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contó con un público incondicional, entre los que se hallaba un espectador siempre dado al «aplauso fácil» hacia el equipo local: el colegiado Martín Navarrete. Ni que decir tiene que el encuentro finalizó con la victoria del Madrid.

      Recomiendo a todos los atléticos que busquen las imágenes tanto del gol de la final de la Copa de 1992 como del incidente en el derbi de la temporada 1988-89.

      Si bien Futre fue el estandarte del primer Atleti de Gil y Gil, su nombre ha quedado también unido para siempre al de Luis Aragonés. El técnico, un motivador nato, de una inteligencia natural increíble, caló desde el primer momento a su pupilo y le pulió, le enseñó y mejoró su juego, sobre todo su remate. Una prueba de ello es el golazo relatado arriba.

      Con motivo del fallecimiento de Luis en febrero de 2014, el de Montijo recordaba en el especial del diario Marca una de las mejores anécdotas que definen al genio de Hortaleza. Cuenta que, la mañana de esa final de la Copa, el míster entró en su habitación para exigirle que vengara a su compañero Pizo Gómez, del que al parecer unos días antes varios jugadores blancos se habían reído en un semáforo de una calle de Madrid. Luis le pidió que hiciera que esa noche fuera inolvidable para los Míchel, Hierro y compañía. Y Futre cumplió.

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      EL PADRE DANIEL, EL «PATER»

      Hubo un tiempo en el que en los clubes de fútbol había un capellán. En algunos todavía existe. Sí, un cura que decía una misa al empezar la temporada, bendecía el estadio, casaba a los jugadores o bautizaba a sus hijos. Incluso, si el entrenador era muy creyente, la mañana del partido decía misa. Así era, aunque hoy parezca increíble.

      En nuestro equipo, en su día el «pater» fue Pablo Serrano Villafañe, don Pablo, quien había sido capellán en un tercio de requetés, ¡casi nada!, durante la Guerra Civil y párroco del barrio de Peñagrande Lacoma, según recuerdan Miguel San Román y «Petón» en su obra Blanco ni el orujo (ed. Córner), y que, entre otras ceremonias, oficiaba en las bodas de los jugadores de los años sesenta. El día 7 de diciembre de 1958 se puso la primera piedra del entonces nuevo campo colchonero y allí estaba don Pablo, un leonés de Sahagún, para bendecir el que ocho años después sería el coliseo rojiblanco hasta 2017: el estadio del Manzanares, nombre oficial del Calderón en sus primeros años.

      Más tarde, y durante mucho tiempo en el Atlético, el capellán se llamó Daniel, el padre Daniel, tan del Atleti que hasta se parecía a Luis Aragonés, de quien celebró su funeral en febrero de 2014.

      Vinculado al club desde su juventud, Daniel Antolín Hernáiz se hizo socio en 1974 y tenía el número de abonado 1.215 hasta que un accidente de tráfico en su pueblo natal, Pineda de la Sierra (Burgos), se lo llevó el 21 de septiembre de 2018. Uno de sus últimos actos públicos, la bendición del Metropolitano en 2017.

      Un hombre bondadoso, que reconocía que no rezaba para que los otros equipos perdieran o bajasen de categoría, pero sí para que ganase su Atleti. A veces, Dios escuchaba sus plegarias, otras no, aunque no hay duda de que es atlético.

      Me quedo con unas palabras suyas con motivo de los dos añitos en Segunda, entre el año 2000 y el 2002: «el descenso fue un gran sufrimiento para todo el que tenga un sentimiento atlético. Pero, como siempre hemos tenido el lema de que el dolor purifica, nosotros ya estamos purificados». Por cierto, al padre Daniel no le hacía ninguna gracia lo de «un añito en el infierno» (lema publicitario con el que el Atlético afrontó su primer curso en Segunda) porque, según la teología, del infierno no se sale.

      «El que va al infierno», recordó, «no sale de ahí». Afortunadamente, salimos.

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      JAN OBLAK, EL ESLOVENO INMUTABLE

      Y del infierno y el cielo del padre Daniel al Ángel de la guarda de la portería rojiblanca desde 2014, Jan Oblak.

      El esloveno (Skofja Loka, 7-1-1993) ha sido, si tenemos en cuenta de manera global todas las temporadas en la que ha estado en el club, el mejor jugador del Atleti. ¿Cuántos puntos nos ha dado? ¿Cuántas eliminatorias hemos pasado gracias a sus paradas? No hay respuesta. Pero sin duda más que alguna estrella caprichosa que ha compartido vestuario con él y que ha estado mucho mejor pagada.

      Tras el paso de dos porteros como David de Gea y Thibaut Courtois, en el verano de 2014 parecía muy difícil mantener el nivel en esa posición tras la final de Lisboa y la gran temporada del belga. Sin embargo, con el fichaje de Jan, procedente del Benfica, paradojas del fútbol, el club en cuyo estadio habíamos disputado el último partido de la temporada anterior, se consiguió.

      No le fue fácil al esloveno hacerse con la titularidad por la que tuvo que pelear duramente en su primer año con Miguel Ángel Moyá. Había sido el portero más caro de la historia de la Liga, 16 millones, y el octavo más caro en la historia del fútbol. Pero en su primera oportunidad, en el inicio de la Liga de Campeones y tras haber padecido una lesión que retrasó su competencia con su compañero durante aquella pretemporada, no tuvo su mejor noche y encajó tres goles en El Pireo ante el Olympiakos. Relegado al banquillo, no fue hasta los octavos de final de la máxima competición continental de aquel curso cuando tuvo otra oportunidad de demostrar su calidad.

      La tanda de penaltis ante el Bayer Leverkusen, un 17 de marzo de 2015, no auguraba nada bueno dado el precedente que traía en su maleta. La derrota en la tanda definitiva en la final de la Liga Europa entre el Benfica y el Sevilla, y su suplencia durante aquellos meses, llevaron el clásico murmullo a las gradas del Calderón cuando en el minuto 20 Moyá se lesionó. Fue la primera gran noche de Oblak en el Atleti con una parada al primer disparo de Çalhanoglu y forzando que otros lanzamientos del Bayer salieran fuera. Él no se dio ninguna importancia.

      Aquella noche comenzó a volar. En todos los sentidos. También hacia la titularidad. Para un lado, para el otro. Para la izquierda, para la derecha. A este se la rebaño por aquí, al otro por allá. Y no se inmuta. Juanito no se inmuta.

      Sería contra el mismo equipo alemán, pero dos años más tarde y en la misma fase de la Liga de Campeones, cuando, en mi opinión, tuvo la mejor intervención en su etapa en el Atleti y, probablemente, de su vida. Jan replicó a la delantera del Bayer con tres paradones seguidos a disparos a bocajarro en cuatro segundos. Seguía sin inmutarse. Brandt y Volland todavía se deben de estar preguntado cómo fue posible que no abrieran el marcador en aquella jugada. No fue un gran partido, acabó a cero y pasó el Atleti por el 2-4 de la ida, pero por vivir aquel momento mereció la pena pagar una entrada.

      Como lo mereció el penalti de la semifinal de Múnich en 2016, el partidazo de Londres contra el Arsenal en la ida de la semi de la Liga Europa de 2018 en el que desesperó al equipo rival, el encuentro de la Liga 2018-19 en Barcelona o una doble en el Metropolitano contra el Celta esa misma temporada. ¿Y qué decir de sus manos salvadoras en Anfield, ante el Liverpool, en la vuelta de los octavos de la Liga de Campeones de 2020 en una noche que jamás olvidaré?

      Y Oblak sigue sin inmutarse.

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      ¡¡¡APLASTA ARTECHE!!!

      Se podía ganar o perder, pero cuando Juan Carlos Arteche estaba sobre el terreno de juego sabíamos que, fuera lo que fuera, dejaríamos el campo con orgullo y honor, con coraje y corazón. No había duda. La lucha y el esfuerzo no se negociaban. Aquellos jugadores de los años ochenta, a lo mejor no eran los mejores de la historia, pero lo daban todo. Exagerando un poco: volvían a los vestuarios sin cabeza o con la cabeza del rival en sus manos.

      Arteche fue miembro de las plantillas del Atleti en una de las épocas más convulsas de la entidad, la que va desde finales de los setenta, en concreto desde 1978, hasta 1988, ya con Jesús Gil y Gil en la presidencia del club. Vivió el final de la grandeza del último Atlético de Vicente Calderón, la locura de las dos temporadas del doctor Alfonso Cabeza al frente del club y los también caóticos años iniciales del mandato de Gil, con quien acabó muy mal.

      Apodado con cariño «el Algarrobo», en alusión a uno de los personajes

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