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que deviene de sostener, al mismo tiempo, ambos lados de su naturaleza humana. Reflexiona Jekyll al respecto:

      Y solía decirme: si fuese posible aposentar cada uno de esos elementos en entes separados, quedaría con ello la vida libre de cuanto la hace insoportable; lo pecaminoso podría seguir su propio camino, sin las trabas de las aspiraciones y de los remordimientos de su hermano gemelo más puro; y lo virtuoso podría caminar con paso firme y seguro por su sendero cuesta arriba, el del bien, en el que encuentra su placer, sin seguir expuesto a la vergüenza y al arrepentimiento a que lo obliga ese ente maligno extraño a él. Fue una maldición para el género humano que estas dos gavillas incongruentes fuesen atadas en una sola... que estos gemelos que son dos polos opuestos tengan que luchar continuamente dentro del angustiado seno de la conciencia. ¿Cómo podrían ser disociados?4.

      La incapacidad de sostener la contradicción interior que genera el aspecto sombrío de la propia personalidad —lo que implicaría el establecer una relación más amigable y dialógica con ella— va a precipitar la fractura anímica de Jekyll/Hyde, con la consiguiente manifestación primitiva y destructiva del aspecto sombrío. La fuerte represión y temor de lo sombrío no soluciona el problema del mal interior, sino que, paradójicamente, lo acentúa al volverlo más agresivo. Una consciencia personal que con intensidad reniegue y reprima lo sombrío va a producir que lo inconsciente se polarice y se vuelva más destructivo. En el caso de la novela de Stevenson, el doctor Jekyll iba a constatar, perplejo, que luego de decidir terminar de forma definitiva con la existencia de Hyde, este iba a aprovechar un momento de debilidad para emerger con mayores bríos y ansias destructivas: “Mi demonio llevaba largo tiempo enjaulado y salió rugiendo. En el momento mismo de tomar la pócima tuve la sensación de que su propensión al mal era ahora más indómita, más furiosa”5. Intentar destruir o eliminar el mal interior de forma violenta es una garantía certera de que este se vuelva más fuerte e indómito, y que en un momento de flaqueza, terminemos siendo presa de una constelación sombría, es decir, de un apropiación de parte de la sombra del funcionamiento general de la personalidad, lo cual suele traer aparejado desastrosas consecuencias.

      Por el contrario, una personalidad que se abra al proceso de conocimiento de los aspectos sombríos que han sido rechazados en uno mismo —un yo que tenga una actitud dialogante, curiosa y abierta hacia lo inconsciente— favorece la transformación de la sombra, permitiendo que ella se haga menos primitiva y persecutoria. De hecho, el diálogo con la sombra puede devenir en una mutua transformación con efectos positivos en el funcionamiento integral de la personalidad del sujeto. Como se afirmó un poco más arriba, el encuentro con lo sombrío, aunque doloroso y desafiante, puede producir un proceso de enriquecimiento, de volvernos seres humanos más completos. Aunque la sombra nunca se termine de transformar y/o desaparecer de forma definitiva, la relación interna entre el yo y lo sombrío puede desencadenar una reconciliación interna. En dicha reconciliación la sombra puede terminar convirtiéndose en una aliada del camino, e, incluso, en una guía o maestra del yo.

       LA SOMBRA COLECTIVA

      Por último, me gustaría nombrar brevemente un último aspecto teórico relevante sobre la realidad anímica de la sombra que será útil para el análisis de los siguientes capítulos. Me refiero a la noción, ya presente en Jung, de que la sombra tiene también una dimensión colectiva. Esto significa que determinados grupos humanos que comparten algún tipo de identidad común, suelen identificarse con ciertas características y atributos específicos y, a la vez, rechazar colectivamente ciertas experiencias, cualidades y formas de ser. Los “carácteres nacionales” o formas de ser cotidianos que una cultura adopta implican esta tensión interna entre la identidad nacional y la sombra colectiva6. Dice Jung al respecto:

      Ciertamente, en otro estadio anterior e inferior del desarrollo psíquico, cuando todavía es imposible hallar una diferencia entre las mentalidades aria, semítica, hamítica y mongólica, todas las razas humanas tienen una psique colectiva común; pero al iniciarse una diferenciación racial, sobrevienen también esenciales diferencias en la psique colectiva. azón no nos es posible traducir globalmente el espíritu de otras razas a nuestra mentalidad, sin perjudicarla sensiblemente7.

      Ello implicará que la diferenciación de una forma de ser colectiva especifica vendrá aparejada con ciertos contenidos sombríos que para ese grupo humano resultan reprobables.

      Si tomamos el caso del pueblo chileno podemos apreciar un ejemplo particularmente claro donde parece existir una autopercepción inflada y exaltada respecto de las supuestas “virtudes” de la propia nación, acompañada de un desprecio y/o percepción negativa de los países vecinos. Por ejemplo, estudios realizados por el Instituto Nacional de Derechos Humanos en el año 2017 determinó que los chilenos se sienten “más cultos”, “más blancos”, “menos peligrosos-violentos” y “menos sucios” que los migrantes provenientes de otras partes del continente, percepción que, por cierto, no se haya anclada en la realidad8. En ese sentido habría evidencia suficiente para proponer la tesis de que existiría una fuerte proyección de la sombra colectiva hacia el creciente número de migrantes latinoamericanos que ha llegado a territorio nacional chileno durante los últimos años.

      Cuando un grupo humano proyecta la sombra colectiva en el mundo, en una serie de individuos que están fuera de los márgenes que delimitan al propio grupo —definiendo un “nosotros y ellos” que separan a nuestros nobles y valientes soldados de los salvajes y despiadados soldados enemigos— se está en un suelo fértil para el conflicto, las guerras y las cruzadas fanáticas. Destaca, en ese sentido, el aumento de los hechos de violencia y discriminación racista y xenófoba contra los inmigrantes que han comenzado a habitar en territorio chileno, como un síntoma que ilustra el proceso de proyección de lo sombrío colectivo9. Por cierto, la proyección de la sombra colectiva en grupos marginados y/o vulnerables es un proceso del todo frecuente, siendo los “indios”, “los pobres”, “las minorías sexuales”, entre otros, blancos frecuentes donde la sombra colectiva puede depositarse para asegurar la tranquilidad de la propia —digna, superior y noble— identidad comunitaria.

       LA SOMBRA DE LA IGLESIA

      Esquematizadas algunas de las ideas centrales respecto al postulado psicológico de la sombra me es posible ahora ya plantear la tesis central de este libro, a saber, la noción de que es posible comprender la situación de los abusos sexuales perpetrados por sacerdotes y religiosos del mundo católico como una constelación de los aspectos sombríos y oscuros de la Iglesia. Es decir, la Iglesia aquí ha sido víctima de una violenta irrupción de lo reprimido, de una sombra colectiva que se volvió peligrosamente primitiva y virulenta, la que ciertamente ha eclipsado sus aspectos luminosos espirituales. Tal como en la historia de Jekyll y Hyde, es posible plantear que el fuerte rechazo y represión de la Iglesia a sus dimensiones sombrías, sumada a su auto identificación orgullosa y auto indulgente respecto a su supuesta “santidad”, ha terminado por marcar una violenta escisión interna donde lo oscuro ha terminado por hacerse realmente demoniaco, emergiendo de forma disociada y con una enorme fuerza destructiva.

      En ese sentido, que la Iglesia se haya visto envuelta en escándalos de naturaleza sexual resulta particularmente sintomático y revelador de la escisión anímica interna que han padecido tanto sus miembros como la institución entera. Que la Iglesia haya sido, o esté siendo, devorada por su sombra no es un proceso fortuito o azaroso, producido por el sino de algún designio invisible. Mucho menos es un padecimiento enviado por Dios, o algo que esté sucediendo por voluntad divina. La posesión sombría que ha padecido la Iglesia es un proceso que tiene una lógica, una estructura y un devenir psicoespiritual específico del cual se debe hacer responsable en aras de una restructuración auténtica. Pero, como acabo de afirmar, Jekyll no puede eliminar a Hyde sin destruirse a sí mismo. Y si es que ha sido Hyde quien ha manejado el rumbo de la Iglesia estos últimos años, no se le va a poder arrebatar el timón por la fuerza, haciendo como si nada hubiese pasado y mandando a lo sombrío de vuelta al sótano desde donde se ha liberado. Dicha lógica maniquea solo ha traído disociación, padecimiento y neurosis al destino del mundo católico.

      Es pues necesario pagar el alto precio en valentía y coraje que requiere el acto del cuidadoso

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