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bebé miró a su alrededor y se rio al ver a toda la gente que quería.

      Ethan y su esposa, Liz, estaban junto a sus tres niños. Kent y su hijo, Reese, estaban intentando acorralar a una nada colaboradora Fluffy, mientras Montana, la otra trilliza, les ofrecía consejo. Su prometido, Simon, se mantuvo al margen y callado, como siempre hacía, pero esos días parecía mucho más feliz y más relajado. Tucker estaba charlando con Denise y... Nevada volvió a mirar. ¿Tucker?

      –¡Estás aquí! –Denise le dio una palmadita en el brazo y corrió hacia la puerta–. Ahí estás, Hannah. Ven con la abuelita, cariño.

      Hannah extendió los brazos hacia su abuela y se dejó abrazar por ella. Nevada dio un paso atrás.

      –Finn, ¿conoces a Tucker? –preguntó Denise–. Es un viejo amigo de Ethan y ahora Nevada trabaja para él. Su empresa es la que va a construir el resort y el casino a las afueras del pueblo.

      Los hombres se dieron un apretón de manos.

      –¿Qué está haciendo aquí? –le preguntó Nevada a su madre susurrando la pregunta para que nadie la oyera.

      –Está solo y he pensado que le gustaría compartir una cena en familia.

      –Le contaste a Ethan que me había acostado con Tucker y Ethan lo golpeó.

      Su madre no parecía sentirse culpable en absoluto.

      –Tenía que hacer algo. Ahora ya está avisado y podemos seguir adelante.

      Muy típico de su madre, pensó Nevada diciéndose que no tenía por qué sorprenderse.

      –¿Qué eres? ¿Un miembro de la mafia? ¿No se te ha ocurrido pensar que esto podría resultarme incómodo?

      –¿Cómo podría resultarte incómodo? Trabajas con él.

      Cierto. Porque ahora no tenían una relación personal... si se dejaba a un lado lo del beso.

      –Bien –dijo Nevada suspirando.

      –Me alegra que te parezca bien porque te he sentado a su lado en la mesa.

      Denise llevó a Hannah a la cocina y Nevada se quedó allí, no muy segura de si debería seguirlas o subir al piso de arriba y esconderse. Antes de poder decidirse, Tucker se acercó con una copa de vino y se la pasó.

      –Había olvidado cómo era estar con tu familia.

      –Ha pasado mucho tiempo.

      –Desde aquel verano en el que Ethan y yo fuimos al campamento de ciclismo con Josh Golden. Teníamos dieciséis años.

      Y ella tenía diez y no se había fijado en él por entonces porque para ella no era más que uno de los aburridos amigos de su hermano.

      –Ahora somos más ruidosos –le dijo.

      –Y habéis aumentado. Aún no me creo lo de la familia de Ethan.

      Ella miró a los adolescentes, que estaban riéndose juntos.

      –Me gusta que estén en la habitación con nosotros en lugar de desaparecer en el salón para jugar con la Wii que mamá les compró.

      –Y Montana y Dakota están comprometidas.

      –Así es. Simon es cirujano y Finn es piloto de transporte de mercancías y de pasajeros en vuelos privados. Es de Alaska.

      –Nosotros hicimos una obra allí.

      –¿Hay algún lugar donde no hayáis hecho una obra?

      –La verdad es que no –miró a su alrededor–. Nunca tuve algo así que me esperara en casa. Mi madre murió cuando yo era un bebé y mi padre contrató a una niñera y nos llevó a los dos con él.

      –No puedo imaginarme viviendo sin mi familia. Lo son todo para mí.

      Tucker se tocó la mandíbula.

      –No hay duda de que tu hermano cuida de ti.

      –Te lo merecías.

      Él la sorprendió echándose a reír.

      –Tienes razón. Me lo merecía. ¿Me he disculpado?

      –Sí, y no tienes por qué volver a hacerlo.

      Ethan se acercó.

      –¿Va todo bien por aquí?

      –Deja de librar mis batallas. Puedo hacerlo sola.

      –A veces un hombre tiene que intervenir y ocuparse de los suyos. Tucker lo entiende.

      Tucker asintió.

      Ethan preguntó si Tucker tenía pensado ver los partidos de la pretemporada ese domingo y, mientras los chicos hablaban de rugby, Nevada se preguntó dónde pasaría las tardes habitualmente Tucker. Siempre había estado solo, y no solo se había visto en un colegio distinto cada un par de años, sino que había tenido que verse en un país distinto y una cultura distinta, eso sin mencionar las barreras del idioma. No podía imaginarse lo que sería no tener raíces.

      –Ten cuidado –estaba diciendo Ethan–. Hay un millón de mujeres solteras en el pueblo.

      –Estás exagerando –Tucker dio un sorbo de vino–. No me preocupa.

      Nevada sonrió.

      –Pues deberías preocuparte. Hasta hace poco hemos tenido escasez de hombres, así que te rodearán las mujeres. Un fuerte y rico constructor –parpadeó varias veces.

      Tucker se rio.

      –Puedo apañármelas solo.

      Nevada se giró hacia su hermano.

      –En un par de semanas, acabarás diciéndole: «Te lo dije».

      –Estoy deseándolo –se rio Ethan.

      Tucker cambió de postura, incómodo.

      –No puede ser tan malo.

      –Sigue diciéndote eso –dijo Nevada antes de dirigirse a la cocina para ayudar a su madre.

      –Me conozco el camino a casa –dijo cuatro horas después, tras una enorme cena.

      –No voy a acompañarte a casa –le respondió Tucker–. Tú me vas a acompañar a mí. Si lo que Ethan y tú me habéis dicho es verdad, necesito protección.

      –Oh, ¡por favor! Creo que puedes con unas cuantas mujeres hambrientas de amor.

      –No al mismo tiempo –se inclinó hacia ella y bajó la voz–. Nunca me han ido los grupos. Después de las primeras cinco o seis veces, no es tan divertido.

      –No estás impresionándome con historias como esa.

      –¿Y qué clase de historias te impresionan?

      –Viaja a través del tiempo como Kyle Reese en la primera película de Terminator. Eso sí que llamaría mi atención.

      –Trabajaré en ello.

      La noche era cálida y clara y el cielo estaba moteado de estrellas. Aún había mucha gente paseando, así que pasear al lado de Tucker no habría resultado nada íntimo. Aun así, no podía ignorar su presencia, la anchura de sus hombros y el sonido de su voz.

      –Tu familia es genial y tu madre lo tiene todo bajo control.

      –Se le da muy bien dirigir a una multitud.

      –Lleva sola mucho tiempo. ¿Sale con alguien?

      –Ha empezado este año. No puedo creerme que ya hayan pasado diez años desde que mi padre se fue. Ha estado sola mucho tiempo –miró a Tucker–. Tu padre no ha vuelto a casarse.

      –Es verdad, pero no estaba solo. Cree firmemente en el concepto de «una chica en cada puerto». O, en su caso, de una mujer en cada obra. Ese hombre ha hecho el tonto con más mujeres de las que puedo contar.

      –¿Y

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