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chica en la que no se había fijado, a pesar de amarlo. ¿Amigos? Tal vez valía la pena intentarlo. Después de todo, iban a trabajar juntos y no era tan estúpida de volverse a enamorar de él una segunda vez.

      Después de almorzar, Nevada salió y fue a ver al equipo de topografía. Cien acres eran muchos, así que trabajaban sobre una cuadrícula. Mientras, ella dividía su atención entre eso y el punto donde los chicos estaban utilizando el equipo de verdad para desmontar el terreno.

      Una empresa maderera ya había arrancado los árboles más grandes mientras que la vegetación más espesa se dejaría intacta y a través de ella se extendería el paseo.

      Uno de los chicos, Brad, creía que se llamaba, se acercó a ella sujetándose una mano.

      –Me he cortado. ¿Tienes vendas en tu camioneta?

      –Claro, pero hay un kit de primeros auxilios en la oficina.

      Él sacudió la cabeza.

      –Si lo utilizo tengo que rellenar unos papeles.

      Ella vaciló. Lo último que quería alguien eran más papeles, así que si el corte era pequeño, le haría caso a su petición. Más tarde hablaría con Will y descubriría si había hecho lo correcto o si los chicos querían meterla en problemas. Después de todo, era nueva en el equipo y, sobre todo, era una mujer.

      Corrió a su camioneta y abrió la puerta del copiloto. Mientras alcanzaba la caja de guantes, vio algo moverse en el asiento. ¡Había una serpiente enroscada en el asiento del conductor!

      Nevada se controló para no empezar a dar saltos, más por una cuestión de autoprotección que por valentía. Observó el color marrón oscuro, las franjas claras que se extendían por su costado y supo que era una culebra de jaretas. Inofensiva, y no demasiado vieja, a juzgar por su longitud.

      Y entonces lo entendió todo. La prueba no se basaba en romper reglas, sino en tener «huevos». Apostaría lo que fuera a que Brad no se había cortado, sino que los chicos habían querido que abriera la puerta de la camioneta y viera la serpiente.

      Esas criaturas no eran de sus favoritas, pero había crecido con tres hermanos y, como dirían los texanos, «ese no era su primer rodeo».

      Respiró hondo, alargó el brazo y agarró a la culebra. Por lo que recordaba, mordía, aunque no era venenosa para los humanos. No obstante, la agarró por detrás del cuello para evitar que le mordiera.

      El pobre animal prácticamente gimoteó mientras intentaba alejarse. Su cuerpo se enroscó alrededor de su brazo, pero lo soltó de inmediato. Nevada se puso derecha y se apartó de la camioneta. Al girarse, vio a todo su equipo tras ella.

      –¿Alguno estáis echando en falta a vuestra novia? –preguntó.

      Los chicos se miraron y comenzaron a reírse. Ella fue hasta la maleza más espesa y soltó al animal.

      –¿Cuánto habéis tardado en atraparla?

      –Casi toda la mañana –le respondió Brad–. Pensamos que te pondrías a gritar.

      –Pues siento decepcionaros.

      Uno de los obreros mayores sonrió ampliamente.

      –No estamos nada decepcionados.

      –Me alegra oírlo. Ahora, vamos a trabajar.

      El viernes por la tarde, Nevada se vio paseando por Fool’s Gold con Tucker. Había ido con él a rellenar unos papeles y ahora se dirigían a su camioneta para volver a la obra.

      –Bueno, ¿y cuándo es el próximo festival? No dejo de oír cosas sobre ellos.

      –El próximo fin de semana, aunque mañana pasarán muchas cosas. Las animadoras de Fool’s Gold vuelven del campamento y harán una demostración de todo lo que han aprendido. Eso siempre es divertido.

      –¿El pueblo tiene animadoras?

      –Son del instituto. Aquí nos gustan mucho las celebraciones, así que nos sirve cualquier excusa.

      –Ya lo he oído.

      Doblaron una esquina y fueron hacia el aparcamiento.

      –¿Estás divirtiéndote en el trabajo?

      Ella asintió, consciente de lo cerca que estaba de él. Los días seguían siendo cálidos, así que llevaba una camiseta... y por eso sus brazos se rozaban. Se dijo que no debía hacerle caso a ese detalle, que el calor que sentía no tenía nada que ver con ese hombre y sí mucho con...

      Suspiró. Tendría que buscarse varias excusas a las que poder recurrir cuando las necesitara.

      Trabajar con Tucker era más fácil y también más complicado de lo que había creído. Era un jefe justo que confiaba en su equipo, y eso era bueno. Pero además era un hombre muy guapo con el que compartía un espacio de oficina relativamente pequeño. Tanto en el tráiler, como ahí en las estrechas aceras, era difícil ignorarlo.

      –Pensé que los chicos me meterían una serpiente más grande en la camioneta, pero supongo que he superado la prueba –lo miró–. A menos que tú les hayas dicho que no me hagan nada.

      –No. Si quieres el trabajo, tienes que ser capaz de apañártelas con los chicos. Pensé que me pegarías más fuerte de lo que me pegó Ethan si te enteraras de que estoy protegiéndote.

      –Bien, porque es verdad. Lo haría.

      Él sonrió.

      –Para eso primero tendrías que atraparme.

      Un grupo de chicas caminaba hacia ellos, y los dos se movieron a la derecha para dejarlas pasar. El espacio era pequeño y Nevada se vio pegada a él, con su trasero contra su cadera. Se dijo que tenía que ignorar el calor y cómo sus manos se habían rozado.

      –¡Ey, Nevada!

      Tardó un segundo en darse cuenta de que una de las chicas era Melissa.

      –Ah, hola. ¿Qué tal?

      –Vamos a por un helado –la chica miró a Tucker y enarcó las cejas.

      –Es mi nuevo jefe. Tucker Janack, Melissa Sutton. Es mi sobrina.

      Melissa sonrió.

      –Más o menos. Supongo que explicar nuestra relación sería demasiado complicado –la chica se despidió y mientras corría hacia sus amigas, añadió–: ¡Encantada de conocerte!

      –Es una de las chicas de Ethan, ¿verdad? –dijo Tucker cuando retomaron el paseo.

      –Sí.

      –La vi en una foto cuando almorzamos.

      Ya habían llegado a la camioneta y él abrió la puerta del copiloto.

      –Explícame eso –dijo ella sin subirse–. ¿Cómo puede golpearte y que luego almorcéis juntos?

      –Ya lo habíamos arreglado todo. ¿Por qué no íbamos a almorzar y a ponernos al día de lo que pasa en nuestras vidas?

      –Los hombres sois muy raros.

      Él se rio.

      Nevada subió a la camioneta, pero se le resbaló la bota sobre el metal y comenzó a caer hacia delante. Tucker la rodeó por la cintura y tiró de ella hacia atrás y, por segunda vez en pocos minutos, se vio contra él en un espacio reducido.

      Su cuerpo disfrutó de ese momento y le recorrió un cosquilleo, pero sabía que era potencialmente peligroso, por no decir estúpido, así que se dijo que tenía que actuar como si no hubiera pasado nada y todo estuviera bien.

      –Estoy bien.

      –No quiero que mi nueva empleada se haga daño en el trabajo y demande a la empresa –le dijo al soltarla.

      –Yo no haría eso.

      Iba a subir a la camioneta, pero se giró hacia él sin poder evitarlo. Sus cuerpos seguían

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