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a Daniel es sugerir que fue un simple peón que quedó atrapado por las circunstancias de la política internacional de su tiempo. Tal evaluación se fundamenta en las condiciones políticas fluctuantes de finales del siglo séptimo a.C.

      Era un tiempo de transición. Judá existía en una estrecha franja de tierra entre el Mar Mediterráneo y el desierto oriental. Ese estrecho corredor de tierra se atravesaba en el camino de conquista tanto de los egipcios al sur como de los poderes mesopotámicos de Asiria y Babilonia al norte. Repetidamente, las poderosas fuerzas militares del norte y del sur cruzaban a través de Palestina. En rápida sucesión, el pequeño reino de Judá cayó bajo el control de tres naciones diferentes al final del siglo séptimo a.C.

      Primero, estaba Asiria. Arurbanipal, el último gran rey del Imperio Asirio, murió en el año 626 a.C., dos o tres años antes que naciera Daniel. Con su muerte, ocurrieron cambios mayores en el Cercano Oriente. El Imperio Asirio se rompió en muchos pedazos y por algún tiempo el pueblo de Judá disfrutó de un respiro al debilitarse el control asirio. El rey Josías aprovechó la oportunidad de ese intervalo para comenzar una reforma religiosa en el país (ver 2 Rey. 22:8-23:25). Según indicó el profeta Jeremías, sin embargo, la reforma de Josías no penetró ni duró lo suficiente (ver Jer. 3:10).

      En ese vacío de poder, los agresivos faraones de la dinastía vigésima sexta en Egipto pronto se colocaron en posición de tomar el control del Asia Occidental hasta el mismo río Éufrates, donde retuvieron el dominio por una década aproximadamente. Mientras tanto, un nuevo poder surgía en el oriente. Los babilonios, en combinación con los medos de las montañas del norte de Irán, atacaron con éxito los grandes centros poblacionales de Asiria: Nimrod y Nínive. Conquistaron estas ciudades y luego las destruyeron. Al avanzar por el afluente oriental del Éufrates, sus actividades los llevaron a una confrontación con los egipcios en la región superior del río.

      Después de una escaramuza inicial en el 611 a.C., los babilonios y los egipcios combatieron en gran batalla en el 605 a.C. Jeremías menciona esta batalla en Jeremías 46:1-12, donde provee una descripción de la derrota desastrosa de los egipcios. También tenemos las palabras de los propios anales reales de Nabucodonosor respecto a estos eventos. Allí, su escriba registró:

      Nabucodonosor, su hijo mayor [de Nabopolasar], el príncipe heredero, reunió [al ejército babilónico] y tomó el control de sus tropas; marchó a Carquemis, la cual está en las orillas del Éufrates, y cruzó el río [para ir] en contra del ejército egipcio, el cual acampaba en Carquemis… pelearon el uno con el otro y el ejército egipcio se retiró delante de él. Nabucodonosor consumó su derrota y los batió hasta hacerlos desaparecer.

      Estos decisivos eventos pusieron de cabeza todo el panorama político del antiguo Cercano Oriente. Lo que anteriormente estaba bajo el control egipcio, ahora cayó bajo el control de Babilonia, incluyendo todo el territorio al sur de la frontera con Egipto. Muy naturalmente, eso incluyó al reino de Judá. Los registros reales de Babilonia —los textos de las Crónicas de Babilonia— ilustran esta situación. Estos textos, escritos en cuneiforme, que quiere decir escritura con forma de cuña sobre tablillas de arcilla, eran relatos año con año de los eventos mayores durante el reinado del rey. No dan detalles de esta conquista en particular pero afirman en términos generales: “Cuando Nabucodonosor conquistó toda el área del país de Hatti”. La designación de “país de Hatti” era un residuo de los días cuando los hititas gobernaban Siria y Palestina. Los hititas habían dejado de existir desde hacía mucho, pero la designación aún permanecía. Incluía todos los reinos desde Siria en el norte hasta Judá en el sur.

      Uno puede preguntarse por qué los registros de Nabucodonosor no mencionan específicamente a Jerusalén como una de las ciudades que conquistó. La razón probable fue que Joacim, el rey de Judá durante ese tiempo, pudo ver que resistirse a Nabucodonosor era inútil, por lo cual se rindió. Así, no fue necesario que los babilonios montaran una guerra en toda su dimensión contra la ciudad. Los textos de la Crónica de Babilonia mencionan solo aquellas ciudades que se resistieron hasta que las tropas babilónicas las dominaron. Las ciudades que se rindieron antes de ese punto, como Jerusalén, no se mencionan por nombre.

      Un observador de la escena histórica en el Cercano Oriente en el 605 a.C. podría haber pensado que todo esto era el resultado de cambios en las lealtades y poder humanos. Pero había más que eso. Daniel indica esta dimensión adicional al mismo principio de su libro. Joaquín se rindió y cayó en manos de Nabucodonosor no solo porque era un rey malo, que lo era, sino porque Dios lo permitió y dirigió los eventos de esta manera. Había un factor invisible involucrado en el curso de estos eventos, y era un factor divino. Daniel 1:2 dice: “El Señor entregó en sus manos a Joacim, rey de Judá”. Si bien ésta no era la intención original de Dios para su pueblo, su apostasía —dirigida por el rey Joacim— trajo como consecuencia este triste curso de eventos. Puesto que el pueblo de Dios había renunciado a su fe en Dios y había dejado de participar en su pacto, también habían perdido el derecho a la protección divina de enemigos como Babilonia (véase Deut. 28:1; 30:20).

      LA EXPERIENCIA PERSONAL DE DANIEL

      Aunque en ese momento Judá no tenía una vigorosa fe en Dios, había algunos que eran fieles a Dios. Daniel y sus amigos se hallaban entre aquellos que retuvieron su fe a pesar de la apostasía general. Esto no previno que fueran llevados al exilio, pero les dio la oportunidad de testificar acerca de su fe durante dicho exilio. De hecho, la fidelidad de estos siervos de Dios inclusive en los momentos más difíciles es uno de los puntos destacados en el libro de Daniel. Entonces, se nos hace la pregunta: ¿Enfrentamos nosotros en nuestras vidas pruebas semejantes o aun menores con una medida semejante de fe? Con un ejemplo de fe y valor tan enérgico como el que Daniel y sus amigos nos han dejado, ¿no deberíamos nosotros ejercitar la misma devoción y confianza en Dios al enfrentar las pruebas que nos sobrevengan?

      Imagínese usted mismo en la situación de Daniel. Usted es joven, a punto de dar inicio a la vida adulta. Toda oportunidad pareciera extenderse delante de usted. Pero entonces una curva súbita en el camino de la experiencia aparece ante usted. En vez de echar mano de las oportunidades disponibles en su ciudad o país, ahora usted es arrastrado a una tierra extraña y remota. Además, no se le concede ningún privilegio durante su recorrido y tiene que caminar seiscientos cincuenta kilómetros a través del desierto para poder llegar a su destino. No tiene ninguna garantía de que volverá a ver a su familia u hogar otra vez. De hecho, lo más seguro es que no lo hará. ¿Cuál habría sido su actitud? ¿El desaliento? ¿La depresión? ¿Se habría usted preguntado cómo es que Dios le hizo todo esto? Ahora que ninguno de sus compatriotas lo podría observar, ¿habría usted decidido que bien podría vivir de la forma que le pareciera con tal de llevársela bien en la tierra de sus captores?

      Algunas de estas ideas bien pudieron haber pasado por la mente de Daniel y sus amigos, pero no les prestaron más que atención pasajera al reaccionar a sus difíciles circunstancias.

      Llevar prisioneros de países cautivados era una política usual que los babilonios y egipcios ejercían. Hombres jóvenes de potencial considerable eran llevados a la capital del imperio para ser entrenados en las prácticas y cultura de los babilonios o egipcios. Esto se hacía con un propósito. El punto era entrenar a estos jóvenes para el servicio futuro al imperio. Cuando el rey o los administradores de los países conquistados salían de la escena de la acción, sus cargos podían ser tomados por individuos de su misma nación que habían sido entrenados en el pensamiento babilónico o egipcio. De esa forma Babilonia, por ejemplo, podía obtener administradores que tuvieran conocimiento íntimo de las costumbres locales de la gente a quienes ellos gobernarían, pero cuya lealtad suprema había sido cultivada hacia Babilonia mediante la educación recibida.

      Cuando Daniel y sus amigos llegaron a Babilonia, iniciaron un extenso programa de estudios. Las diferentes disciplinas que llegaran a dominar les permitirían convertirse en mejores burócratas babilonios, mejores siervos del gobierno. Indudablemente estudiaron la escritura cuneiforme babilónica. Esta incluía aprender un elaborado sistema de signos que se escribían en una tablilla de barro fresco con la punta de un punzón. La escritura cuneiforme nos ha provisto algunos de los ejemplos más antiguos de escritura producidos por la raza humana. Muchas muestras

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