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vicerrector el doctor Pedro Juan Navarro, el Instituto San Juan de Córdoba entregó su primera promoción de bachilleres: diez jóvenes que, andando los años, traspasaron sin dificultad el umbral de los centros universitarios.

      El joven Guillermo Buitrago de la época escolar era un muchacho pausado al hablar, sereno, laborioso. Siempre andaba bien vestido y con el pelo corto y engominado, partido al lado izquierdo, lo que le daba una apariencia elegante. Alto, blanco, pecoso y de ojos claros, Buitrago estaba dotado de un físico poco usual en Ciénaga. La ceja izquierda, según recuerda uno de sus amigos de estudios, la tenía un poco más arqueada que la derecha. Frente ancha, orejas grandes y miradas fijas, tenía una protuberante manzana de Adán.

      Foto: Hermanos de Guillermo Buitrago.

      Socorro, su hermana mayor, recordaba que le gustaba leer y sentarse a la puerta de la casa. Con ella era con quien más conversaba. La actualidad y generalidades del momento ocupaban sus charlas. Fue supremamente respetuoso y amable con las personas. Nunca fumó en una época en que la juventud exhibía la mayoría de edad de la mano siempre de un paquete de cigarrillo. A pesar de su frágil contextura física, Socorro afirmaba que Guillermo era muy sano.

      No hizo estudios de música, pero desde muy joven se sintió atraído por la fuerza de su sensibilidad musical. Sus inquietudes musicales las expresaba tocando en cajas de madera, silbando y cantando mientras que Helda, niña aún, lo acompañaba con toda clase de “ruidos”.

      Empajaba muebles y fabricaba tiritos de mecha en los ratos en que estaba desocupado. Actividades que constituían unas entradas económicas importantes, ya que todavía no ejercía la música como una profesión. Estaba muy joven y apenas rasgaba el tiple, que fue el primer instrumento que aprendió a tocar gracias a su propietario José Rosario Caguana, que vivía en La Manglaria.

      La guitarra, sin embargo, era el instrumento que lo cautivaba y, curiosamente, uno de los enamorados de una de sus hermanas tocaba guitarra, la que dejaba guardada en la casa donde ellos vivían, ocasiones que aprovechaba El Mono para necear con las cuerdas.

      A mediados de 1936, adolescente aún, empezó a trabajar, como dependiente, en el almacén de víveres El Mercadito, ubicado en la calle Cauca, con el callejón de las Flores, en un local de Gabriel González de la Hoz, arrendado a José Manuel Fernández de Castro, El Baby Castro, dueño del negocio. Allí trabajó poco tiempo.

      En la radio

      Fue para entonces cuando comenzó a frecuentar los lados de la emisora Ecos del Córdoba, de Víctor Roberto Pereira Zamora, que ya hacía transmisiones en el segundo piso del palacio municipal, en oficina donde funcionó la Biblioteca Pedro Bonett Camargo.

      La emisora había sido fundada por Víctor Roberto el 24 de junio de 1935, fecha del fallecimiento en Medellín de Carlos Gardel. Fue la noticia con que se inauguró la emisora, cuya autorización para operar la otorgó Manuel Vives Barranco, entonces presidente del Concejo del municipio.

      En ella trabajaron Antonio y Enrique Campo Núñez, Juancho Ortega y Darío Torregrosa Pérez. Debido a una crítica al escudo de Ciénaga, formulada por Amadeo Mazzilli (colocado entonces en la parte superior del palacio municipal), el alcalde, Luis Jorge Lafaurie, que la consideró de mal gusto, la emisora tuvo que desocupar el amplio salón donde funcionaba en la Alcaldía. Enfadado, le pidió a los dueños de la emisora que retiraran esos garrafones del palacio, en una clara alusión a los altoparlantes.

      Se trasladaron, entonces, a la casa de los padres de Ramón Ropaín (notable pianista cienaguero), Clemente Ropaín y Delia Elías, en la calle Antioquia, callejón Popayán, esquina, al sur de la Plaza del Centenario.

      La emisora salió al aire con el nombre de Ondas del Magdalena, identificada con las letras H.J.B.E., en la frecuencia 1.460 kc., y empezó a emitir el programa La Hora Artístico-literaria, fundado por el intelectual Darío Torregrosa Pérez, el 18 de diciembre de 1938 (Revista Costamar, 1941). El programa era un pregonero cultural que se hacía todos los domingos a partir de las 8:30 a.m. y se escuchaba por los altoparlantes instalados en el Teatro Trianón y en la Librería Danón, o sintonizando la emisora por medio del radio.

      Amplificando o retransmitiendo en la casa de Calixto Bayona V., en el callejón Bucaramanga, lograron llevar la transmisión a los playones de Aguacoca, al sur de Ciénaga, donde acondicionaron un radioteatro, que sería esencial en la vida de los jóvenes músicos de entonces, en especial de Buitrago. Era un amplio caserón de madera, con techos de zinc, dos grandes corredores y un inmenso portón. Esta casa era conocida como El Hipódromo, porque las carreras de caballos, que se hacían en los playones de Aguacoca, arrancaban de ese lugar.

      Finalmente, la emisora, ya con el nombre de La Voz de Ciénaga, se estableció en el callejón de las Flores, entre las calles Antioquia y Cauca, en una casa de madera y techo de teja, cuyo propietario era el mismo Víctor Roberto Pereira.

      Programas de las emisoras de Ciénaga

      La primera agrupación musical que se presentó en la emisora fue la conformada por Carlos “El Mocho” Noriega, quién había perdido su mano izquierda al hacer explosión una pólvora cuando fabricaba artefactos pirotécnicos. El Mocho Noriega era el ejecutante de la dulzaina, un instrumento marca Honner, que tenía siete vueltas, parecido a una mazorca. Adolfo Arrieta Balanzó interpretaba la marimba, que era el contrabajo de la época. Lorenzo Arrieta Balanzó estaba con el tamborito y Manuel Arrieta con las maracas. Esas presentaciones se hicieron frecuentes y eran las delicias del público, que colmaba entusiasmado las rústicas instalaciones del radioteatro. Al local llegaba un jovencito con una guitarra prestada, cantaba un rato, lo aplaudían y se iba. Su nombre: Guillermo Buitrago.

      Entusiasmado con estas presentaciones, se esmeró por hacerlo mejor. Posteriormente, con el hijo del dueño de la emisora, Guillermo Pereira, que también tocaba guitarra, conformaron un dúo, Los Dos Guillermos.

      Se presentaron en un programa dominical dirigido por Ramón Ropaín Elías, dedicado especialmente a los niños, La Hora Infantil, que comenzaba a las diez de la mañana.

      Los infantes cantaban acompañados por el dúo. Ropaín promocionaba y premiaba a los mejores. Fue un programa que gustó por la sencillez de sus integrantes, por la música que interpretaban y por “un rubio que parecía extranjero”.

      Había un morenito, con mucha gracia para bailar y cantar, Sócrates Rafael Villero, a quien apodaron Figurín, hijo de Agustina Villero, la doméstica de los padres de Buitrago.

      Foto: Guillermo Buitrago y su ahijado Sócrates Villero “Figurín”, a quien dedicó el paseo “El negrito Figurín”. Además de los anteriores aparecen de izquierda a derecha: Darío Torregroza, Helda Buitrago (hermana), Ángel Fontanilla, Esteban Montaño, Gregorio Buitrago (hermano), Juan de la Cruz y un desconocido.

      Guillermo sentía gran aprecio por el niño, ahijado suyo. Lo llevaba al radioteatro de la emisora, donde bailaba vestido de rumbero para regocijo de la audiencia, que atiborraba el salón.

      La historia de Figurín se pierde en el tiempo, como muchas de sus anécdotas. Procedía de María la Baja, Bolívar, la tierra de la madre. Nunca se supo más de él.

      Ni nadie recuerda que haya vuelto alguna vez.

      Las programaciones en la emisora seguían, y una verdadera procesión de gentes nuevas llegaba al radioteatro.

      Ana Elvira, Elvira Elena, Zoila y Sara Rada, Elizabeth Hernández Miranda, Rosa Vizcaíno, Rosita Noguera, Hugo Parejo Fontanilla, Armando Mieles Mejía, Camilo Remón Camilo Montañez, Ana Joaquina Gastelbondo, Nicanor Velázquez García, Álvaro Montero González, entre otros, mantenían la sintonía con sus boleros corridos y romanzas.

      Las

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