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sin contar al infame garrafón.

      —Pues resulta que la muy puta es adicta al LSD, pero está tiesa desde que su novio la dejó. Parece ser que la mantenía o algo así, como la perra que es. El caso es que ella se enteró de alguna forma de que yo tenía lo que ella quería. Me da muy mala espina que la gente que no quiero que se entere de mi trabajo se entere de mi trabajo, pero bueno, por esta vez he tenido buena suerte. El caso es que, el otro día, cuando íbamos paseando por el mercado, se intentó acercar a mí…

      —Bueno, Juan, acercarse a ti… Más bien te empezó a gritar «¡Picha floja, dame lo mío!» desde lejos; además de otras tantas perlas de las que ahora no me acuerdo —matizaré.

      —Es que estaba de mono. Tiene un mono terrible. Ya la conocerás.

      —¿Cómo que «ya la conocerás»? —Me temeré lo peor.

      —No me digas que te has enamorado —comentará Fernando, no sin algo de sorna.

      —No adelantemos acontecimientos —nos intentará tranquilizar Juan—. Ahora solo estoy contando la historia de cómo me la follé. Cuando te fuiste porque tenías que currar en el McDonald’s, ella me siguió al descampado que hay cerca de mi casa. Al principio me dio muy mal rollo, pero cuando dijo «Dame LSD, cabrón. Te haré lo que quieras», me fijé en que tenía un culazo que flipas y unas tetas hechas a la medida de mi pene. Menudos titjobs me podrá hacer, pensé. Así que no tuve más remedio que darle una pasti a cambio de que me ofreciera un servicio especial —relatará Juan como si se tratara de una gran hazaña y no simple prostitución.

      —¿Estás loco, Puskas? ¿No piensas en lo que podría hacerte el Quebrantahuesos si se enterara de que has estado utilizando su valiosa mercancía de esa forma?

      El Quebrantahuesos será uno de los jefazos de la droga locales. Concretamente será el jefazo para el que trabajará Juan. Él será un simple camello sin voz ni voto que se ganará la vida como mejormente pueda. A pesar de su intento de sobrenombre chungo tan risible, será una mala bestia de verdad, firme creyente de la férrea disciplina como modo de ganar aún más dinero. No le conoceré nunca personalmente, pero seguramente será de esas personas que se definen a sí mismas como «hombre de negocios».

      —El Quebrantahuesos solo me avitualla con un determinado número de pastillas y me pide a cambio que le dé una cantidad exacta de dinero. Da igual que un par de pastis se pierdan por el camino. Les subiré el precio a los pijos de la privada, que seguro que ni se enteran, y santas Pascuas.

      Me entrará una terrible angustia después de haberme bebido dos litros de cerveza sumados al medio litro de vodka de la tarde. Iré al baño a vomitar. Saldré como nuevo del inodoro. Mis amigos me esperarán callados. Juan habrá detenido su historia en deferencia hacia mí. Ambos tendrán sus taras, pero a veces también se marcarán unos detallazos conmigo. Volveré a la mesa como si nada hubiera ocurrido y me pediré otro litro de Estrella de Levante.

      —El caso es que Jennifer se puso la mar de contenta cuando le ofrecí la pastillita. Sin embargo, me quería estafar la muy puta. Quería irse sin follar después de lo prometido, pero no me iba a ganar a ese juego. Le saqué otra pastilla y se la puse a una distancia prudente. Le dije «Si quieres conseguir otra ya sabes». Entonces en menos de lo que canta un gallo se me bajó a la bragueta y empezó a succionar mi polla como si fuese una aspiradora. Menuda manera que tenía de jugar con su lengua… y con mis pelotas. ¡Ay, Dios! Cómo se nota que por esa boca han pasado las pollas de medio barrio, pero no me arrepiento. En mi vida había visto a nadie con una técnica como la suya. Me corrí en menos de un minuto. ¿Sabéis qué pasó entonces?

      —¿Qué pasó? ¿Qué pasó con ella, Puskas?

      —Me dijo «Esto es más que suficiente». —Imitará horriblemente su voz—. A lo que le contesté «No, nena; esto no es más que suficiente». Quería probar la fuerza de sus labios… tras haber probado la fuerza de su boca. —Se tomará una pausa para reírse él solo de su propio chiste—. Así que me la llevé a casa, donde estuve toda la tarde y toda la noche dándole que te pego. Os daré detalles…

      Os ahorraré detalles. Nada especial. La prosa de Juan, digna de un forero ducho de Forocoches, hará muy entretenidas sus «grandes gestas» con las mujeres. Sin embargo, casi nunca me sentiré cómodo en ese tipo de conversaciones, pero serán los únicos amigos que tendré después de cortar todos los vínculos con mi pasado, incluido familiares y amigos. Nunca me habría imaginado, como hago ahora, que acabaría en compañía de semejante gentuza. Pero amigos son amigos. Se eligen y se soportan. Con sus vicios y virtudes.

      Tras una verborrea misógina por parte de Fernando, que llevará unas cuantas semanas en dique seco, tocará la parte que siempre me resultará más incómoda. Normalmente sucederá después de un silencio prolongado, cuando se haya agotado la conversación y no haya nada mejor que decir.

      —¿Qué tal te va a ti con las mujeres? —me preguntará Fernando o Juan dependiendo del día.

      —Como siempre —responderé lacónicamente.

      —No puede ser, tío —se indignará Juan—. Ya son cinco años. ¡Un lustro! Tus huevos deben de estar a punto de reventar. Te llevo de putas, en serio. Yo pago.

      —Paso.

      —¿Cuándo vas a superar lo de tu ex? —se enfadará Fernando.

      —La culpa es suya, solo suya. No debes comerte el coco —me consolará Juan.

      —Estoy bien, solo que no quiero…

      —Una porra vas a estar bien. Siempre dices «Estoy bien» cuando no es verdad —dirá Juan, que será extrañamente perceptivo con algunos pequeños detalles, a pesar de tener a veces la sensibilidad de un ladrillo.

      Entonces pensaré en mi antigua novia —primera y única—, y en un tiempo pasado que nunca volverá. Me preguntaré «¿Era feliz por ese entonces?». Y no me acordaré con exactitud. No suelo acordarme mucho de las cosas, y menos de mi pasado, que es una masa gris que se solidifica uniformemente para después vaporizarse, dejando retazos dispersos de recuerdos adulterados. Sin embargo, la echaré de menos. Eso lo sé. ¿Qué será de ella por ese entonces?

      —Todos somos unos alcohólicos sin futuro. ¿Quién de nosotros está bien realmente?

      —No desvíes el tema —dirá Juan con insistencia.

      —¿Has visto a aquella piba de allí? La que no deja de chupar bombo y caja. —Fernando disimulará un ataque de tos mientras señala con el rabillo del ojo a la susodicha—. No ha parado de mirar a esta mesa desde que nos sentamos. Sin embargo, creo que solo se ha fijado en ti.

      —¿Tú crees? —despertará mi curiosidad.

      Me giraré aparentando indiferencia para observar a aquella mujer. No será nada del otro mundo, pero me parecerá mona por el alcohol. El alcohol siempre me hará hacer estupideces. Iré a hablar con ella. La cosa irá bien en un principio. Ella también estará bastante bebida. Yo contaré alguna estupidez. Ella se reirá. Yo la invitaré a una copa. Ella se la beberá. Yo la cogeré de la mano hacia el lavabo del bar. Ella me acompañará. Ahí empezarán los problemas. Tras unos besos torpes comenzaré a dudar de mí mismo, como siempre habré hecho. «¿Lo estaré haciendo bien? ¿Le estará gustando? No sé hacerlo, no sé hacerlo…». A ella no parecerá importarle mi habilidad o la ausencia de esta. Sin embargo, me rayaré. Se me bajará la erección. Tendré que escapar de ahí a como dé lugar. Vomitaré encima de ella. Eso siempre suele funcionar. Lo hará.

      Saldré del bar casi corriendo, como si hubiera cometido un crimen, dándome asco a mí mismo. No será una sensación nueva. Seré un idiota por intentarlo de nuevo. Aún no habré superado mi trauma con el sexo. Sintiéndome como una mierda de ser humano, emprenderé el camino de vuelta a casa entre lágrimas. Llorar por la vía pública tampoco será una sensación nueva para mí. Miraré el móvil. Llamadas perdidas de mis padres. Los echaré mucho de menos. Lloraré aún más. Todo lo malo se juntará. No tendré el valor suficiente para devolverles las

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