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funcionara, nada me habrá hecho más feliz en mi vida que la idea de sacar este libro hacia adelante.

      Por lo demás, este libro está escrito íntegramente por mi amigo sin que se haya modificado o censurado nada más allá que unos cuantos nombres propios para preservar el anonimato de los implicados. El libro está estructurado en cuatro partes independientes que, a su vez, están intercaladas entre sí. La primera es la que emplea una numeración en números romanos. Se podría clasificar como un diario personal, aunque no lo sea en el sentido estricto de la palabra. En ella se cuenta la visión que tiene el protagonista del presente justo en el momento en el que está escribiendo aquellas palabras. En la segunda parte habla de su pasado a modo de retrospectiva. Sus fragmentos se diferencian de los primeros porque están encabezados por números negativos.

      En tercer lugar, nos encontramos con una historia dividida en tres actos de cómo se ve el protagonista a sí mismo en el futuro. A través de estos diferentes hilos argumentales podremos conocer mejor al narrador en su pasado, en su presente y en su futuro. El final es abrupto y tampoco puede considerarse como un final en sí, puesto que el protagonista de esta historia sigue viviendo en algún lugar remoto escribiendo las siguientes páginas de esta historia. Sin embargo, es cierto que las tres líneas temporales en su conjunto poseen una solidez y coherencia argumentales suficientes como para ser consideradas íntegramente como partes de un mismo libro.

      Por último, la cuarta parte es la más breve de todas y aparentemente está desconectada de la temática del libro. Es un escrito que estaba grapado en malas condiciones al resto de hojas en una inclusión de última hora del autor. Se llama El pastor de nubes y es el que da nombre al resto de la obra. Si tiene una estrecha relación con las demás partes, es solo algo que puede saber el propio escritor, que se encuentra ahora en paradero desconocido. El motivo por el que le da nombre al resto del libro es simplemente porque es el único título propiamente dicho que nos ha dejado el autor.

      Me he demorado más de la cuenta con esta introducción, pero me parecía de vital importancia que conocierais el contexto de este libro para poder juzgar mejor al trágico protagonista de la historia. Sin nada más que añadir, me despido dándole las gracias al que fue mi mejor amigo. Sé que este pequeño homenaje es insuficiente, pero es lo único que puedo hacer ahora por ti. Si lees estas palabras, cuídate mucho.

       Atentamente,

      P. B. A.

      Voy caminando mientras miro el suelo contando las hormigas en el asfalto. No soy un caballo, pero siempre llevo los cascos puestos, aislado del mundo que me rodea. Deambulo por las calles sin rumbo fijo; periplo urbano de bares, peluquerías y supermercados. Es de noche. Cuando empecé a andar era de día. ¿A dónde voy? Un sentimiento de angustia oprime mi pecho, sube a mi garganta y después baja por el esófago hacia mi estómago, ahogándome desde lo más profundo de mis entrañas. Vomito sobre un matorral que parece que alguien hubiera dejado allí precisamente para la ocasión. Me levanto con normalidad, como si nada hubiese ocurrido. A lo lejos veo una máquina de café. Rebusco en mi cartera en busca de alguna moneda. Hay suerte. Me pido un chocolate. El calor y la dulzura del reconfortante líquido me hacen feliz durante al menos cinco segundos. Después esa sensación cesa. Una pena. Continúo con mi viaje por las aceras hacia ninguna parte. Quizás el propio camino sea la meta en sí. Sigo bebiendo del vaso de cartón a pequeños sorbitos. Cada trago me cuesta más que el anterior. Vuelve la angustia. Otro matorral me está esperando con ganas de recibir lo mejor de mí en estos instantes. El sabor del chocolate se mezcla con el de la pizza que he cenado. No es un sabor del todo desagradable.

      Un hombre sin sueños es como un coche sin gasolina. ¿Dónde se puede hacer la cola para comprar un sueño? Llevo en punto muerto desde que tengo uso de razón.

      El otro día, cuando paseaba al lado de una guardería, viendo los rostros felices de los infantes me di cuenta de una cosa: todos los niños tienen sueños. Unos quieren ser astronautas, otros futbolistas, otros cantantes de rock, youtubers aquellos que son más perezosos, científicos los más motivados, escritores los más dispersos, y así un largo etcétera. La cuestión es que todos los niños tienen un sueño, aunque lo vayan cambiando semana a semana dependiendo de la última película que hayan visto o el último libro que hayan leído. Sin embargo, en los semblantes adustos de los adultos trajeados y con maletín que se levantan todos los días a las siete de la mañana para ir a trabajar se puede contemplar perfectamente la ausencia de sueños.

      ¿En qué punto de nuestra vida se desvanecen los sueños? ¿Es un paso obligado en el camino hacia la adultez? Obviamente existen personas que llegan a cumplir los suyos. De no ser así, el ser humano no existiría. Sin embargo, la mayoría de los niños que tienen sueños caen por el camino, llegando a formar parte de la gris masa conformista de la adultez. Podría decirse que yo soy uno de esos ángeles caídos.

      Recuerdo que cuando era niño iba todos los domingos al campo de mis abuelos. En aquel lugar fue donde tuve mi primer sueño: ser granjero. Un sueño de lo más estúpido si no se ve con los ojos inocentes de un párvulo ajeno a las dificultades de la vida.

      El caso era que teníamos un vecino, un hombre de avanzada edad que se llamaba Manolo. Él tenía una pequeña granja donde criaba cerdos y gallinas. Solía pasarme muy a menudo por aquel lugar para alimentar a los cerdos con manzanas podridas. El olor era tan horrible como podéis imaginar, pero no me disgustaba. Por ese entonces apenas medía un palmo más que un pavo real adulto. Ese hecho hacía que la imagen de un enorme cerdo aproximándose hambriento se me antojara tan imponente como la de una bestia cuadrúpeda de grandes colmillos que escupiera fuego cada vez que abriese sus codiciosas fauces. Sin embargo, me gustaba aquel inexistente riesgo que conllevaba el ser devorado por él. También me agradaban las gallinas, aunque menos, pues estas no eran tan emocionantes como aquel enorme y rosado mamífero.

      Manchado de barro, mi yo de cinco años se sentía feliz por estar en aquella granja, rodeado de animales, soñando con ser algún día granjero. Los cerdos desaparecieron cumpliendo con su ciclo vital estipulado. No los sustituyeron otros. En su lugar vinieron un par de burros. No me acuerdo cuándo fue exactamente el momento en que dejé de visitar la granja del vecino, ni tampoco de cuándo abandoné mi infantil sueño de ser granjero. Sin embargo, el hecho de haber tenido alguna vez un sueño semejante es de las pocas cosas que me hace sentir a día de hoy humano.

      Son las cinco de la madrugada. Estoy mirando al techo de mi habitación en una de esas noches de insomnio. De repente empiezo a escuchar unas voces en mi cabeza.

      CORDURA: Deberías irte a descansar. Mañana hay clase a las ocho y no vas a poder ni con tu alma cuando estés escuchando al profesor.

      PEREZA: Para lo que suele decir ese pelmazo es mejor quedarse durmiendo en casa. ¿Por qué no atrasas el despertador y te saltas la primera hora?

      RESPONSABILIDAD: ¡No puedes hacer eso!

      PEREZA: ¿Por qué no? Es tan fácil como tocar un par de veces la pantalla del móvil.

      PESIMISMO: No hay vida después de la muerte, y, aun así, prefiero la muerte a la vida.

      IRRACIONALIDAD: Si muero nadie echará de menos a un ser tan miserable como yo. Solo soy una carga para mi familia y para todas las personas que conozco. Estaría mejor muerto.

      RACIOCINIO: Tu familia y amigos seguro que te echarían muchísimo de menos.

      El RACIOCINIO muere a altas horas de la noche.

      IRRACIONALIDAD: ¿Por qué no te mueres de una vez? Podrías al menos intentarlo. No cuesta nada.

      LOCURA: ¡Hazlo!

      MIEDO: No me atrevo a hacerlo. No sé lo que me espera más allá.

      PESIMISMO: Nada espera.

      IRRACIONALIDAD

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