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un whatsapp, era capaz de no responderte hasta después de varios días, siendo esta su forma de decir «No me apetece hablar en este momento». Cuando respondía, si es que lo hacía, se dedicaba a continuar la conversación con normalidad, como si no hubiera pasado una semana desde el último mensaje, o, en su defecto, iniciaba él mismo una conversación debido a que la otra había quedado caducada. Así era él; era inútil enfadarse por sus pequeñas excentricidades.

      Quien haya leído esto de primeras se habrá llevado la falsa impresión de que mi mejor amigo era una persona bastante arisca e incluso un borde de cuidado. Puede que así lo pareciera para todo aquel que no le conociera a fondo, pero en su círculo más cercano habíamos aceptado estas excentricidades sin que nos llegase a molestar en absoluto. En persona era amable, algo callado y con un sentido del humor serio. No necesitaba acaparar la conversación como hace la mayoría de los que cumplen el rol de «graciosos del grupo» para hacernos reír a los demás. Él simplemente se quedaba escuchando, siguiendo el hilo de lo que estaba diciendo su interlocutor, hasta que, en una pausa, metía su cuña mordaz, breve e ingeniosa, que solía desatar las risas de todos. Sin embargo, también es cierto que muchas veces se le veía algo distraído cuando salía con nosotros, ensimismado en sus pensamientos dentro de su hermético mundo. Cuando se ponía en este modo era imposible sacarlo de su ensoñación. Lo único que podíamos hacer era esperar a que su otro yo apareciera en forma de un comentario ingenioso sobre algún tema que le interesara.

      Escribo todas estas palabras para dibujaros el contexto del manuscrito que vais a leer en breve. Pienso que no sería justo para su memoria que solo contarais con la versión de sí mismo que mi mejor amigo os ofrece. Él tiene a mi parecer una visión demasiado crítica, exagerada e incluso injusta sobre su persona. Recuerdo que casi se me cayó la mandíbula al suelo cuando lo leí por primera vez. ¿Conque esto pensaba del mundo que le rodeaba? Por un momento me dejé engañar, llegando a pensar que no sabía nada de él e incluso que estaba loco. Sin embargo, la subjetividad de su prosa utiliza una vara de medir muy dura con sus defectos, pero a su vez deja de lado muchas de sus raras virtudes. Siempre había sido una persona bastante autocrítica, pesimista e incluso catastrofista. Por eso no quiero que el lector se lleve una impresión equivocada del que fuera mi mejor amigo.

      Para cumplir con este objetivo le he pedido a algunos de los pocos que le conocíamos que dieran una breve opinión honesta por escrito sobre esta persona. Os presento cómo le veíamos nosotros, con una perspectiva mucho más amplia que la suya sobre su forma de ser.

      Realmente no era un tipo que saliese mucho de casa. Siempre prefería quedarse dentro de su madriguera sin que nadie le molestara. Sin embargo, cuando salía era un tipo bastante ocurrente, y si tenía un buen día, incluso divertido. Era alguien bastante inteligente, pero su falta de malicia, de ambición y de querer imponerse a los demás hacía que muchos le viesen como un tonto. Simplemente estaba en una onda distinta al resto.

      A. J. M

      Era una persona bastante extraña, pero tenía un buen corazón. Nunca buscaba problemas con nadie. Prefería siempre que le dejasen tranquilo. No era bueno con los trabajos en grupo, pero no era porque no se esforzara, sino porque no sabía muy bien cómo cooperar con las personas. No tenía madera de líder, aunque no se me ocurre a nadie mejor para cumplir el rol de apoyo en todas las tareas. Funcionaba muy bien si se le daban órdenes concisas, pero se atoraba a la hora de proponer ideas y tomar la iniciativa.

      J. R. F.

      Era muy buena persona. Me entristece mucho no haber podido hacer nada por él. No sabía lo mucho que estaba sufriendo hasta que leí aquellas cosas tan terribles que él mismo escribió. Siempre se callaba sus problemas, pero siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás con los suyos. Era el mejor amigo que uno pudiera desear. Si lees estas palabras dondequiera que estés, quiero que sepas que te echamos mucho de menos y que, si por casualidad volvieses algún día, te recibiremos con los brazos abiertos para que nos cuentes todas las aventuras que seguramente estarás viviendo.

      S. M. C.

      Simpático, amable, buena persona, inteligente, bondadoso, serio, formal, tranquilo. Todos estos calificativos nunca los usaría él para sí mismo, pero los demás lo veíamos de otra forma. Un muchacho excelente.

      M. F. A.

      Por último, quisiera dar mi opinión personal de él, aunque, para no sonar en exceso repetitivo después de los demás comentarios, lo haré a modo de anécdota. Cuando mi primera novia rompió conmigo quedé hecho polvo. Necesitaba tener el consuelo de la amistad y le envié un mensaje de whatsapp. Por aquella época aún los solía contestar sin mucha dilación. Le dije que quería quedar con él para tomar algo, a lo que me respondió con su típica muletilla de «No me apetece».

      Tras un rato intentando convencerle para que se viniera, recurriendo a todo mi arsenal de ardides dialécticos, decidí que lo mejor sería contarle la verdad: «Mi novia me ha dejado». A lo que respondió con un lacónico «Voy para allá». Esa noche se quedó a dormir en mi casa porque se lo pedí. No quería estar solo en aquellos momentos que estaban siendo tan duros. Él no encontró las palabras adecuadas para consolarme; simplemente se quedó escuchando mis penas a la vez que decía de vez en cuando alguna clase de tópico para estos casos. Sin embargo, su presencia me reconfortó mucho. Desde ese entonces supe que podía tener un amigo para los malos momentos, aunque no lo tuviese siempre para los buenos.

      Tras esta pequeña historia podréis comprender lo desolado que me sentí al llegar aquella fatídica mañana a su piso. Yo era la única persona a la que había confiado una copia de la llave de su casa, con lo cual podía entrar sin necesidad de que nadie me abriera la puerta por dentro. Sin embargo, decidí llamar primero al timbre por educación. Nadie contestó. Por un momento incluso llegué a temerme lo peor. «No habrá sido capaz de…», pero estuve equivocado. No había nadie en aquel lugar.

      Me di una vuelta por aquel pequeño apartamento a la espera de que llegara mi amigo. El piso estaba vacío. Nadie había estado viviendo en él durante algún tiempo. Entonces comprendí que de poco serviría esperar a su regreso. Entré en su habitación con profunda tristeza. La cama estaba hecha como si tuviera planeado recibir a alguien esa noche. Sin embargo, los armarios estaban vacíos. La única evidencia de que allí había estado viviendo un ser humano se encontraba encima de la mesa de escritorio: su móvil y un montón de folios; eso era todo lo que quedaba de él. Examiné el contenido del móvil, que no tenía contraseña, en busca de alguna prueba que me ayudara a dar con su paradero, pero fue inútil. Las fotos, las conversaciones, el historial de búsqueda…, no había nada que se saliera de lo normal. Supuse que se habría dejado el móvil, no solo porque no quería que lo localizaran, sino para que, en un momento de debilidad, él tampoco pudiera ponerse en contacto con los demás.

      El montón de folios fue un descubrimiento sin duda mucho más interesante. Había una nota encima de ellos que decía «Quémalos o publícalos. Haz lo que quieras». Este fue el único mensaje personal que me dejó mi mejor amigo antes de irse para siempre. Aquellas palabras captaron mi atención de inmediato. No sabía que mi amigo quisiera ser escritor. Cogí aquel manuscrito y me tumbé sobre su cama dispuesto a leer sus primeras páginas. Me enganchó tanto que lo leí todo de un tirón, emocionado y conmocionado a partes iguales. Algo en un algún rincón de mi alma se alborotó al conocer la verdadera naturaleza de mi mejor amigo. Tardé incluso unas semanas en recuperarme de aquel shock.

      Una vez que tuve el manuscrito en el cajón de mi mesilla de noche, empecé a darle vueltas al contenido de la nota. ¿Debía o no debía publicar aquellos folios que me fueron legados por mi mejor amigo? Él había dejado la decisión en mis manos. Si me hubiese pedido por favor que los publicase o que los quemase, lo habría hecho sin vacilar, pero la situación era distinta. Yo creo que incluso él dudaba del contenido moral de lo escrito, ya que no da ninguna especie de mensaje positivo, sino, más bien, al contrario. Seguramente también pensaría que aquellas personas que leyeran su historia podrían extraer una conclusión equivocada, sobre todo si estuvieran pasando por un mal momento en sus vidas.

      Tras darle muchas vueltas (ha pasado un lustro desde su desaparición), he decidido tomar la responsabilidad

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