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de sufrimiento humano estaba abierta delante de Dios, y él no lo aprobaba. Nabucodonosor se estaba autoexaltando a un nivel casi divino, como la figura del rey de Babilonia que representaba al diablo en Isaías 14:12-15.

      Ahora, Nabucodonosor estaba a punto de recibir su merecido castigo predicho en el sueño profético del año anterior. Ahora él sería arrojado al suelo y tomaría su lugar con los más bajos entre los bajos, con los animales mismos. Él había tenido un año completo de prueba en el cual debía arrepentirse de lo que había hecho y de su orgullo al respecto, pero no dio ese paso hacia el Dios verdadero. Ahora era el momento de ejecutar su sentencia.

      El tipo de locura a la que fue sujeto Nabucodonosor es muy poco común, pero no desconocida en la práctica psiquiátrica moderna. El nombre técnico de esa conducta animal en los seres humanos, parecida a la de un lobo, es licantropía.

      En vista de la situación general que existiría en el caso de un rey que estaba incapacitado de esta forma por un periodo extenso de tiempo, uno se pregunta: ¿Cómo hizo Nabucodonosor para mantener el trono a pesar de su locura? Este hubiera sido el momento ideal para que algún usurpador asesinara al demente rey y tomara el trono en su lugar.

      La razón probable por la que esto no ocurrió tiene que ver con la perspectiva antigua respecto de la enfermedad mental. Ellos creían que ésta era causada por los demonios, que eran dioses menores malévolos hacia la raza humana. También creían que si se mataba deliberadamente a una persona mientras sufría de demencia, el dios demonio que había causado la enfermedad mental, caería sobre el criminal. Por tanto, nadie se arriesgaría a adquirir una enfermedad mental matando a una persona así afligida. La teología babilónica, o la psicología, probablemente protegió a Nabucodonosor durante el periodo de su incapacidad.

      Varias veces el texto expresa el tiempo que duraría la locura, que era de “siete tiempos” (vers. 16, 23, 25). Por un proceso de eliminación, se puede ver que la única unidad de tiempo que encaja en la palabra “tiempos” es “años”. Así ha sido entendido desde los tiempos pre cristianos. La versión griega del capítulo 4 del libro de Daniel traduce esta palabra como “años”. Así, en el sueño de Nabucodonosor, la palabra “tiempos” significa “años”. El rey iba a estar incapacitado y demente durante siete años.

      Podríamos considerar este juicio bastante severo, pero tuvo los efectos deseados. Al final del tiempo, cuando Nabucodonosor volvió a su estado normal, también volvió a la conciencia y reconocimiento del verdadero Dios (compare con 2:47; 3:8, 29). El rey reconoció a Dios en su salmo de alabanza al principio del capítulo (vers. 2, 3) y al final del capítulo (vers. 34, 35). Nótese que él glorificó y alabó al Dios de los cielos primero, antes de que hablara de la devolución de su reino y la restauración de su cargo y poder (vers. 34-36). Nabucodonosor ahora veía los asuntos divinos y humanos en su correcta prioridad. En toda esta narración, la frase conclusiva de Nabucodonosor fue: “Y él [Dios] puede humillar a los que andan [como yo] con soberbia” (vers. 37).

      Una de las preguntas que hicimos al principio de este capítulo fue: ¿Fue justo Dios al juzgar a Nabucodonosor de esta manera? Ahora podemos ver que la respuesta final a esta pregunta es sí. Sí fue justo de parte de Dios. Aun Nabucodonosor mismo reconoció ese hecho al final de la historia. Cuando andaba entre los animales, probablemente no podía percibir el gran hecho central de Dios en su experiencia personal. Pero cuando fue restaurado a su sano juicio y recordó todo el asunto, ahora sí podía ver la mano de Dios en todo. En esta coyuntura de su vida, Nabucodonosor se convirtió en un creyente del verdadero Dios, en contraste con los dioses falsos del politeísmo a los que había adorado anteriormente.

      Daniel, el profeta de Dios, estaba en la escena de la acción para explicar al rey lo que todo eso significaba. Al mismo tiempo, Dios continuó hablándole a Nabucodonosor. Tan severo como el juicio divino sobre Nabucodonosor pueda parecer, en última instancia produjo su conversión al Dios verdadero. Así que no es de sorprender que después del capítulo 4 no oímos nada más acerca de Nabucodonosor en el libro de Daniel. Hay un peregrinaje espiritual en el libro que cuenta la experiencia personal de Daniel, y también está la historia del peregrinaje espiritual de Nabucodonosor. Él recorrió el camino desde ser el más poderoso rey de su tiempo —un gobernante orgulloso y egocéntrico— hasta el punto donde se transformó en un creyente humilde y confiado que alababa al Dios verdadero. Al final del capítulo 4, dejamos a Nabucodonosor regocijándose en la salvación que había llegado a su casa real ese día.

      LA LECCIÓN DE NABUCODONOSOR ES PARA NOSOTROS

      Si bien no tenemos el poder y la autoridad personal que Nabucodonosor ejerció como gobernante, aun podemos aprender de su experiencia. Tal como él, nosotros probablemente tendemos a pensar mejor de nosotros mismos de lo que debemos. Tal como él, ensalzamos nuestros propios logros, grandes o pequeños. Su frase “¿no es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué?” aún resuena en nuestra experiencia hoy día. Esta clase de orgullo y autofelicitación no murió con la caída del Imperio Neobabilónico. Sigue viva hoy en la naturaleza humana y se sigue manifestando de varias formas. Es el fundamento de las religiones modernas del humanismo, el cual sostiene que los seres humanos son tan competentes mental y físicamente que no tenemos necesidad de ayuda de ninguna fuente exterior, inclusive Dios. Pero justo cuando llegamos a este punto en nuestra experiencia, algo viene a molestar esa autoconfianza y nos derriba en los brazos de nuestro Padre celestial, el único que puede satisfacer nuestras necesidades. El problema puede ser individual —una crisis de salud. O puede estar relacionado con la familia —la muerte de un ser querido. Puede ser algo local, una inundación o incendio, o nacional e internacional, una guerra o hambruna. Cualquiera que sea la forma que adopte la crisis, aprendemos que nuestros propios recursos son inadecuados para salir adelante. Nuestra dependencia no puede estar en el yo; tiene que estar colocada en algo mayor que nuestras habilidades. Como Nabucodonosor, tenemos que encontrar finalmente nuestra razón para vivir en algo mayor y externo a nosotros mismos. La filosofía del humanismo y nuestro orgullo humano quedan en bancarrota cuando se trata de las más profundas necesidades de nuestro ser. Encontramos nuestra más elevada posición en la vida cuando nos arrodillamos humildemente al pie de la cruz. Nabucodonosor descubrió eso, y nuestra experiencia nos guía a la misma conclusión.

      A veces nos quejamos acerca de estas situaciones de prueba. “¿Por qué a mí?”, es un clamor constante cuando la tribulación nos llega. Los reveses que experimentamos en la vida puede que no sean tan directos o tan severos como los que enfrentó Nabucodonosor, pero deberían terminar con los mismos resultados. Debemos ser capaces de ver la mano de Dios que nos dirige a través de la prueba; finalmente debemos ser capaces de ver cómo Dios las ha usado para refinar nuestros caracteres y enseñarnos a confiar en él en los momentos de prueba. Al final de su experiencia, Nabucodonosor no expresó ninguna queja contra Dios por la demencia que le había sobrevenido. No fue tan severa. No duró tanto tiempo. No discutió con Dios; sencillamente se hizo atrás y alabó a Dios por el papel que había jugado en su vida.

      Nosotros también deberíamos poder analizar nuestras experiencias pasadas y observar la forma en que Dios nos ha guiado. Debidamente comprendido el pasado, no cambiaríamos nada de lo que la providencia permite que llegue a nuestras vidas, aunque algunos episodios puedan ser duros y dolorosos. Cuando llegamos al punto final a que llegó Nabucodonosor, la severidad de esas experiencias se desvanece y es transformada en alabanza a ese Dios que nos ha guiado, aun en medio del valle de sombra.

      EL BANQUETE

      Daniel 5 inicia con Belsasar preparando un banquete. Esto puede parecer extraño cuando uno recuerda que en el momento en que Belsasar ordenaba el banquete, ¡una división del ejército persa estaba fuera de las murallas, sitiando a la ciudad! ¿Acaso no era este un momento insensato para celebrar?

      Así pareciera al principio, pero a la luz de todas las líneas de defensas detrás de las cuales este banquete ocurriría, podemos apreciar mejor la confianza que Belsasar tenía en sí mismo. Babilonia era defendida por dos conjuntos de murallas, la muralla exterior y la muralla interior. Ambas eran, en realidad, murallas dobles. Los dos muros interiores eran de 3,65 metros y 9,14 metros de grosor respectivamente. Los dos muros que componían la muralla exterior tenían 7,30 metros y 8 metros de grosor. Por lo tanto,

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