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en el universo rojiblanco y el corazón de los aficionados lo encontró en su etapa de segundo entrenador del Cholo Simeone.

      «El Mono» ha hecho de todo. Bueno, supongo que de casi todo. Detener a Luís Figo un penalti con la nariz, cantar en el grupo de rock GARB —que responde a su nombre completo, Germán Adrián Ramón Burgos—, protagonizar el anuncio más divertido de la historia del club saliendo de una alcantarilla, enfrentarse a José Mourinho en el Bernabéu o encararse con el técnico del Bayer Leverkusen Roger Schmidt, sobrevivir a un cáncer, parar un balón con la cabeza, con un pie, con un codo… Un crack.

      Sin embargo, si me tengo que quedar con una imagen suya, elijo una de la final de la Copa del Rey de 2013, el 17 de mayo, en el Santiago Bernabéu. Sí, aquella del gol de João Miranda en la prórroga. Germán se situó en el centro del campo, incluso ajeno al corrillo de su propio equipo, mirando desafiante al equipo contrario, con una carpeta verde en sus manos y mascando un chicle. ¡Qué pasaría por su cabeza en esos momentos! Quizás pensó que el central brasileño debía cabecear como lo hizo y donde lo hizo para marcar el segundo tanto. A lo mejor fue idea suya. Nunca lo sabremos, pero ganamos. Y es que su referente y su portero favorito es otro «loco», el legendario arquero argentino «el Loco» Gatti.

      El 3 de junio de 2020, Germán anunció emocionado que dejaba el Atleti, que emprendía su camino solo. Algo lógico. Entonces recordó y destacó algunos de los momentos vividos desde diciembre de 2011 junto a su amigo Simeone y dos de los abrazos que se había dado con Diego Pablo a lo largo de esas temporadas: el primero, el de la Liga de 2014 en Barcelona y, el segundo, el del 11 de marzo de 2020 en Liverpool. El tercero, el que está por llegar, será cuando ganemos la Liga de Campeones. «Nos debemos el tercero.»

      «Esto es un hasta luego, no es un adiós. El futuro y el fútbol dirán si nos volveremos a ver. No claudiquen, sigan luchando, persigan sus sueños, peleen en la vida.»

      ¿Se imaginan a Germán con la camiseta de portero del equipo blanco o del blaugrana?

      Imposible.

      08 / 100

      MIGUEL MARTÍNEZ FEBRER EN EL RECUERDO

      A una buena parte de los atléticos este nombre no les dirá mucho, incluso nada.

      La historia del Atleti está llena de alegrías y de tragedias.

      No quería avanzar mucho más en este libro sin traer a sus páginas a una de las personas cuyo drama marcó una buena parte de la década de los sesenta y el comienzo de la siguiente: Miguel Martínez Febrer, «el Panocha».

      Nacido el 17 de abril de 1938, en Barcelona, Martínez acababa de llegar al Atleti procedente del Betis fichado junto a Colo, Matito y Luis Aragonés. Un defensa o medio al que sus compañeros de entonces definen como «un valiente, alto y muy fuerte», un jugador de calidad que, según Aragonés, habría sido con seguridad internacional.

      «El Panocha», como era conocido por ser pelirrojo, había llegado a la capital de España en abril de 1964 y pronto se embarcaría con el resto de la plantilla en una larga gira por Suramérica. A los colchoneros les esperaban partidos por Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador y Venezuela. Imagínense qué viajes, qué aventuras… Visitas en las que los jugadores eran recibidos a lo grande pero no en el sentido que lo hacen ahora. Eran casi viajes de Estado. En el que la plantilla tenía una agenda más humana y próxima al país que visitaba. Comía con la colonia española del lugar, tenía un contacto con los aficionados que ahora sería imposible y rendía homenaje a los héroes locales. Lo dicho, como si fueran los Reyes.

      Pero volvamos a Martínez. Fue en el Hotel Columbia Palace de Montevideo, la noche del 13 de julio, cuando Miguel, que compartía habitación con Colo, se sintió indispuesto y sufrió un ataque de mesoencefalitis que le llevó a perder la conciencia y caer en un coma cerebral del que ya no despertaría. En España se hallaban su mujer, María José Márquez, y su hijo recién nacido.

      Tras ser hospitalizado en la capital de Uruguay, el Atlético organizó su repatriación a Madrid, donde el 2 de agosto quedó ingresado en la Clínica de la Concepción, muy cerca del lugar en el que se encontraba el antiguo Metropolitano. En la habitación 466 pasó Miguel, «dormido», el resto de sus días, junto a su esposa y a su hijo.

      El 14 de julio de 1967, el jugador recibió la Medalla al Mérito Deportivo impuesta por el delegado nacional de Deportes, Juan Antonio Samaranch, acompañado del entonces presidente del club, Vicente Calderón, y de la mujer de Martínez. Asimismo se organizó un partido benéfico entre una selección de jugadores que vistió los colores del primer equipo del «Panocha», el Granollers, y el Atleti. El encuentro se retransmitió en directo por TVE —o era a través de esta o no era— y se organizó una fila cero, una de las primeras veces que se puso en marcha esta entrada solidaria teniendo un éxito increíble porque, entre otras cosas, el caso de Miguel Martínez era muy popular. «Panochita», que era el nombre por el que los jugadores colchoneros conocían al niño del jugador, recibió el carné de socio número 50.000.

      Creo que perdimos, pero entre la venta de localidades y la fila cero se superaron los cuatro millones de pesetas. Todo un dinero. Ganamos.

      Miguel se marchó definitivamente al «tercer anfiteatro» en la madrugada del 28 de septiembre de 1972.

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      «EL NIÑO» TORRES

      «El Niño» Torres (Madrid, 20-3-1984), un chaval que a finales de la temporada 2000-01 nos hizo soñar con el ascenso que todavía tardaría un año en producirse, la imagen del club en aquellos tristes años, la referencia que tenían entonces miles de chicos colchoneros en el patio del colegio o en el parque, el orgullo de una grada huérfana de ídolos durante varios cursos. Más tarde, más orgullo: «el Niño» y Luis nos hicieron campeones de Europa, de la mano, junto a una gran generación de jugadores españoles cambiaron la historia del fútbol español. ¡Qué golazo aquel de la final de Viena en 2008!

      Las dos personas imprescindibles en aquel título, dos leyendas rojiblancas.

      Cómo no acordarse de los consejos previos a la final de Luis a Fernando y al resto de la selección que quedan recogidos al comienzo de este libro…

      Aunque en 2007 se marchara a Inglaterra, Fernando siempre ha sido un atlético más. Todavía no me explico que no le llamaran la atención o le sancionaran en el Liverpool cuando se paseó por las calles de Madrid con la bandera del Atleti tras ganar el Mundial de 2010 en Suráfrica. O igual sí lo hicieron. Pocas veces se habrá visto eso.

      Colchonero por su familia, en concreto por su abuelo materno, Eulalio, del que aprendió a sentir el orgullo de las rayas rojas y blancas en el pecho, a ser distinto entre los demás y a no animar a un equipo solo por sus victorias. «Me dio el mejor regalo que se le puede dar a un nieto, que es hacerle del Atleti», señaló el día de su despedida.

      Torres cubrió todas las etapas del buen canterano: desde infantil al primer equipo, en el que debutó al final de la primera temporada en el «infierno»; sí, aquel en el que solo íbamos a estar un añito y estuvimos dos. Cosas de la vida y, por lo tanto, del fútbol. Fernando, que ya había ganado una Eurocopa sub-16 con la selección nacional, saltó al césped del coliseo del río Manzanares en un encuentro contra el Leganés el 27 de mayo de 2001, en un momento en que el equipo entrenado por Carlos Cantarero trataba de coger el último tren para volver a Primera. Y marcó su primer tanto en Albacete en la jornada siguiente para hacer creer a la afición que el ascenso era posible. No lo fue. Cosas del Atleti.

      Aquel verano se cruzó en su camino una persona que, a la postre, sería crucial en su carrera: Luis Aragonés, al que unió su nombre para siempre, que le dosificó, con el que ascendería en 2002 y que le haría debutar en Primera ya en la Liga 2002-03. Sin embargo, la vuelta a la máxima categoría del fútbol español no fue un camino de rosas para el club y durante varias temporadas el juego y la clasificación del equipo no pasaron de discretos, por decir algo.

      Hacía frío aquellos años a la orilla del Manzanares. Una temporada tras otra sin un mísero

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