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Nevada apretando los dientes–. Tienes un ego del tamaño de Marte.

      –También tengo las manos grandes.

      –¡Lárgate!

      –Gallina.

      –No soy gallina, soy sensata.

      Intentar no perder el control estaba suponiendo un desafío mayor del que había imaginado. Por razones que no podía explicar, Tucker pulsaba unos botones que ella no sabía que tuviera y, por mucho que quería golpearlo, también quería besarlo. O tal vez más, incluso.

      Y lo más inexplicable de todo era que no había pensado en besarlo hasta que él lo había mencionado. Ahora esa idea ocupaba su cabeza, hacía que se le encogieran los dedos de los pies y que todo su ser temblara de excitación. ¡Qué locura!

      Tucker comenzó a cacarear.

      –¡Para!

      –Oblígame.

      Ese hombre sí que sabía cómo jugar, pensó Nevada mientras lo agarraba por los hombros, se ponía de puntillas y se echaba hacia él... hasta que sus labios rozaron los suyos. En ese segundo de contacto, se sintió como si se hubiera transportado, como si hubiera salido del tráiler climatizado y hubiera caído en mitad de Misisipi en pleno agosto. Había calor por todas partes. Un calor intenso y sofocante, de ese que se te pega a la piel y no se va en tres días.

      El aire parecía pesar, igual que su cuerpo. Su sangre se había espesado aunque aún se movía con rapidez, transportando un intenso deseo a cada parte de su ser.

      Se echó atrás y lo miró. Era difícil interpretar la mirada en los oscuros ojos de Tucker.

      –¿Es todo lo que quieres? –le preguntó él en voz baja.

      –No.

      Volvió a acercarse y ladeó la cabeza ligeramente antes de posar la boca sobre la de él. El calor volvió y deseó poder arrancarse la ropa. No solo para refrescar su cuerpo, sino para que Tucker también pudiera tocarla.

      Sintió también un cosquilleo en lugares de lo más interesantes. Quería rodearlo con sus brazos, llevarlo hacia ella con fuerza. Quería deslizar los dedos por su torso e ir descendiendo para descubrir si él estaba sintiendo lo que ella sentía.

      Pero no lo hizo y, por el contrario, se quedó quieta y callada sin intentar profundizar el contacto. Su intención había sido darle un beso que él jamás olvidaría, pero no había podido porque había temido demasiado su propia reacción.

      Se puso derecha y se apartó, consciente de que, probablemente, él volvería a burlarse. Y en esa ocasión no sabía cómo iba a defenderse, porque besarlo no era una opción. No, cuando un simple y platónico besito la había dejado temblando. ¿Qué pasaría si él hiciera algún esfuerzo?

      –¿Contento? –le preguntó mientras volvía a su escritorio.

      –Mucho.

      Ella respiró hondo y se dijo que tenía que mantenerse fuerte.

      –Todo esto es por tu ego, ¿verdad?

      Tucker parecía estar divirtiéndose aunque, también, un poco asombrado por la pregunta.

      –Eso era antes. Ahora es diferente.

      Se quedaron mirándose, pero ella no preguntó por qué, ya que temía tanto la respuesta como volver a besarlo. Si él también lo había sentido, si había estado a punto de perder el control, entonces estaban metidos en un buen lío. Mejor no arriesgarse a provocar de nuevo esa situación.

      La última vez...

      «No», se dijo firmemente. Ya había recordado bastante y no iba a hacerlo más.

      –Tenemos que repasar el programa y la agenda –dijo eligiendo al azar un papel del escritorio y esperando que fuera algo relevante–. Hay que coordinarse con distintas agencias, incluyendo el Departamento de Bomberos de Fool’s Gold. Si te parece bien, yo me encargaré de eso.

      –Claro. Sería genial.

      –Es mi primera vez –dijo y contuvo un gemido–. Quiero decir, nunca antes he realizado una voladura en una obra.

      –Pues vas a alucinar.

      A pesar de sentirse incómoda y más que un poco asustada, se rio.

      –No estoy segura de querer alucinar.

      –Pruébalo, puede que te guste.

      Él la miraba fijamente y ella quiso tomar la iniciativa y besarlo de nuevo. Quería saber cuánto más podría sentir en sus brazos y qué más podría él hacerle a su cuerpo.

      El problema era que eso sería una absoluta estupidez. El trabajo era lo primero y las fantasías lo segundo, se dijo al dejarse caer en su silla y centrar la atención en el ordenador. Pero en lugar del informe de la pantalla, lo que vio fueron los fuegos artificiales que había experimentado y la nube negra que amenazaba si se atrevía a rendirse y entregarse.

      El problema no era Tucker. El problema era ella. No había sido capaz de resistirse a él diez años atrás y eso que por entonces él ni siquiera lo había intentado. ¿Qué iba a hacer si Tucker decidía que quería más que solo jugar?

      Ese hombre se marcharía al cabo de un año, se recordó. Y lo más importante, le había dejado claro que no le interesaba echar raíces. Para ella, su hogar lo era todo y Tucker ya le había roto el corazón una vez. ¿De verdad necesitaba una segunda lección de Tucker Janack? Lógicamente, era una mala elección y se preguntó cuánto tiempo tendría que seguir diciéndose eso antes de empezar a creérselo.

      Después de una larga semana en la obra, Nevada estaba más que preparada para pasar una tranquila noche sin pensar en Tucker. Desde «el beso» había estado invadiendo sus pensamientos mucho más de lo que era razonable. Así que, cuando su madre la había invitado a una cena familiar, le había parecido la escapada perfecta.

      Llegó alrededor de las seis, como le habían pedido, y se encontró a Dakota, Finn y Hannah.

      –¿Quién es mi chica favorita? –preguntó quitándole el bebé a su hermana y abrazándola con fuerza.

      –¡Na-na-na! –gritaba Hannah encantada mientras agitaba sus regordetes brazos.

      –Nevada. ¡Eso es! ¿Quién es mi chica lista? –la acunó y sonrió a su hermana y a su futuro cuñado–. Hola a vosotros también. ¿Cómo va todo?

      –Genial –Finn rodeó a Dakota con un brazo–. Está creciendo, como puedes ver, y gatea por todas partes. Ya intenta caminar.

      Parecía feliz y orgulloso, pensó Nevada, contenta de que su hermana hubiera encontrado a un tipo tan genial.

      Solo unos meses antes, Finn había llegado al pueblo a rescatar a sus hermanos gemelos del reality show Amor verdadero o Fool’s Gold. Los chicos tenían veintiún años y eran más que capaces de tomar sus propias decisiones, pero Finn no lo había visto así.

      Dakota había dado por hecho que nunca encontraría un amor para siempre y ya había contactado con una agencia de adopciones. Mientras se enamoraba de Finn, le habían comunicado que la habían aprobado para adoptar a Hannah, que por entonces tenía seis meses. Pero la situación se había complicado cuando se había quedado embarazada y el resultado había sido unos meses muy ajetreados.

      Ahora Finn se había trasladado a Fool’s Gold, había comprado una empresa aérea de transporte de mercancías y pasajeros y estaban planeando la boda.

      –¿Ya habéis fijado la fecha? –preguntó Nevada cuando los tres caminaban hacia la puerta principal.

      Dakota miró a Finn y después a Nevada.

      –No. Seguimos hablando.

      Finn abrió la puerta y se sumergieron en el bullicio.

      El

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