Скачать книгу

seria y respetada, y probablemente por eso, los funcionarios del DAS permitían esa flexibilidad con los carnets de la institución.

      En otras oportunidades, le pedía la cédula prestada a un amigo de mucha confianza, y en cuya foto nos parecíamos (realmente mucha gente se parecía en esas fotos antiguas) y yo respondía con seguridad al nombre y al número de la cédula de mi amigo, haciéndome pasar por él, cuando el funcionario del DAS me lo preguntaba. Pero cada viaje, o cada retén de la Policía que lograba pasar, me dejaba con los nervios destrozados y tembladera, de solo pensar que podían haberme capturado.

      En abril de 1998, se me ocurrió llamar al abogado, pues ya habían pasado tres años desde la presentación del recurso de Casación, y más de un año que no hablaba con él, para preguntar por la respuesta de la Corte. Así que cuando me contestó y me dijo que la Corte Suprema de Justicia había aceptado la presentación del recurso, pero ratificado la condena de 49 meses, no me sorprendió.

      – Doctor ¿y cuando se pronunció la marica Corte?

      – En abril del año pasado –es decir, 1997

      – ¿y qué Magistrado fue el que la ratificó?

      – Fueron dos ponentes, me acuerdo que uno fue el magistrado Vladimiro Naranjo

      ¡Vladimiro maricón!, pensé.

      – ¿Y porque hasta ahora me informa?

      – Porque usted hasta ahora llama.

      – Claro doctor, pero ¿no le parece que esa noticia era importante para haberme llamado e informarme?

      – La verdad, pensamos con mi esposa, que usted ya aprendió a convivir con ese problema, y que mientras más pase el tiempo, se acerca la prescripción de la condena. Mire, ya lleva prácticamente un año de ratificada la sentencia, es decir que le quedan cuatro años para que prescriba.

      – Ahhh…

      – Por eso decidimos no informarlo tan pronto salió, sino más bien que pasara el tiempo para usted y que estuviera tranquilo en lo suyo, así el tiempo se le hace más corto. Ahora lo que tiene que hacer es cuidarse estos cuatro años que le quedan, hasta abril de 2002, para que la pena prescriba. No dé papaya, usted ya sabe cómo es el asunto.

      – Gracias, doctor, hasta luego –colgué.

      Prescripción. Bendita prescripción. Faltaban cuatro años. Cuatro años eran bastante, pero menos que los casi 8 que llevaba conviviendo con la bestia. Esa noche, reflexionando largamente sobre el asunto, pensé en la posibilidad de ir a la Corte y presentármeles en persona a los dos magistrados que me habían clavado, que me habían condenado sin conocerme. Pensé en que la justicia es muy injusta, pues el juez de primera instancia, el juez del Tribunal de segunda instancia y los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, habían tomado sus decisiones sin conocerme, sin escucharme siquiera. Claro, estaban los argumentos jurídicos de las apelaciones, pero estos eran argumentos sin ver la cara del sospechoso, sin escuchar su voz, sus movimientos, sus palabras.

      Pensé que un juez, o un magistrado, antes de tomar su decisión para “impartir justicia” (¡por Dios, que responsabilidad tan grande con otro ser humano!) debería tomarse muchas horas hablando con el sindicado, conocer sus puntos de vista, sus antecedentes, contados por él mismo, no por otro, conocer su familia, de donde viene, qué ha influido en su personalidad, en su psique, en su comportamiento, sus ideales, sus miserias, sus decisiones, y luego de ello, y con la ayuda de un sicólogo que exprese su punto de vista y le dé más elementos reales de juicio, pueda tomar una decisión más equilibrada, más justa (¿acaso las personas no se casan después de conocer bien a su pareja? No es por cuentos de otros). Y que luego le digan ¡culpable o inocente!, no antes.

      Pensé en presentarme a la Corte, pedir cita, pues seguramente ni sabrían quién era Roberto Sanabria García, con tantos procesos que estudian, y decirles quien soy yo, contarles cómo ha sido mi vida y en esa conversación franca, abierta, honesta, se dieran cuenta del error que cometieron al condenar a una persona inocente, ateniéndose a argumentos escritos por otros. Compartí esta reflexión al otro día con un abogado conocido y me dijo:

      – Lamentablemente el sistema judicial funciona así, sobre los hechos procesales, no sobre los comportamientos y los sentimientos humanos. Si usted va y se presenta en la Corte, lo obvio es que cuando sepan quién es usted, lo detengan inmediatamente y empiece a pagar su condena.

      Desistí de mi filantrópica idea y decidí que mi vida continuaría como venía, hasta que llegara ese anhelado abril de 2002, para declarar mi grito de independencia, representado en la prescripción.

      Trabajé hasta septiembre de 1998 en el Corpes y luego me pude dedicar a escribir mi trabajo de monografía, para optar al título de especialista en Gobierno, gerencia y asuntos públicos, que adelanté también en el Externado de Colombia y que pude pagar con mi trabajo y crédito del Icetex.

      A finales de enero de 1999, con 29 años de edad, ingresé a trabajar a la Corporación Universitaria del Meta, como decano de la Escuela de Ciencias Administrativas y Económicas. Tenía bajo mi responsabilidad prácticamente la mitad de estudiantes de la universidad (unos 900) de cinco facultades (administración, economía, contaduría, mercadeo y publicidad y administración hotelera), y los docentes de las mismas (unos 60, entre docentes de planta y docentes de cátedra); el trabajo era intenso, pues además de actividades administrativas, tenía 12 horas de clase a la semana. La experiencia fue importante por lo intensa. Allí estuve hasta agosto de ese año como decano y termine el año como docente de cátedra.

      En enero de 2000, el sociólogo Wilson Ladino, con quien había trabajado en el Corpes, me dio la mano y logré ingresar a la Universidad de los Llanos, como coordinador del programa de Administración Financiera, que tenía la universidad en convenio con la Universidad del Tolima. Trabajé casi seis meses, hasta junio, cuando mi amigo Juan David Villa, a quien había conocido cuando trabajé en la Revista Vida Espiritual, me invitó a presentar mi hoja de vida en el Centro de Investigaciones y Educación Popular, CINEP, de la Compañía de Jesús, donde trabajaba como sicólogo, en el equipo que atendía la región de Urabá.

      Presenté mi hoja de vida y luego una entrevista con el padre Mauricio García, en ese momento coordinador del equipo de Urabá. Me contrataron a partir de julio de 2000 para apoyar la estrategia de formulación e implementación de proyectos productivos para las familias de desplazados del norte del Chocó, en el municipio de Riosucio y que estaban en proceso de retorno, luego de durar casi cuatro años, desplazadas de sus tierras, y vivir en cambuches en el municipio de Mutatá y Ca-repa (Antioquia). El equipo de trabajo era fascinante: sicólogos, abogados, y un ingeniero agrónomo que trabajaba directamente conmigo; el trabajo también: desarrollar una estrategia para que más de 5.000 familias, recuperaran su territorio a partir del fortalecimiento organizativo, la formación política y la recuperación de sus procesos productivos, base de su seguridad alimentaria (cultivos como ñame, plátano, arroz, maíz, pesca artesanal, gallinas ponedoras); las familias se distribuían por cinco cuencas, de muchas más, tributarias del río madre, el río Atrato, que atra-vesaba mansamente el territorio chocoano, de sur a norte, hasta su desembocadura en el golfo de Urabá, entre Turbo (Antioquia) y Unguía y Acandí (norte de Chocó, frontera con Panamá).

      Mi trabajo específico consistía en visitar las comunidades de estas cinco cuencas (de los ríos Montaño, Curvaradó, Domingodó, Truandó, Salaquí, Jiguamiandó), revisar sus necesidades, sus habilidades para la producción, apoyar la formulación de sus proyectos, comprar los insumos para los mismos, entregarlos y hacerles seguimiento. Una labor humanitaria, de mucho significado para estas familias que intentaban recuperar sus vidas y sus territorios, a partir de recuperar sus cultivos, sus animales, su pesca, los lugares para sus actividades tradicionales, fortalecer la estructura organizativa y sus compromisos con la vida, luego de que atravesaran un período de muerte, destrucción y violencia, generado por el enfrentamiento de los paramilitares bajo el mando de Carlos Castaño y su lugarteniente alias “el Alemán” con el frente 57 de la guerrilla de las Farc, para mantener el control de la zona, un corredor estratégico para el tráfico de coca y el comercio de armas, hacia Centro y Norteamérica.

      Allí

Скачать книгу