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había ido a la fiesta porque era una oportunidad de volver a pasar un rato con Tucker. Había sabido que la noche sería deprimente, pero no había podido evitarlo.

      En mitad de un mar de gente a la que no conocía, se dio cuenta de que debería haberse quedado en la residencia de estudiantes porque, a pesar de todos los famosos que pululaban por allí, solo tenía ojos para Tucker y él solo podía ver a Cat.

      Tucker la seguía como un perrillo y, prácticamente, con la lengua fuera, pero Nevada, incluso a pesar de su falta de experiencia en el terreno amoroso, sabía que Cat no sentía el mismo deseo por Tucker.

      –¿Te conozco?

      Nevada miró al alto y guapo hombre que caminaba hacia ella y al instante cayó en la cuenta de que era un actor cuyo gran éxito del verano había recaudado millones y que había sido la portada de la revista People.

      –No lo creo.

      –Pues tú podrías... llegar a conocerme.

      Obviamente, estaba borracho y tal vez un poco colocado, si sus dilatadas pupilas no mentían.

      –No, gracias.

      –Puedo hacerte cambiar de idea.

      Él le había agarrado del brazo y tiraba de ella; Nevada estaba a punto de empezar a utilizar los trucos que le habían enseñado sus hermanos cuando Tucker apareció a su lado.

      –No tan deprisa –había dicho apartando las manos del hombre de su brazo–. Viene conmigo.

      –Oh, lo siento tío, no lo sabía.

      El otro hombre se marchó y Tucker acercó a Nevada a su cuerpo.

      –Veo que no me puedo fiar de dejarte sola. Te comerán viva en un sitio como este. Mantente cerca de mí, niña. Te sacaré de aquí de una pieza.

      Y después la había besado. Un leve y amistoso beso que probablemente no había significado nada para él, pero que a ella le había desbaratado su mundo.

      Y entonces Cat había aparecido y fue como si Nevada no existiera. Tucker no se había movido de allí, pero ella pudo ver un gran cambio en él. En su mundo, solo existía Cat, nada más. Nadie más importaba.

      –¿Nevada?

      Volvió al presente bruscamente y vio que estaba pegada a Tucker.

      –¿Estás bien?

      –Bien –respondió y subió a la camioneta.

      –¿Lista para volver? –le preguntó Tucker una vez estuvo detrás del volante.

      Nevada sabía que se refería a la zona de obras, así que asintió. Pero lo que en realidad estaba pensando era que jamás volvería al lugar donde había estado antes porque desear a alguien a quien nunca podría tener había sido una de las peores experiencias de su vida.

      El lunes por la mañana, Nevada vio un coche y un pequeño todoterreno en un lado de la carretera. Iba de camino a la obra, al norte del pueblo, y no había mucho tráfico. Había dos mujeres junto al coche y Nevada se acercó para preguntarles si podía ayudarlas.

      Al bajar de la camioneta, reconoció a la guapa y alta rubia, Heidi Simpson. Su abuelo y ella acababan de mudarse a la zona y habían comprado Castle Ranch, justo al oeste de la zona de obras. Años antes, el rancho había sido un negocio viable, con ganado y caballos. Recordaba haber ido al rancho de niña a montar en pony.

      El propietario había muerto y el rancho había estado abandonado hasta que Heidi y su abuelo lo habían comprado. En lugar de criar ganado, Heidi tenía cabras y elaboraba queso artesanal.

      –¡Hola! –gritó Nevada mientras se acercaba a las mujeres–. ¿Va todo bien?

      Heidi se acercó a ella sacudiendo la cabeza.

      –Tenemos una rueda pinchada –señaló a la bajita pelirroja–. Es Annabelle Weiss.

      –La nueva bibliotecaria –respondió Annabelle–. Llegué ayer y estaba dando una vuelta para conocer el lugar, pero el plan me ha salido mal –señaló el neumático pinchado.

      –Puedo llamar a alguien para que venga a ayudarte –dijo Nevada sacándose el móvil del bolsillo.

      –No hay cobertura –respondió Heidi–. Y tampoco tenemos en el rancho. Pero tengo una línea fija, así que iba a llevar a Annabelle allí. ¿Tienes el nombre de alguien con quien podríamos contactar?

      –Claro. Hay un par de buenos talleres. El hijo adolescente de Donna siempre está buscando una excusa para conducir la grúa, así que os aconsejo que la llaméis a ella. El chico estará aquí en un santiamén.

      –¿Donna? –preguntó Annabelle frunciendo el ceño.

      Nevada se rio.

      –Es algo a lo que te acostumbrarás en Fool’s Gold. Somos un pueblo de mujeres. Durante años no hubo suficientes hombres, así que muchos de los trabajos desempeñados tradicionalmente por ellos, aquí los realizan las mujeres. La jefa de policía es una mujer, como la jefa de bomberos, la mayoría de los empleados de la oficina del sheriff y casi todos los del Ayuntamiento –extendió la mano–. Yo soy Nevada Hendrix.

      Heidi suspiró.

      –Lo siento. Debería haberos presentado. Estoy un poco dispersa. Unas vacas salvajes han entrado en el establo de las cabras esta mañana y nos han dado un buen susto.

      –¿Vacas salvajes? –preguntó Nevada.

      –Las vacas que parecían venir con la tierra. Son silvestres, suponiendo que las vacas puedan serlo. Llevan años viviendo solas, pastando. El rebaño es de un tamaño considerable y creo que están intentando convencer a las cabras para que se rebelen y se vayan a vivir con ellas.

      Nevada miró a Annabelle, que enarcó las cejas.

      –¿Te preocupa que corrompan a las cabras?

      Heidi se rio.

      –Dicho así, suena estúpido, pero te juro que cada vez que aparece una vaca, las cabras se ponen como locas.

      –A lo mejor son territoriales –apuntó Annabelle–. A lo mejor no les gusta compartir.

      –No había pensado en eso. Nunca antes había tenido que lidiar con vacas salvajes.

      Nevada sonrió.

      –Deberías buscarte un guapo vaquero para que se ocupara del problema. Tendrías que importarlo, porque por aquí no tenemos, pero podría ser divertido.

      –Tal vez... –Heidi parecía dudosa. Se encogió de hombros y miró a Annabelle–. Bueno, vamos al rancho para que puedas hacer esa llamada –se giró hacia Nevada–. Gracias por parar.

      –De nada. Es lo que hacemos por aquí.

      –Lo sé. Es una de las razones por las que me alegra tanto que mi abuelo y yo nos hayamos instalado aquí. La gente es muy agradable y cordial, y les encanta el queso, lo cual es muy bueno para el negocio.

      –Encantada de conocerte –le dijo Annabelle.

      –Avísame si puedo ayudarte en algo mientras estás instalándote.

      –Lo haré.

      Comenzaron a dirigirse hacia sus coches cuando una gran camioneta se detuvo a su lado y Charlie asomó la cabeza por la ventanilla.

      –Un lugar interesante para tener una reunión –gritó la mujer antes de ver el neumático–. ¡No puede ser! No me digáis que ninguna sois capaces de ocuparos de eso.

      –Departamento de bomberos –murmuró Nevada mientras Charlie aparcaba delante de la hilera de vehículos.

      –Seguro que nos grita –susurró Heidi.

      Charlie salió de su camioneta y fue hacia ellas. Medía casi metro ochenta

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