hermanas menores se van a morir. Murió Madeline. Mis padres murieron. Murió mi esposa. Murieron sus padres. Sus parientes en Europa llevan muertos largo tiempo. Mis dos mejores amigos murieron. Estoy acostado en una cama de hospital. No puedo levantarme. No puedo darme vuelta. Estoy clavado a esta cama por

Скачать книгу