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de construir un discurso crítico frente al objeto literario tiene que ver, entonces, con los proyectos narrativos que se analizan y sus posiciones políticas en el campo cultural. Por eso, frente a la retórica del consenso asumo como propios los lenguajes disidentes, la idea de pertenencia a una comunidad interpretativa, el disenso como ejercicio de representación de identidades, en la búsqueda de una retórica cómplice entre mi trabajo y la narrativa de Cynthia Rimsky, Eugenia Prado y Juan Pablo Sutherland, con el objetivo de abrir un espacio que, en su condición de subalternidad, instigue a la recreación de nuevos signos y códigos culturales alternativos a los espacios impuestos desde la retórica del consenso.

      Los capítulos específicos al análisis de estos tres escritores examinan la producción de cada uno de ellos, indagando los procedimientos de intervención de las figuras del autor, lector y personajes en la estructura narrativa de sus obras, como herramienta para incorporar al discurso testimonial en su escritura y, desde esta propuesta narratológica, describir en términos amplios el contexto de producción literaria en postdictadura. Esta opción metodológica tiene que ver con el lugar excéntrico que ocupan Rimsky, Prado y Sutherland en el panorama literario de la época, espacios ajenos al ámbito hegemónico de la cultura y en abierta confrontación con las retóricas consensuales. Es así que estos autores recrean subjetividades no solo emergentes o minoritarias, sino que lo hacen a partir de la desconfiguración lingüística y el desajuste representacional de los sujetos de su interés, sujeto migrante, sujeto femenino y sujeto homosexual, todos ellos representados mediante características que buscan desestabilizar los conceptos disciplinarios que definen toda identidad. En definitiva, los tres autores adoptan estrategias discursivas que buscan abrir espacios y escenarios inéditos para la creación de una comunidad letrada, cuyos autores, lectores y personajes generen voces y posiciones disidentes frente al consenso cultural y, desde ese lugar subalterno, conformen redes de complicidad entre la escritura y la lectura, entre el ensayo y la literatura, entre el texto, su productor y el lector.

      La propuesta de un falso subalterno, desarrollada desde el tercer capítulo en adelante, debe entenderse más allá de la lógica de los discursos oficiales, como el que he denominado retórica del consenso, para desplegar la posibilidad de un sujeto condicionado por su posición ambigua de enunciación, característica que se reafirma como una estrategia política en los autores estudiados. En esta posición, el testimonio viene a cristalizar el acto subalterno de enunciación como una operación discursiva que se resiste a expresar la verosimilitud referencial del lenguaje, relevando en cambio la capacidad de fantasear con aquellos elementos que tradicionalmente definían el testimonio como un lenguaje verídico bajo los criterios de lo visto y lo vivido, de la experiencia atestiguada. Así, la ambigüedad del falso subalterno se manifiesta en la radical indefinición que subyace en su expresión, más allá de cualquier índice de verdad o falsedad, es tanto un testimonio fabulado como también una ficción narrativa; es a la vez una propuesta narrativa de análisis crítico como también la posibilidad de una escritura ensayística mediada por la ficción literaria. Por ello, una definición exacta del falso subalterno contradice su propia lógica de representación. En este libro no se considera la esencialidad de un sujeto específico, sino sus mecanismos y su aporte como herramienta para instalar un espacio reflexivo al interior del campo literario. Asimismo, el lugar del subalterno no es solo un lugar variable y contingente, definido por condiciones coyunturales, sino que es principalmente un espacio político de diálogo, y en ese sentido he buscado legitimar aquellas voces que, desde una mirada crítica más tradicional, fueron consideradas sin valor axiológico para proponer territorios semánticos legitimados por la versión oficial de la historia. Efectivamente, mi análisis apunta a la literatura como un discurso que abre la representación, más allá de lo falso y lo verdadero, a sujetos dejados fuera del campo restrictivo de la cultura, fuera del consenso que las operaciones políticas de la postdictadura impusieron a la sociedad chilena. Frente al consenso, al falso acuerdo, al falso compromiso, existe la posibilidad de fabular un lenguaje de la complicidad, tarea que Cynthia Rimsky, Eugenia Prado y Juan Pablo Sutherland asumen en su narrativa en tanto instalan escenarios inéditos para la creación de una singular comunidad letrada, cuyas voces subalternas y posiciones disidentes conforman redes de complicidad entre la escritura y la lectura, entre el ensayo y la literatura, entre el texto, el autor y el lector.

      Capítulo I

       La retórica del consenso

      La novela Los recodos del silencio, del chileno Antonio Ostornol, publicada en 1981, en sus primeras páginas evoca el ambiente urbano del Santiago de la época aludiendo a la excesiva temperatura que agobia a la ciudad en la temporada invernal: “Era un día de agosto y calculé que la temperatura llegaría tranquilamente a los veinticinco grados; una buena temperatura para el mes de agosto, más aún considerando que el invierno había sido muy duro” (9). El calor, la exasperante tibieza, el aire tibio que sofoca, nos recuerdan algunas imágenes que ha adoptado en la tradición literaria el motivo del viaje a los infiernos, como la canícula que exaspera a Juan Preciado al bajar al pueblo de Comala, al inicio de Pedro Páramo. Páginas más adelante, y paulatinamente, el calor excesivo va añadiendo nuevos significados que traspasan el mero hecho anecdótico, para describir finalmente la nueva percepción de la vida cotidiana que se ha instalado en los años posteriores al golpe de Estado de 1973: “Y siempre residirían en mí esos veinticinco grados que inundan Santiago, los que reinan en el locus amoenus de la tibieza exasperante, uniforme y plana” (34-35); “tratando de entender las temperaturas y los techos bajos y ese helicóptero que no quería irse y permanecía inmóvil, con ese ruido que no me dejaba pensar tranquilo ni decidir” (36). La novela de Ostornol describe las nuevas formas que la experiencia cotidiana ha adquirido mediante la implantación a la fuerza de los mecanismos económicos del naciente neoliberalismo en Chile. Ya desde el título se deja entrever cómo el silencio ha usurpado el espacio público de la palabra, del diálogo callejero, de la voz en cuello y la proclama política y, como una forma inédita de censura, el silencio se ha incorporado a la sociedad chilena mediante sofisticadas operaciones derivadas de la práctica de la censura, como recodos y vericuetos. La tibieza exasperante, uniforme y plana de la experiencia cotidiana es el resultado de las políticas de silenciamiento que, a partir de 1973, despojaron a la sociedad chilena de su propio sentido del acontecer histórico y que en tiempos de postdictadura adoptarán el nombre de consenso. Una sociedad sin expresión, censurada, que vive el ocultamiento de su experiencia cotidiana y cuyo acceso al espacio público consiste, precisamente, en la democratización del silencio. En este sentido, Los recodos del silencio marca el origen de uno de los temas más recurrentes hasta la actualidad en la producción literaria chilena, el aislamiento y la soledad de la propia voz que insiste, contra viento, marea y censura, en representar y recuperar la experiencia cotidiana como un lugar legítimo desde el cual hablar.

      A partir de la década de los noventa, el silencio ya democratizado trajo consigo la modificación de las prácticas de la censura como política de Estado e instaló la noción de consenso como ejercicio público de enunciación, no solo con el objetivo de aplacar la persistente amenaza militar, sino también de normalizar la vida cotidiana, en una construcción permanente de homogeneidad social y omisión de diferencias y alternativas, que ni los actuales discursos sobre la diversidad o la inclusión logran penetrar, en tanto los significados de lo diverso y lo inclusivo constituyen solo un capítulo más de la retórica del consenso nacida en esa misma década. Experiencias de lo cotidiano cuya valoración no traspasa la simple anécdota ni cuyos relatos alcanzan legitimidad discursiva. Desde los triunfos deportivos hasta la rutina del crédito, desde el temor a la delincuencia hasta la intimidad familiar, lo cotidiano ha perdido toda cualidad experiencial y, con ello, toda posibilidad de constituirse no solo en una mera narración, sino particularmente en un testimonio que garantice la representación de una experiencia significativa en la trama silente de relatos y discursos que urden los sentidos y símbolos en la sociedad chilena. La apelación al futuro, a la novedad y a la meta alcanzada, a la esperanza que nunca se pierde y al cambio que nunca llega, no es sino la cruel operación retórica con que se disfraza la monotonía de lo cotidiano, carente de experiencias pero plagada de frustraciones y promesas sin cumplir que, ellas mismas, no logran establecer una secuencia narrativa ni una temporalidad sin quiebres en la historia reciente del país. El retorno a la continuidad democrática en los años noventa

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