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seguidor rojiblanco. Casi todo en su vida, como buen colchonero, era apasionado y exagerado; ya he dicho que tuvo diez hijos (todos atléticos). Tanto que es la única persona que conozco que viajó a Bruselas a presenciar la final de la Copa de Europa de 1974. Sí, la que perdimos en aquellos dos partidos contra el Bayern de Múnich, la del gol de falta de Luis Aragonés. Evidentemente, entonces no había las facilidades que hay ahora para viajar y menos para ver un partido de fútbol fuera de nuestras fronteras, la mentalidad era otra. Supongo que a Bélgica se desplazó sin el cura y el abogado, y así pasó lo que pasó: que nos volvimos sin la Copa. Pero ¿a quién le importa? Miles de atléticos se dejaron sus ahorros y su tiempo para ir al estadio Heysel y dieron un ejemplo de lo que es la lealtad a unos colores. Encima muchos se quedaron a ver el segundo encuentro, pues la final en caso de empate no se dilucidaba en una tanda de penaltis, sino que había otro partido.

      Aquellos, muchos de ellos emigrantes en Bélgica y Alemania, sí que hicieron único al Atleti.

      Con el tiempo, me enteré por medio de otro de mis primos, Jose, que el encofrado de la planta de arriba de su casa lo habían hecho en su día utilizando parte de las vallas de publicidad, supongo que serían de metal, del viejo Metropolitano. Muy poca gente, por no decir nadie, puede decir que ha vivido debajo de los restos del estadio del Atleti. Genio y figura. Sobran ya más palabras.

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      «EL RATÓN» AYALA Y «EL CACHO» HEREDIA

      «El Ratón» también era único. Su melena, su bigote y su apodo llamaron la atención de muchos niños en la década de los setenta. Su calidad, su zurda, sus regates y sus gambeteos un tanto desgarbados enamoraron a los aficionados, de tal forma que aquel delantero que parecía uno de los tres mosqueteros de la novela de Alejandro Dumas acabó convirtiéndose en un símbolo y en una estrella de un histórico once.

      Y «el Cacho» no le iba a la zaga.

      Rubén Hugo Ayala (Las Colonias, Argentina, 8-1-1950) y Ramón «Cacho» Heredia (Córdoba, Argentina, 26-2-1951) aterrizaron en Madrid en verano de 1973 tras la apertura de las fronteras españolas a jugadores extranjeros. El Atleti, siguiendo una tradición curiosa de fichar americanos, se decantó por dos argentinos.

      A su llegada sorprendió la imagen de los dos. El bigote de Ayala, desde luego, no era entonces un signo de rebeldía, pero aquellas cabelleras sí que lo eran. Y eso que desde 1971 la melena de Heraldo Becerra ya había acostumbrado de alguna forma a los espectadores a «aquellos pelos» y aquella imagen un tanto revolucionaria.

      Ambos procedían del San Lorenzo de Almagro, entrenado por Juan Carlos Lorenzo, que también se sentaría en el banquillo del Manzanares y llevaría al equipo a la final de la Copa de Europa de 1974. En Argentina, dos años antes, los tres habían liderado al Ciclón, como se conoce al club del barrio de Boedo, a un doblete histórico con uno de los títulos, el Nacional de 1972, logrado sin perder.

      La calidad de los fichajes dio resultado inmediatamente prolongando una de las épocas más brillantes de la entidad que se había iniciado ya al comienzo de la década con el título de Liga de 1970 y había continuado con la Copa de 1972 y la Liga de 1973. Así, pues, Ayala y Heredia llegaron a un equipo campeón y contribuyeron a aumentar el palmarés de aquellos años dorados.

      El delantero internacional con la albiceleste fue una pieza clave en ir superando eliminatorias en la Copa de Europa; sin embargo, se quedó fuera de la final contra el Bayern porque le expulsaron en la ida del épico encuentro que disputó el Atleti en Glasgow ante el Celtic —quizás el choque más memorable que haya disputado el cuadro rojiblanco en su historia. Rubén no jugó el partido decisivo y quién sabe si la historia habría cambiado con su participación en aquellos dos encuentros de Bruselas…

      En menos de un año, Ayala, que debe su mote a la forma de moverse sobre el campo, y el Atleti tendrían una gran oportunidad de resarcirse de la derrota en la capital belga ante los bávaros. Lo harían ante otro club argentino, Independiente de Avellaneda, para dilucidar el campeón de la Copa Intercontinental (hoy Mundial de Clubes). El Bayern debía viajar a Buenos Aires en representación del Viejo Continente, pero renunció por los incidentes y la dureza que habían provocado el Racing y el Estudiantes de La Plata en sus enfrentamientos con clubes europeos en ediciones anteriores del trofeo que jugaban el campeón de la Libertadores y el de Europa.

      Rubén y sus compañeros no marcaron en la ida en Buenos Aires y regresaron con un 1-0. Y fue en el Calderón donde, a cuatro minutos del final, un disparo de Ayala, a la salida de una falta botada por Heredia, dio al Atlético su primer y hasta ahora único título mundial.

      La larga melena del «Ratón» siguió corriendo por la banda izquierda de la orilla del Manzanares y dando tardes de gloria al club de tal forma que sumó la Copa de 1976 y la Liga de 1977 convirtiéndose en uno de los grandes delanteros de la historia atlética.

      Ayala dejó la entidad al finalizar la temporada 1979-80 y viajó a México para, cada vez con menos melena, seguir jugando al fútbol y ser con el tiempo entrenador en el Pachuca, del que sería técnico rojiblanco Javier Aguirre.

      Heredia y Ayala unieron sus nombres para siempre en aquel San Lorenzo legendario, jugaron con Argentina el Mundial de Alemania 74 y continuaron juntos en el Atleti. Si el delantero causaba pavor en las defensas contrarias, Heredia lo hacía en la propia o en el centro del campo rojiblanco por su planta y su calidad.

      «Cacho» estuvo cuatro temporadas en el club y cerró su paso por el mismo con el título de Liga de 1977. Su vinculación con la entidad se prolongó más que la de Ayala y ocupó el cargo de entrenador en dos ocasiones. La primera en 1993, procedente del Ávila, y la segunda al comienzo de la siguiente temporada como sustituto de Jair Pereira, un curso en el que el equipo sumó seis técnicos.

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      GONZALO CABALLERO, A LA FINAL DE MILÁN CON UNA CORNADA

      En mayo de 2014, Gonzalo Caballero era novillero. Y el día 26 de aquel mes, tan solo dos días después de que su equipo cayera en la final de la Liga de Campeones en Lisboa, toreaba en Las Ventas en la feria de San Isidro.

      El resultado de la capital lusa no arredró a Caballero, lo espoleó a tomar la decisión de hacer el paseíllo con un capote bordado con el escudo del Atleti.

      Dos años más tarde, no se envolvió en un capote, sino que a la final de Milán viajó para ver el partido con una cornada en su cuerpo que un toro le había dado veinte días antes del partido. No podía ni andar, iba con un bastón —me cuenta—, pero cuando Carrasco marcó el empate subió los escalones de tres en tres para abrazarse a su padre.

      Tenía pensado titular este capítulo «Gonzalo Caballero, orgullo y valentía», pero, después de hablar con él, preferí cambiarlo para relatar la historia de Milán.

      Gonzalo nos relata su historia rojiblanca: «Recuerdo que unos días antes [de la final de 2014] me habían invitado a ir a Lisboa, pero no pude ir porque toreaba en Madrid y vi el partido con mi padre en casa. Los del Atleti tenemos esa extraña enfermedad y se me ocurrió hacer ese homenaje [el paseíllo con el capote que está en el museo del club]. No lo hubiera hecho, si hubiera ganado. Lo hice porque me sentía muy orgulloso a pesar de haber perdido, por lo que nos habían enseñado esos jugadores de entrega y de pasión. Estaba muy orgulloso y fue mi manera de homenajearlos y por lo que significa ese escudo para los que nos sentimos atléticos.»

      «Lo importante son las formas, no ganar o perder, y nos hicieron sentirnos muy orgullosos», nos dice Caballero, que añade que «mi padre era muy muy atlético y desde pequeño me lo inculcó y un día me llevó al Calderón, el año del doblete con 4 o 5 añitos, no sé si era el Compostela, jugaba Fortune».

      «En clase», explica, «casi todo el mundo era del Madrid, pero si naciera mil veces, mil veces sería del Atleti. Era el único del Atleti en esos años tan complicados».

      Y nos relata emocionado: «Me acuerdo perfectamente del día del ascenso [en 2002] que estaba en los toros, o el día del Betis del papel higiénico [un partido de Segunda por la mañana en el que el estadio se

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