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      LOCURA: ¿Por qué agarrarse a una existencia de infelicidad cuando puedes acabar con ella de un solo golpe?

      IRRACIONALIDAD se convierte en RAZÓN,

      y LOCURA se transforma en CORDURA.

      RESPONSABILIDAD: Queda menos de dos horas para que empiece la clase. Si cierras los ojos ahora no te vas a despertar ni aunque te pongas la alarma. Lo único que puedes hacer es mantenerte despierto hasta entonces. Y que no se te olvide beber medio litro de café antes de ir a la universidad.

      Me levanto de la cama y enciendo el ordenador para ver unos cuantos capítulos de alguna serie que tengo pendiente. Mis párpados se van entrecerrando con más frecuencia conforme se acerca el alba, pero resisto en última instancia. Me hago un café bien cargado y voy camino a la universidad como si fuese un zombi. Paso una mañana hundido en la mierda mientras que mis escasas neuronas activas intentan pillar algo de lo que dice el profesor en clase. Las noches de insomnio son como las resacas, por muy frecuentes que sean nunca te acostumbras a ellas.

      El segundo sueño que tuve en mi vida, o más bien meta, objetivo, ambición, fue el de ser biólogo marino. Siempre había sentido una especie de extraña fascinación hacia el mar, nacida de los veranos que pasé con mi familia en la casa de la playa de mi tía abuela, crecida a base de documentales de La 2 y madurada con el poder de mi juvenil imaginación. Ese amor hacia la vida marina se ramificó en dos vertientes, el submarinismo y la erudición. La primera se consolidó con resultado agridulce, como bien veréis más adelante; la segunda se quedó por el camino, como otras tantas cosas en mi vida.

      Aún recuerdo con una sonrisa aquel verano en el que me quedaba encerrado en mi casa delante del ordenador, con el aire acondicionado encendido y acompañado por una pequeña libreta, mientras apuntaba todos los nombres científicos de los cetáceos. Tanto daba si se trataba de una ballena o de una marsopa. Aún conservo en mi poder aquel cuaderno en el que hice una recopilación onomástica de las distintas criaturas marinas que llamaban mi atención, con un interés particular en los tiburones. Sin embargo, no pasó de ser un impulso espontáneo que ubico en algún punto indeterminado de mi solitaria adolescencia. Después vino el golpe de realidad: la biología en el instituto no era tan atrayente como pensaba. El ímpetu se fue enfriando poco a poco hasta que se apagó junto con mi afán de querer ser algo en la vida.

      No sé cómo será mi futuro, pero así me lo imagino:

      Se abre el telón.

      —¡Señor Anónimo! —gritará el encargado.

      —¿Algún problema? —diré yo.

      —Últimamente veo que has estado pecando en exceso de ociosidad durante tu jornada laboral.

      Francisco Martínez López, el encargado, será un graduado en ADE que no habrá encontrado trabajo en lo suyo, que a saber qué será, y habrá acabado de empleado en el McDonald’s. Tras ascender a encargado, motivo de orgullo personal, mirará a los currantes que están a su servicio por encima del hombro, únicas personas con las que se podrá permitir el lujo de hacerlo. Hablará con un lenguaje culto impostado para suplir su falta de autoestima. Todos le odiarán a sus espaldas.

      —Yo me veo igual que siempre. —Disimularé mi bostezo como mejor pueda.

      —Igual de desidioso que de costumbre, dirás. No me toques más la moral, que no está el horno para bollos. Este establecimiento pertenece a una respetable cadena de comida rápida. Los clientes quieren raudos su comida en honor al tipo de alimentación que ofrecemos, y tú perteneces a este pequeño gran engranaje que debe funcionar como un reloj suizo. Si una pieza falla en la minuciosa cadena de montaje alimentaria que está a mi servicio, todo se desmoronará como un castillo de naipes. Y tú, amante de procrastinar, eres parte de la cadena de la misma manera en que el agua forma parte de la hidrosfera. El tiempo es dinero y hay que optimizarlo. Desde que empezaste a trabajar aquí, hará ya tres meses, los pedidos se han demorado en una media de veinticinco segundos. ¿Entiendes qué significa eso?

      —Sí —contestaré anodinamente para que deje de darme la chapa.

      —Perfecto, entonces. Trabaja más. Estás avisado —y, acto seguido, se irá a atormentar a otros empleados con el mismo discurso.

      Al día siguiente dejaré el «estimulante» trabajo en el McDonald’s, cansado de soportar al pelmazo del encargado día sí y otro también. Tampoco será exclusivamente su culpa, sino que, más bien, lo único que hará será adelantar lo inevitable. Tras unas cuantas semanas trabajando en ese curro de mierda a cambio de un sueldo de miseria, mi paciencia se habría empezado a colmar poniendo a prueba mi capacidad de aguante, que será poca. Aquello, sumado a la poca constancia que pondré en las cosas que no me gustan, categoría en la que entran casi todas las cosas del mundo, hará que me convierta en un trabajador a tiempo parcial errante que vivirá al filo de las facturas.

      De vuelta a mi piso de mala muerte, compartido con dos inmigrantes ilegales llamados Ahmed y Nezar, norteafricanos que pagarán en negro, como este servidor, me iré a ver la tele un rato para desconectar. Ahmed entrará en el salón. Le saludaré con un ligero aspaviento con la cabeza que él me devolverá. Ni Ahmed ni Nezar sabrán apenas más de veinte palabras en español. Trabajarán a salto de mata para enviar dinero a sus familias, que se habrán quedado en África a la espera de una oportunidad. Sin embargo, nos comunicaríamos mediante gestos universales, acompañados de una pronunciación en grito para hacer énfasis en aquellas palabras u conceptos que no entendiéramos. Ambos me caerán bien, aunque hubiera tenido algunos reparos al principio.

      —¿Qué tal, Ahmed?

      —Muy buenas, amigo.

      —Muy buenas a ti también.

      Asentirá bobaliconamente como si me hubiese entendido y se irá a la cocina a prepararse su comida. Ahora que menciono la cocina, yo también entraré en ella a por una botella que guardaré con especial interés en el frigorífico. Sin embargo, rebuscaré en vano durante más de un minuto. Cuando me empiece a desesperar, le preguntaré a mi compañero de piso:

      —Ahmed. ¿Y el vodka?

      Tendría curiosidad por lo que hubiera sido de él. Tanto Ahmed como Nezar, como buenos musulmanes, no beberán alcohol. Será una de las cosas buenas de vivir con ellos junto con la despreocupación de que se comieran mi jamón.

      —Vodka Ana.

      Dos palabras serán más que suficientes para explicar lo sucedido. Nezar estará saliendo con una española divorciada, que le doblaría en edad, en busca de los papeles que le concedieran la nacionalidad. Dicha divorciada será una alcohólica patológica con pocos escrúpulos a la hora de saquear frigoríficos en casas ajenas. Nezar, si no fuera porque estará desesperado por el tema de los papeles, no se hubiera acercado a ella ni harto de vino sin alcohol.

      —¿Y Nezar? —le preguntaré a Ahmed. Tendría ganas de echarle una buena bronca por dejar suelta a esa insaciable zorra por el piso.

      —Nezar Julia. —Negará con la cabeza en señal de desaprobación.

      Otra vez dos palabras serían más que suficientes. Julia será la hija de Ana, una joven heroinómana, cleptómana, ninfómana, dipsómana, y otra retahíla de sustantivos terminados en «mana». De pequeña habría sido una chica brillante, con dieces en sus calificaciones, pero las duras condiciones en las que se producirá el divorcio de sus padres le crearán un gran trauma, que intentaría solucionar con psicólogos al principio y, con sexo y drogas, después. Guardará un rencor insano hacia su madre, que se lo cobrará mediante pequeñas venganzas. La última jugarreta contra su madre será quitarle a su novio, con el que planeaba casarse, y huir con él de casa. El pobre de Nezar caerá bajo los encantos de Julia, rubia, joven y con una piel pálida de tonalidad yonki, que tendría la edad aproximada de su hija mayor. Realmente se habrá enamorado de ella, y, sobre todo, de su ninfomanía. Los hombres somos estúpidos por

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