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feliz, tan feliz”, y ella lo abraza y le dice: “Yo también”. Ella lo llama: “¿Cómo estás? ¿Quieres que nos encontremos y hablemos un poco?”. Lo alcanza hasta la entrada de su edificio y le dice: “Esto sencillamente no está funcionando”. En su primera cita verdadera van a un restaurante y él le dice: “Si me pongo tan quisquilloso sobre qué comer es porque soy vegetariano, cosa que estaba un poco reacio a decirte, tan pronto”, y ella dice: “¿Por qué? No es nada tan peculiar. Solo significa que no vamos a compartir la entrada, excepto las verduras”. En una fiesta, conoce a una mujer. Conversan durante largo rato. Ella tiene que dejar la fiesta para asistir a un concierto. Él le pide su número de teléfono. Le dice: “Te llamaré”, y ella: “Eso me agradaría”. Se despiden en la puerta y él le estrecha la mano. Después de que ella se ha ido, piensa: “Esa mujer va a ser mi esposa”.

      OTRA HISTORIA TRISTE

      Recibe una llamada. Es un sheriff de condado, en California. Tiene una muy mala noticia que darle. Su hija ha tenido un grave accidente de auto. Fue en una estrecha ruta de dos carriles, bordeando el océano. Aparentemente hizo una maniobra exagerada para evitar chocar contra otro auto que venía en sentido contrario, y desbarrancó. “Sí, sí, ¿está viva?”. “No sé cómo decirlo. Nunca he tenido que decirle esto a un padre. Murió en la ambulancia que la llevaba al hospital”. Cuelga el teléfono. ¿Qué hacer? Tiene que llamar a su otra hija. Debería decírselo a su esposa antes. Pero su esposa está muerta, ¿en qué está pensando? Sus hermanas. Una de ellas, que luego podría decírselo a la otra. No hará nada. Va a acostarse en su cama y dormir. Primero debería cubrir con su funda la máquina de escribir. No, no hace ni siquiera eso. Quita el cubrecama, se acuesta y cierra los ojos. Suena el teléfono, se levanta a contestar. Probablemente sea su hija mayor, diciendo que volvió sin problemas de Los Ángeles y algo sobre la entrevista que tenía en Berkeley. Es el sheriff. “Ha colgado antes de que pudiera terminar. Quería decirle cómo dar conmigo, dónde estamos, en qué hospital se encuentra su hija y algunos detalles que usted o la persona que usted designe para que lo represente debe saber, y hacer”. “Tomaré un avión. No he subido a un avión en casi quince años. Entiendo que hoy volar es muy diferente. Los preparativos en el aeropuerto, las largas esperas y todo eso. Voy a buscar un lápiz. Una lapicera, quiero decir. Siempre llevo una encima. Soy escritor. ¿Qué es un escritor sin lapicera? Pero por alguna razón no tengo ninguna en los bolsillos de mi pantalón, y no hay ninguna encima de mi cómoda. Es ahí donde estoy. En mi dormitorio. Estaba trabajando aquí, cuando usted llamó, porque también lo uso como estudio. Suelo dejar una lapicera sobre la cómoda para los mensajes, y para garabatear mientras hablo por teléfono. ¿Dónde está? ¿A qué aeropuerto debo volar? Lo recordaré”. “Señor, mejor escríbalo”. Encuentra una lapicera en su mesa de trabajo y escribe en un papel, apoyado sobre la cómoda, el nombre y el número de teléfono del sheriff y los nombres del hospital, el aeropuerto y la ciudad. El papel es un señalador que vino con el último libro que compró en la única librería en la que compra sus libros. Siempre ponen uno dentro del libro que uno ha comprado. “Creo que ahora tengo todo lo que necesito”, y cuelga el teléfono. Se acuesta en su cama. Debería llamar a su hija menor, en Chicago. ¿Qué hizo con el señalador? En fin, si se perdió, se perdió. Pero no puede haberse ido muy lejos. Debería llamar a una de sus hermanas. Pero qué harán esas dos, sino gritar y llorar y decir que esto es lo peor que podría haber sucedido. Ojalá pudiese hablar con su esposa. No sabe cómo manejar esto solo, al menos por ahora. Tal vez si cerrara los ojos y durmiera un poco. Cierra los ojos. Tiene que llamar a su hija menor. Ellas eran muy unidas. Pero entonces tendrá que lidiar con su histeria. Tal vez podría mandar a una de sus hermanas a decírselo, pero su hija tan solo querría escucharlo de boca de él. Se levanta y va hasta la habitación de su hija mayor. ¿Cuándo fue la última vez que ella durmió aquí? Un par de semanas atrás. Vino brevemente de visita. Tenía un pasaje gratis de ida y vuelta gracias a todos los vuelos que había hecho en los últimos años. Cuando la dejó en el aeropuerto, ella dijo que la había pasado fantástico. Cuando la llamó a Los Ángeles, al día siguiente, volvió a decirle que la había pasado fantástico. Él le tenía la cena preparada, el día que llegó. Ella dijo que no había probado una comida mejor desde la última vez que estuvo aquí. Él dijo que había empezado a prepararla una semana antes y que la había descongelado el día anterior. La ensalada, dijo, la había hecho hoy. El tercer y último día salieron a cenar a un restaurante japonés. ¿Qué habían preparado de cenar la segunda noche? Ella le regaló un dibujo que hizo en California. Había trabajado en él durante varias semanas. “Deberíamos mandarlo a enmarcar”, dijo él. Al día siguiente de su llegada fueron a una casa de marcos de cuadros. “Elige el que te guste”, dijo ella. “No, tú sabes más de estas cosas. Pide lo que quieras, no me importa el precio”. Dejó una seña por el marco. Aún no lo llamaron para decirle que el marco está listo. ¿Qué va a hacer cuando lo llamen? Dirá: “No puedo hablar ahora. Lo llamaré dentro de un par de semanas”. Después de salir de la casa de marcos fueron a almorzar. Ese día, más tarde, él iba a ir a la YMCA a hacer ejercicio y a nadar, y le dijo si quería ir con él. Ella le preguntó si la dejaría de camino, en caso de que encontrara una clase de yoga en la ciudad. En la computadora del estudio de su esposa encontró una clase de yoga. Él la dejó de camino y después la pasó a buscar, al volver de la YMCA. Esa noche pidieron comida persa, una de las favoritas de su esposa y de sus hijas. Se sienta allí, en la cama. Ella entra en la habitación. “¿En qué estás pensando, papi?”. “Nada”, dice él, “solo pensaba”. “Tiene que ser en algo”. “En tu mamá. Ha estado todo tan solitario sin ella. Pero no quiero ponerte triste contándote lo triste que estoy yo. Ya van dos años y apenas si logro adaptarme. Todas las decisiones que tengo que tomar solo, ahora. Ella era tan buena dándome consejos, ayudándome a decidir y a planear lo que debíamos hacer. También estoy triste porque te vas”. “Me gustaría quedarme más tiempo, pero tengo que volver a dar clases”. “Deberíamos haberlo previsto mejor. Planear que vinieras durante tus vacaciones de primavera. Eso es lo que mami habría sugerido, porque ¿cuál era el apuro? Pero estoy contento, aun del poquito tiempo que estuviste. Fue divertido. Un lindo cambio, para mí”. Ella se sienta sobre la cama y le sostiene la mano. “Voy a tratar de venir también para las vacaciones de primavera”. “Sí, hazlo. Yo pagaré el viaje, y no me importa lo que cueste. Debería llamar a tu hermana, ahora. No quiero, pero es algo que debo hacer. Y tengo que llamar a una compañía aérea. ¿Qué compañía tiene vuelos a Santa Bárbara, o a la ciudad más cercana? No sé cómo averiguarlo”. “Llama a cualquier compañía aérea en la guía telefónica. Ellos te dirán”. “Bien pensado. ¿Podrías hacerlo tú por mí? Luego llamaré a tu hermana. Y a tus tías, o a una de ellas, que puede llamar a la otra”. “Ahora soy yo la que no está pensando”, dice ella: “Puedo encontrar toda la información que necesitas en la computadora”. Ella sale de la habitación. Él va a su dormitorio y se acuesta en la cama. Pliega las manos sobre su pecho y cierra los ojos. Debo parecer un cadáver, piensa. Solo me falta tener puesto un traje con todos los botones abrochados, una camisa de vestir y una corbata. Suena el teléfono. Lo va a dejar que suene. Pero tal vez sea su hija mayor. Se levanta, agarra de encima de la cómoda el auricular del teléfono y dice hola. “Encontré la compañía aérea que deberías tomar”, dice ella en el auricular. “Dime cuál es”, dice él, “lo escribiré, pero ¿qué voy a hacer con el gato? Tendré que conseguir a alguien para que se ocupe de él”. “Llama a alguno de tus amigos, o a los amigos de mami. Cualquiera de ellos lo haría por ti”. “Eso significaría tener que hablar con alguien, aparte de tu hermana y de alguna de mis hermanas, y de ti. No podría. Ahora mismo soy incapaz de hacerlo. Realmente no veo cómo puedo ir a California”. “Tienes que hacerlo. Yo voy a estar ahí. Nos divertiremos tanto. Te mostraré mis lugares favoritos. Iremos a museos. Y aquí hay tantas buenas galerías y restaurantes”. “De acuerdo, voy a ir”. Se recuesta en la cama y vuelve a abrazarse el pecho con las manos. Ve que tiene puesto un traje, una camisa de vestir y una corbata. El traje es el mismo con el que se casó, en el departamento de ella, veintinueve años atrás. Su esposa insistió en que lo comprara para la boda. Él iba a ponerse una vieja chaqueta deportiva y un pantalón recién planchado. El traje tiene algunos agujeros de polilla, pero todavía le queda bien. “Soy

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