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su agresividad, intensidad vital y sana capacidad de poner límites (si se me permite hablar en caricaturas sociales para ilustrar el punto).

      La riqueza terapéutica que implica el conocimiento de la sombra personal suele expresarse en el motivo mitopoético del “descenso al inframundo personal” y el encuentro del “tesoro escondido” que tiene el potencial de transformar la, hasta ahora, unilateral personalidad del héroe. No por nada, mitológicamente hablando, Plutón, Dios de las profundidades del inframundo, se superpone con Pluto, Dios de las riquezas y la abundancia.

       PERCEPCIÓN Y PROYECCIÓN DE LO SOMBRÍO

      En mi experiencia, considero que la mayoría de las personas expuestas al concepto teórico de “la sombra” pueden tener un tipo de aprehensión intuitiva de su significado, sobre todo debido al lenguaje mitopoético y simbólico con que ella está formulada. Comprender que se tiene un lado sombrío de la personalidad recuerda, en cierto sentido, a la experiencia que tiene el infante cuando descubre súbitamente que tiene una sombra. Todos hemos atestiguado en alguna ocasión a un niño o niña que con sorpresa descubre que su cuerpo proyecta una sombra, y que, haga lo que haga, esta insiste en, terca y porfiadamente, seguirle y no desprenderse de sí, pese a cualquier movimiento o pirueta intempestiva que realice. De esta forma, la imagen simbólica de la sombra logra representar gráficamente el indisoluble vínculo que une al yo con su hermano gemelo sombrío, con esa contraparte de su naturaleza, con esa oscuridad que persistentemente nos acompaña en nuestro caminar como seres humanos. La sombra es un problema ético, psicológico y existencial que nos involucra a todos y todas, a santos y criminales, a justos y pecadores; ya que no hay ser humano en el mundo que se libre de tener un compañero o compañera de viaje oscuro, que, silenciosamente, avance a su lado.

      El lenguaje simbólico de la sombra también está profundamente anclado en nuestra corporalidad humana y puede relacionarse con la dimensión biológica del sentido de la vista y el estar direccionados intencionalmente a observar el mundo “hacia delante”. Nuestro ser corpóreo nos orienta espacial y simbólicamente, abriendo una comprensión a las posibilidades y limitaciones que vienen dadas por nuestro existir concreto y operativo en el mundo. En ese sentido, todos podemos captar intuitivamente la noción que, junto al regalo de la posibilidad de ver y/o percibir el mundo, vienen acompañadas también ciertas limitaciones o determinantes que tienen que ver con nuestros “puntos ciegos”, con la imposibilidad de percibirlo todo a la vez. El lugar simbólico de “la retaguardia”, la espalda, lo no-visto, y la posterioridad del cuerpo humano, es un buen ejemplo de lo que me refiero. De hecho, ese lugar simbólico-corporal suele vincularse directamente con lo sombrío en uno. Pues, pese a que todos tenemos consciencia de la existencia en teoría de la parte posterior de nuestro cuerpo, su percepción directa nos está parcialmente limitada. Si no está convencido de ello, le sugiero que intente observar de forma directa la totalidad de su espalda y verá cuan dificultoso resulta su percepción. Paradójicamente, todas las personas que nos rodean, tienen acceso a percibir nuestra espalda de forma clara y evidente. Es solo uno mismo el que tiene dificultad de poder observarla, requiriendo indefectiblemente de espejos u otras personas para poder percibirla. Lo mismo sucede con la sombra: su percepción directa nos está dificultada por la unilateralidad de la consciencia, de forma tal que podemos observarla y conocerla solo a través de espejos y/o de la mediación de nuestros prójimos. Si usted hace el ejercicio de, en la cotidianeidad de su hogar, preguntarle a alguna de las personas con que vive cuál es su opinión sobre su lado oscuro/sombrío, es altamente probable que, por lo general, ellos tengan una idea bastante más acabada de su “espalda” de lo que usted conoce respecto de sus propios lugares sombríos (por cierto le sugiero prudencia y templanza de espíritu si va a realizar el ejercicio, pues el ejercicio de escuchar cuáles son los aspectos sombríos personales no suele ser una experiencia que podríamos catalogar de “agradable”, e intensos afectos pueden aflorar en el proceso). En el fondo, a todos nos cuesta “vernos la espalda”, y el desafío de observar nuestros lugares sombríos suele ser un proceso que requiere de gran valentía, sinceridad, serenidad de espíritu y una buena dosis de auténtica humildad.

      En ese sentido, pese a esta relativa facilidad respecto de la captación intuitiva de la existencia de la sombra, la experiencia demuestra que su conocimiento y reapropiación suele ser una empresa del todo desafiante y ardua. Esto se debe en parte a los mecanismos con los que naturalmente el yo intenta deshacerse de su lado oscuro, el más conocido de ellos, la proyección. Con dicho mecanismo se quiere hacer referencia al proceso defensivo inconsciente mediante el cual un contenido que es parte de la vida psíquica interior se proyecta —se pone afuera— achacándosele al mundo, a grupos humanos o a un prójimo específico. Ejemplos de dicho proceso son, la persona mansa y sumisa, que nunca demuestra enojo con nadie, y que sin embargo percibe que la mayoría de la gente que le rodea vive enojada con ella; el empresario millonario que vive pensando que el Estado o que sus trabajadores son unos codiciosos y avaros que lo único que quieren es arrebatarle sus posesiones; la coqueta e infiel esposa que vive pensando que su marido le engaña. En el fondo, el viejo adagio de “¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo y no le das importancia a la viga que tienes en el tuyo?” refleja el proceso psicológico de proyectar la sombra personal en el prójimo —o en el grupo político contrario— y de esta forma deshacernos del lado oscuro que habita en nuestro propio interior.

      Una forma sencilla de intentar intuir la sombra personal consiste en evocar cuales cualidades o atributos de las demás personas nos provocan respuestas particularmente intensas y espontáneas de rechazo. Con ello no quiere decir que la indignación o espanto que puede causar “el mal” en el mundo —como un abuso, un asesinato, un acto de violencia— no sean en sí mismos reprobables o fuentes de indignación y fuertes afectos. Sin embargo, más allá de esos casos límites, con cierto grado de esfuerzo y honestidad personal toda persona podría reconocer que hay cualidades específicas en nuestros prójimos que nos resultan particularmente enervantes y que nos despiertan reacciones viscerales ¿No es acaso curioso que a uno le resulte particularmente indignante la prepotencia, a otro la mentira, a otro el orgullo, a otro la coquetería y a otro la avaricia? Ahí donde emerge la respuesta emocional de desagrado automático frente al prójimo —ese flechazo del rechazo a primera vista— con no pocos fundamentos podríamos hipotetizar que la sombra personal se encuentra proyectada.

       LA DEMONIZACIÓN DE LO SOMBRÍO

      En torno a la temática de la relación del yo con la sombra, hay un aspecto bien significativo, por sus repercusiones respecto del análisis sobre la situación actual de la Iglesia, que merece una adecuada discusión.

      Como vimos hace un momento, el contenido de la sombra va a depender de la actitud del yo y del proceso de culturización específico sobre cuáles serán los aspectos de la experiencia humana que serán finalmente rechazados. Dije también que ello redunda en que una persona tenga una sombra en que esté depositada la rabia, otra la vulnerabilidad, otro su mundo pulsional erótico.

      Sin embargo, la actitud del yo respecto a lo sombrío también va a determinar otro aspecto central de la fenomenología anímica de lo sombrío: su intensidad y cantidad de energía libidinal que dispone. Esto significa que la cualidad de la actitud hacia lo inconsciente, y específicamente hacia lo sombrío en uno, también va a determinar la forma como la sombra se va a manifestar. La fórmula incluye la noción de que a mayor rechazo y represión de los aspectos considerados negativos en uno mismo —mientras más unilateral es la perspectiva del yo—, más primitiva, intensa y persecutoria se volverá la sombra. Permítame traducir la fórmula de una manera más simple aún: mientras más exclusivamente bueno, inmaculado, noble y/o perfecto crea usted que es su personalidad; su sombra se volverá más oscura, grande y amenazante, y podrá incluso llegar a adquirir una cualidad demoniaca persecutoria. Un yo particularmente violento e intolerante hacia los aspectos considerados sombríos en uno mismo —un yo que neuróticamente le ha declarado la guerra a aquello que vive en él y que concibe como intrínsecamente maligno—, va a producir una sombra proporcionalmente virulenta, primitiva y grotesca.

      El ejemplo paradigmático de una escisión tan radical de la personalidad, que emerge acompañada de un contumaz rechazo hacia lo sombrío que habita en uno mismo, es de hecho la trágica historia

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