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uno de los mejores «trofeos» en todos estos años haya sido que se agotaran las camisetas con su nombre después de fallar el cuarto penalti en la final de la Liga de Campeones de 2016, en Milán.

      La mayoría de las aficiones contrarias —se me ocurre alguna muy cercana y vecina para más señas— no entenderá nunca, nunca, que la gente se compre masivamente la camiseta con el número y el nombre de un jugador que falló un penalti decisivo en una final de la Liga de Campeones. Estoy seguro de que no lo comprenderán jamás porque «no lo puedes entender, muchacho».

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      LA INCREÍBLE HISTORIA DE PETER KAMPS

      Peter Kamps, un alemán de Fürth, en Franconia (Baviera), sin vinculaciones familiares ni laborales con España, es del Atleti.

      No habla español ni inglés, pero si tienes la fortuna de conocerle entiendes que tiene una pasión y unos colores en su corazón: el rojo y el blanco, a rayas, y con un poco de azul.

      Pero yo no sabría explicar mejor que Peter por qué es uno de los nuestros. Así que, gracias a la traducción de Carmen García (ver capítulo 26), nos lo explica el propio Peter:

      [P. K.:] En tiempos de la República Democrática Alemana era, como ya se supone, muy complicado obtener información sobre el equipo, pero cada uno conocía los trucos para ello. El estadio me gustaba mucho (entonces solo lo conocía por fotos) pero, sobre todo, la forma de ser del Atleti, ese «ratón gris» que decimos en Alemania, condenado a estar siempre por detrás del Real Madrid. Ser del club de los currantes me atraía, igual que lo era el club de mi ciudad, el BSG Chemie Leipzig.

      Por aquellos tiempos, en la RDA se intentaba, por supuesto únicamente en el mercado negro, obtener algo del Atlético. Lo primero que conseguí fue un banderín, por el que pagué 50 marcos y del que me sentía especialmente orgulloso.

      Cuando cayó el muro, en 1989, intenté poco después, en 1990, viajar a Madrid. Del primer partido que vi en el Calderón, la verdad es que no me acuerdo muy bien; solo sé que estuve con la boca abierta allí, delante de nuestro templo y que no podía salir de mi asombro. Con mi básico inglés de escuela intenté comunicarme como pude. Recuerdo que el ambiente era espectacular, canté incluso sin saber ni media palabra de español. Pero en ese momento todo me daba igual, lo único que me importaba era estar allí presente.

      Pasaron algunos años sin que me fuera posible viajar; me limité a comprar revistas deportivas y publicaciones similares. Y, entonces, el 26 de julio de 2006, vino el Atlético a Dessau a jugar un amistoso contra el Energie Cottbus. El partido terminó con un resultado final de 1-1 (gol de Agüero). Ese fue el momento en el que me atacó de verdad la fiebre atlética y decidí acudir a todos los partidos internacionales siempre que me fuera posible.

      Entre ellos, por ejemplo, la clasificación para Champions contra el Schalke en 2008, de la Champions League; 2010 en Hannover, Leverkusen y en Madrid contra el Leverkusen. También solía acudir regularmente una o dos veces al año a algún partido de Liga en el Calderón. En 2014 viví la amarga derrota en Lisboa en la Final de Champions. Pude hacerme con una entrada por casualidad, y encima por canales oficiales de la UEFA. La derrota me dolió muchísimo, pero los rojiblancos estamos acostumbrados a mucho, y cada derrota nos hace más fuertes.

      Allá por 2012 me crucé casualmente con alguien que llevaba una bufanda de la Peña Atlética Centuria Germana, así que me puse a investigar en Internet, contacté con el presidente y me hice socio de inmediato. Fue en un partido de preparación contra el Wolfsburgo en la temporada 2014 cuando conocí a algunos miembros de la peña, y me pareció que nos conocíamos de toda la vida. Me sorprendió mucho ver desde dónde habían venido algunos hinchas del Atleti, aunque solo se tratara de un partido de preparación: Inglaterra, Polonia, Noruega… y no pasó más de un año desde esa fecha hasta que me hice socio del Atleti. Era la primera vez que me hacía socio de un club, no lo soy ni siquiera del BSG Chemie Leipzig. Pero eso me hizo entender que ser del Atleti se había convertido para mí en algo que me salía del corazón, algo que yo llevaba muy adentro. A partir de entonces me dije: «Quiero más Atleti», y por eso acudo a casi todos los partidos de Champions que juegan fuera. A veces es una lucha que me den libre en el trabajo, como me sucedió contra el Leicester, Moscú y Arsenal, o en la segunda Final de Champions que jugamos en Milán, partidos a los que lamentablemente no pude acudir. Pero sí he estado en partidos contra el Copenhague, Sporting de Lisboa —donde, si no llega a intervenir la policía, le abro la cabeza a un hincha del club portugués que me quería quitar la bufanda—, Chelsea, Mónaco, Brujas…

      La final de Europa League en Lyon fue increíble. Ya en la zona habilitada para los fans el ambiente era insuperable, pero el ambiente en el estadio superó todo lo esperado. A pesar de que tres cuartas partes de los hinchas que estaban en el estadio iban con el Marsella, nosotros los superamos en decibelios. Literalmente me pasé el partido con el vello de punta y cuando el árbitro dio el pitido final por primera vez las lágrimas rodaron por mis mejillas por el Atleti.

      Estos son los momentos que no olvidaré jamás, por y para eso vivo el sueño atlético.

      Otro momento en el que también lloré fue cuando ganamos la final de la Supercopa en Tallin. Solamente fuimos tres de la Peña Atlética Centuria Germana, pero pasamos unos días maravillosos y la victoria sobre el Madrid fue grandiosa, como solo el Atleti sabe hacerlo.

      Espero que pueda seguir viendo muchos partidos del Atleti y que pueda acompañarle muchas veces en la victoria. Para ello un enorme «¡vamos, Atleti!» y saludos desde Alemania.

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      FUTRE, EL ÚLTIMO HÉROE DEL SIGLO XX Y UN MOMENTO

      Paulo Futre (Montijo, Portugal, 28-2-1966), símbolo del Atleti de finales de los ochenta e inicios de los noventa, factótum de la victoria de Jesús Gil y Gil (ver capítulo 83) en las elecciones a la presidencia del club en 1987, el delantero que nos hizo soñar de nuevo con grandes títulos y, entre otras cosas, el autor de uno de los goles más recordados por los atléticos en más de un siglo de historia.

      Llegó al club en plena campaña electoral para elegir presidente —la última que se ha celebrado antes de que se convirtiera en sociedad anónima deportiva— tras haber sido una de las estrellas del Oporto que ese mismo año había ganado al Bayern contra todo pronóstico la Copa de Europa.

      Seleccionar a los mejores de algún deporte o de alguna faceta en la historia, en la vida, siempre es muy relativo, y, entre otras cosas, depende de la época que le haya tocado vivir a cada cual. Sin embargo, hay que mojarse, y creo que Futre estaría entre los diez más queridos por la afición. También, y a pesar de su irregularidad, entre los mejores.

      Claro que a la mayoría de jugadores no la vimos jugar o conocemos de ella solo por la referencia de nuestros abuelos o nuestros padres. Pero qué le vamos a hacer… De momento hablemos del legendario Paulo, desde luego el último gran ídolo colchonero de proyección internacional del siglo XX.

      El luso cuando estaba fino y metido en el partido era imparable. Era un jugador que parecía estar enganchado a una torre de alta tensión. Un coche de Scalextric enloquecido sobre su carril, en este caso sobre su banda. Melena al viento con aquella camiseta de Puma y publicidad de Marbella. Máxima verticalidad.

      Sucedió en el estadio Santiago Bernabéu una calurosa noche de verano, la del 27 de junio de 1992, en la final de la Copa del Rey de aquella temporada cuando el alemán Bernd Schuster ya había puesto a los de Luis Aragonés por delante en uno de los mejores lanzamientos de falta que hayan visto esas gradas. El portugués recibió un balón de Manolo, un extraordinario pase al hueco a la media hora del partido, y se lanzó derechito hacia la meta defendida por un «viejo amigo» suyo, Paco Buyo, portero de los blancos y con quien había tenido ciertos «problemillas» a lo largo de su carrera deportiva. Tras superar a Chendo, Paulo pegó al balón con toda su alma, con su pierna izquierda y al palo corto para saldar «sus cuentas» con el guardameta gallego del Madrid.

      Con Buyo había protagonizado un incidente en la temporada 1988-89 en ese mismo estadio en un derbi en el que el madridista fingió haber sido

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