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De este modo, el derecho a la rebelión entrará a formar parte del corpus ideológico de las revoluciones burguesas.

      Con la Declaración de Independencia empezó una guerra de más de seis años entre la metrópoli y las Trece Colonias rebeldes. La nueva colonia canadiense, gobernada militarmente sin asamblea, continuó fiel a la metrópoli y se convirtió en el principal refugio y base de operaciones de los realistas que lucharon contra los colonos sublevados. La guerra empezó con demostraciones de fuerza de la metrópoli –Nueva York y Filadelfia–, y operaciones arriesgadas de los rebeldes –Trenton y Princeton–. En 1777 las milicias continentales consiguieron en Saratoga la rendición del general Burgoyne, que comandaba las tropas realistas del norte que se refugiaron en Nueva York. La guerra se desplazó hacia el sur y, el 19 de octubre de 1781, el general realista Cornwallis se rindió en Yorktown. Las tropas de Washington ganaron la guerra porque disfrutaron de una coyuntura internacional muy favorable. El rey francés envió tropas y dos escuadras navales para apoyar las acciones militares de Washington; la escuadra francesa de De Grasse fue vital para la rendición de Cornwallis. Los franceses también atacaron otras posesiones coloniales británicas, igual que los españoles, que aprovecharon la coyuntura para penetrar por el norte de Nueva España y atacar las posesiones británicas del Caribe y, en Europa, las próximas a la península Ibérica. En 1779 los franceses y los españoles firmaron un tratado para recuperar los territorios que habían perdido en la guerra de los Siete Años y, en 1780, los franceses crearon una liga a favor de la libertad de los mares.

      En conclusión, la independencia se produjo porque la metrópoli quería controlar cada vez más y mejor a las colonias, y las respectivas asambleas de éstas no estuvieron dispuestas a aceptar este reformismo centralizador. Las colonias habían experimentado un crecimiento económico y de población –se había producido una intensa inmigración de europeos y una incorporación forzada de esclavos africanos–, y este crecimiento les permitió hacer frente a la metrópoli. Es necesario añadir que la política imperial francesa y española, como ya hemos dicho, también tuvo una gran trascendencia en el proceso (Hernández Alonso, 1996).

      La razón de la independencia fue clara y explícita: el hecho de pertenecer al Imperio británico era un obstáculo para el crecimiento de las propias colonias. La pregunta, pues, es inmediata: ¿significó la independencia un gran desarrollo?

      Con respecto a la población, el crecimiento fue extensivo:

      1710 = 0,33 millones de habitantes.

      1775 = 2,5

      1815 = 8,5

      Económicamente, Inglaterra subvencionaba algunos productos que le resultaban interesantes: madera, construcción naval, añil..., y permitía el transporte de mercancías en barcos de las colonias en sintonía con las actas de navegación. Después de la independencia, lo que pasó fue que pesó más el crecimiento basado en: a) la producción campesina de cereales, puesto que antes Inglaterra había prohibido el tráfico y había grabado su consumo; b) las manufacturas autóctonas, que Inglaterra no necesitaba y que, por tanto, no compraba; y c) las grandes plantaciones (arroz, tabaco), con una expansión antes controlada por la metrópoli mediante el monopolio comercial. Es necesario hacer énfasis en que los intereses agrarios fueron decisivos, puesto que, en 1775, un 90 % de la población eran campesinos (G. Washington y T. Jefferson también eran campesinos, un concepto amplio que no debemos conectar a la extensión de la propiedad).

      En conclusión, lo que sucedió fue que, a la hora de la verdad, pesó más aquel sector de la economía colonial que no se beneficiaba de la articulación con la metrópoli y que deseaba desarrollarse autónomamente. En esto consistió la independencia.

      Que la constitución del nuevo Estado abriera el camino de este crecimiento no quiere decir que éste surgiera inmediatamente. Lo que sí quedó claro fue que, hasta 1793, las relaciones con Inglaterra experimentaron una importante reducción.

      Valor de las exportaciones a Inglaterra:

      1772-1775 100,7

      1784-1787 83,7

      1788-1791 90,6

      En 1793 se invertirá la tendencia, gracias a la introducción masiva del algodón (la desmontadora) y a la guerra en Europa.

      ¿Qué pasó con el otro sector de la economía? Estados Unidos habría podido incrementar sus exportaciones en otros países, pero era un mal momento, por el proteccionismo generalizado y por la supremacía inglesa, tal y como evidencia un informe de T. Jefferson de 1793 (Douglas-North, 1969). Esto no quiere decir que la independencia fue un fracaso, puesto que permitió un desarrollo propio, a largo plazo; un desarrollo que empezará a partir de 1793, especialmente, como ya hemos dicho, por la introducción masiva del algodón y su exportación a los países beligerantes europeos. Y fue posible aprovechar esta coyuntura porque Estados Unidos ya no era una colonia inglesa. En este sentido fue una revolución burguesa, en la medida que sentó las bases del desarrollo del capitalismo en el ámbito político, mediante la representación política, al crear un Estado propio. Por lo que respecta a las estructuras internas, los cambios fueron menos importantes. Se procedió a la expropiación de los lealistas y se cambiaron algunas leyes del pasado que no eran más que reliquias, pero la propiedad no sufrió grandes modificaciones. Paralelamente, las estructuras sociales que habían surgido dentro del sistema colonial (estructura de la propiedad, esclavitud, etc.) no fueron alteradas (Zinn, 1997).

      En este contexto, con estas modificaciones y estas permanencias, Estados Unidos se convirtió en una nación. Para la historiadora francesa M. Elise Marientras (1977), la revolución de las Trece Colonias es la creación artificial de una nación, puesto que sólo existe en común la voluntad de crecer y de desarrollarse, obviando la exposición de la forma en la cual se realizará este propósito. Esta realidad tendrá grandes repercusiones a lo largo de toda la historia de Estados Unidos hasta la actualidad. El historiador radical R. Hofstadter (1984) opina que el nuevo país estará caracterizado por un sentido paranoico de manía persecutoria; esto es, una obsesión porque se ponen obstáculos a su crecimiento, lo cual condicionará extraordinariamente su comportamiento político.

      El proceso de independencia había sido lento. La configuración de una nueva sociedad y una nueva economía fue, igualmente, un proceso pausado. Por eso es por lo que las fórmulas políticas para la formación de un nuevo Estado fueron definiéndose poco a poco. Sus formas definitivas se adaptaron a las nuevas necesidades originadas por la independencia.

      a) Durante la guerra

      Los congresos de Filadelfia eran reuniones eventuales con objetivos casi exclusivamente defensivos. En 1776, R. Lee, el mismo que había propuesto la aprobación de la independencia, sugirió la constitución de una confederación: una organización estatal en la cual las partes integrantes no renuncien a su soberanía, y que se diferencia de lo que es un Estado federal. Las antiguas colonias se erigen en soberanas, aun cuando voluntariamente se integran dentro de una unidad superior: la confederación. Hasta tal punto no implica pérdida de soberanía particular, que cualquiera de ellas podría separarse en el momento que lo considerara oportuno.

      La soberanía reside en los Estados, no en los ciudadanos. No hay ciudadanos de la confederación, sino de los distintos estados, lo cual consagraba la autonomía de las antiguas colonias para decidir sobre sus problemas internos. No es necesario insistir en la importancia de este hecho, teniendo en cuenta que la estructura social y política de los estados iba a ser decisiva. A pesar de todo, sólo dos estados se dotarán de nuevas cartas: Massachusetts y New Hampshire. Como el resto se limitó a reformar las viejas cartas coloniales (tan sólo eliminando las alusiones al Parlamento y al rey inglés), éstos dos se ganaron la fama de revolucionarios.

      La dirección estatal de la confederación tendrá asignados varios papeles (cuyo cumplimiento se concede a un débil Congreso): el arbitraje entre los estados, el Ejército, las relaciones exteriores y el cobro de los impuestos en relación directa con los habitantes de cada Estado. Un problema importante,

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