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de España ya que el padre, John, era el coronel de las Fuerzas Aéreas de los EE. UU. en España y sus hijos iban al colegio de la base de Torrejón de Ardoz, en la que entonces los norteamericanos tenían uno de sus principales centros en Europa.

      Miguel, a diferencia de otros niños de la base, además se decantó por un deporte tan poco americano como el fútbol y su equipo de Torrejón incluso disputaba una Liga con los combinados de otras bases de los Estados Unidos como la de Rota (Cádiz) o Zaragoza. Siempre ganaban, dice él, que jugaba de lateral izquierdo con el 3 en la espalda, número que aposta lleva este capítulo y que tenía la camiseta de algunos mitos de la historia rojiblanca, Isacio Calleja y José Luis Capón, entre otros.

      El primer contacto de McCleary con el Atleti fue ya muy curioso, pues un compañero suyo celebró su cumpleaños nada más y nada menos que en el antiguo estadio Metropolitano. Pudiera ser que algún chaval del centro militar se enganchase al club colchonero debido a que creía que había una vinculación entre la entidad y su país por los colores. Piensen en el rojo y el blanco, las barras del escudo, las estrellas e, incluso, el tono del azul del pantalón.

      Tras aquel encuentro y aquel cumple, Michael ya lo tuvo claro: sería del Atleti. Y lo sería para siempre y tanto que ya no encontró rival a la hora de hacer locuras por su equipo. Años después, mi amigo buscó en una hemeroteca la crónica del partido de su debut. Y la encontró: Atlético de Madrid, 4 – Pontevedra, 0. Fue un 6 de marzo de 1966. Tenía 9 años, los mismos que Manuel Oppenheimer (ver capítulo 2) cuando visitó Madrid.

      Años más tarde, sería su hermano mayor, Brian, quien le llevaría al estadio Vicente Calderón. Y uno de sus mejores recuerdos, me ha explicado, es precisamente el momento en el que dejó atrás la glorieta de Pirámides y vio el coliseo del Manzanares de repente y en todo su esplendor, pues entonces no estaban los edificios que había entre el fondo sur y la plaza, y que quitaron la bonita vista cuando hasta no hace tanto se encaraba el paseo de Los Melancólicos.

      Sus primeros años de «militancia» colchonera le dieron la pauta de lo que iba a ser su vida en rojo y blanco: alegrías y decepciones. La vida misma reflejada en un trozo de césped. Entre las primeras, la Copa de 1972 ganada al Valencia o la semifinal de 1974 frente al Celtic de Glasgow; entre las segundas, su primer derbi en el Bernabéu, perdido el día de Reyes de 1972. Ya empezaban «los Reyes» a hacernos «regalos».

      Los estudios le llevaron a Boston en 1976. Sin embargo, su progresión en esa imaginaria clasificación de atléticos hasta la muerte era ya imparable hasta conseguir la primera posición, y en su país siguió como pudo la actualidad rojiblanca. En mayo de 1977 solicitó a sus profesores que le adelantaran los exámenes por «un acontecimiento familiar». No mintió porque se trataba de su familia rojiblanca que se disponía a celebrar su octava Liga, y el partido decisivo era en el Santiago Bernabéu. Mereció la pena.

      Desde Estados Unidos, siempre al tanto de lo que le ocurría al club. A veces de manera increíble: dejaba un casete grabando los partidos a través de Radio Exterior de España cuando se iba a trabajar y era sábado o domingo y jugaba su Atleti. El problema era que no tenía a nadie en casa que le diera la vuelta a la cinta, de tal forma que a su regreso solo podía escuchar una parte de la narración del encuentro y esperar a que el lunes llegara la prensa española. Ahora parece increíble, pero era así. Ni Internet, ni plataformas de televisión ni nada que se le parezca. Un día o dos de incertidumbre.

      Miguel se ha superado en los últimos años. No solo viaja un par de veces al año a España a ver al Atleti, sino que gasta sus vacaciones en hacerlo. Con motivo de la final de la Liga Europa de 2018 viajó desde Washington a Lyon, y ni que decir tiene que estuvo en la despedida del Calderón y en la inauguración del nuevo Metropolitano. Ese día portaba una cartulina en la que relataba que había hecho un «triplete» de estadios: los dos Metropolitano y el Manzanares.

      Alguna compañera de trabajo me ha comentado alguna vez después de hablarle del «americano loco» que debería escribir un libro solo dedicado a él. Me lo pensaré. Se lo merece, desde luego. Miguel tiene una historia asombrosa y coincido con amigos que tenemos en común que lo más increíble es que una vez que dejó España siguiera contra viento y marea fiel al equipo, incluso más que si se encontrara en Madrid.

      Aparte de una colección única de objetos relacionados con el Atleti —butacas, trozos del Calderón, una almohadilla de los 70—, el culmen de su pasión llegó en forma de matrícula, pues su Jeep Cherokee porta por las calles de Washington una placa en la que se puede leer «ATLETI». Así que si usted camina cerca de la Casa Blanca y ve esta placa con esa palabra, no piense que lo está soñando, no. Se trata del coche de McCleary.

      No acaba ahí, Miguel ya tiene un sitio reservado para cuando parta hacia el «tercer anfiteatro». En su tumba, en el corazón de la capital de los Estados Unidos, hay un epitafio que exclama: «¡Aúpa Atleti!»

      PD: Miguel es una de las mejores personas que conozco.

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      GABI, UNO DE LOS NUESTROS

      Este libro es un libro escrito desde el punto de vista de un aficionado loco del Atleti. De uno que la mayoría de las veces reconoce a sus semejantes a primera vista. Mentalmente clasifico en diferentes categorías a los seguidores rojiblancos, y podría hacerlo con los de los otros equipos en función de su implicación con el club.

      En el hasta hace poco nuestro capitán, Gabriel Fernández (Madrid, 10-7-1983), reconozco, como diría un italiano, a «uno di noi» (uno de los nuestros). Y lo hago por muchos motivos, pero uno de ellos es el reconocimiento que hizo de que el momento más emotivo de su carrera como jugador del Atlético de Madrid había sido la vuelta de la semifinal de la Liga de Campeones de 2017 frente al Real Madrid al que ganamos (2-1), pero ante el que caímos eliminados. El capitán ha señalado que, aquella triste noche, la afición le dio una lección aguantando hasta el final del encuentro en una noche infernal. El último partido internacional en el Vicente Calderón, en el que para despedir al Atleti se abrieron los cielos y nos cayó encima una de las mayores trombas de agua que el viejo coliseo de la ribera del río Manzanares recordara. Adiós, Calderón adiós. ¡Y qué adiós! Varios amigos atléticos piensan asimismo que aquel fue el momento más memorable de su vida futbolística. Igual que Gabi.

      Evidentemente, los méritos de Fernández para estar en el cuadro de honor de los jugadores rojiblancos no empezaron aquella noche del 10 de mayo de 2017. Canterano, un año mayor que Fernando Torres, llegaría al primer equipo más tarde que el número 9 y dejó el club en el mismo momento, en el verano de 2018, tras ganar la Liga Europa en Lyon (3-0) al Olympique de Marsella con un tanto del capitán, el tercero ya al filo del final del encuentro. También llovió aquella gran noche de Lyon.

      Gabriel debutó en el Atleti en la temporada 2003-04, el 7 de febrero en Mestalla, y fue cedido la siguiente al Getafe, donde tuvo de técnico a Quique Sánchez Flores. De regreso al Vicente Calderón, estuvo dos temporadas más y en la 2007-08 firmó un contrato con el Real Zaragoza, club en el que permaneció y del que fue líder a lo largo de cuatro temporadas.

      Regresó en 2011 con el entrenador de su debut, Gregorio Manzano, de nuevo en el banquillo colchonero para firmar uno de los periodos más destacados de la historia con siete títulos en siete años si le incluimos en la Supercopa de 2018. La Liga de 2014, la Copa del Rey de 2013, de la que será imposible olvidar su imagen con la bandera del Atleti en el centro del Santiago Bernabéu; dos Ligas de Europa, en 2012 y 2018; una Supercopa de Europa, en 2012, y una Supercopa de España, en 2014. Todos ellos con Diego Pablo Simeone al frente de la plantilla.

      Desde luego que la Supercopa continental ganada al Madrid en Tallin también es bastante suya, aunque acababa de dejar la disciplina rojiblanca. Y como se la merece y el libro lo escribo yo, pues hago esa trampilla.

      Resulta incomprensible que Gabi no fuera convocado para disputar el Mundial de 2014 en Brasil tras el temporadón que hizo aquel curso y la extraordinaria final de Lisboa, donde parecía que hubiera cinco jugadores del Atleti con el 14 sobre el césped del estadio Da Luz. Y más increíble que no debutara a lo largo de su carrera con la selección nacional.

      El

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