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Pero eso hace el amor.

      –El amor no hace tonta a la gente.

      –Puede hacerlo.

      Ella sabía en quién estaba pensando.

      –Solo si eliges a artistas locas.

      –No fue ella quien cambió mi opinión.

      Doblaron una esquina y Nevada se dio cuenta de que estaban en su calle.

      –Pensé que yo iba a acompañarte a tu casa.

      –Me ocultaré entre las sombras.

      Cruzaron la calle y se dirigieron hacia su puerta. Había luz en los dos apartamentos, pero no había ruido.

      –Quien fuera que inventara los auriculares se merece que lo hagan santo –dijo ella–. Mis dos inquilinos son universitarios y no dan un solo paso sin estar escuchando algo, pero yo no tengo que oírlo.

      –Qué suerte tienes.

      Estaban en el porche. La luna acababa de salir y podía verla sobre el hombro de Tucker. Cualquiera podría pensar que un gran objeto blanco pendiendo del cielo capturaría su atención, pero ella solo parecía estar viendo al hombre que tenía delante.

      –Gracias por el paseo –le dijo preparada para darse la vuelta y entrar. «Rápidamente», pensó. Porque si no lo hacía, corría el peligro de querer algo que no era sensato.

      –De nada.

      La mirada de él era intensa y buscaba algo en su rostro. Ella lo miraba también, no segura de en qué estaría pensando Tucker ni de cuál sería el mejor modo de protegerse. En realidad sí que sabía cómo, pero lo cierto era que no quería.

      Él rodeó su mandíbula con una mano y puso la otra sobre su cintura antes de besarla.

      Nevada había visto el beso venir y podría haberse apartado, pero no lo hizo y entonces la boca de él se había posado sobre la suya y ya nada más había importado.

      El calor había vuelto, igual de pegajoso y dulce, y cuando la devoró, se rindió. Lo rodeó por el cuello y se acercó dejándose llevar por la locura de un mal juicio y una fantástica manera de besar.

      Él reclamó sus labios con una seguridad en sí mismo que la hizo estremecerse. Lo único de lo que era consciente era de que ese hombre estaba abrazándola y de cómo estaba haciéndola sentir.

      Bajó las manos hasta su cintura y deslizó la lengua sobre su labio inferior. Ella separó los labios instintivamente, dándole la bienvenida a su delicada invasión.

      Tucker sabía ligeramente al brandy que habían tomado después de cenar y cada caricia que le daba la fue excitando más y más hasta perder la poca fuerza de voluntad que le quedaba. Cuando él se acercó más, Nevada no se apartó.

      Sus pechos parecían sentirse cómodos contra su torso y su ombligo pareció acurrucarse contra la dureza de su erección. Tucker se apartó lo justo para besarla por el cuello y le mordisqueó el lóbulo de la oreja antes de lamer la sensible piel situada bajo ese punto.

      Al instante, ya estaban besándose otra vez y Tucker estaba excitándola con su lengua. Ella deslizaba las manos sobre su espalda y sus pechos querían recibir su atención. Entre las piernas, sintió sus zonas más íntimas inflamadas y hambrientas de deseo.

      En algún punto en la distancia, Nevada oyó el motor de un coche y el chirrido de los grillos y ello la hizo volver a la realidad y entender que estaba en el porche delantero de su casa besando al hombre para el que trabajaba.

      Invitarlo a pasar sería la elección más sencilla, pensó consciente del deseo que brillaba en la mirada de Tucker. Pero en esta ocasión, él la elegiría a ella en lugar de tomar lo que le estaba ofreciendo. Además, tener sexo con Tucker no demostraría mucho y ella ya estaba cansada de tener que arrepentirse de cosas en la vida.

      –Me gusta mucho mi trabajo –dijo en voz baja y después se aclaró la voz–. Y no quiero estropearlo acostándome con el jefe.

      Tucker asintió una vez y después maldijo.

      –Nevada... –comenzó a decir.

      Ello lo interrumpió sacudiendo la cabeza.

      –¿Aquella vez? No fuiste tú solo el que metió la pata. Yo sabía que estabas enamorado de Cat, ella me dijo que había acabado y quise creerla, pero sabía que te llevaría mucho tiempo olvidarla.

      –No. No fue culpa tuya ni tampoco fue mía. Cat creía en la manipulación como forma de entretenimiento. Nosotros no éramos más que simples mortales y no tuvimos oportunidad.

      Nevada se preguntó si eso era verdad.

      –Era preciosa.

      –Era una droga –apuntó él rotundamente–. Y yo era su bufón. Pensé que perderla me mataría, pero fue lo mejor que pudo pasarme.

      Nevada no estaba segura de cómo habían terminado las cosas con Cat y decidió que tampoco necesitaba saberlo.

      –En cuanto a lo de esta noche...

      Él le rodeó la cara con las manos.

      –Lo entiendo. Trabajamos juntos y seguiremos haciéndolo durante un tiempo. Yo solo estaré en la obra un año, así que haremos como si no hubiera sucedido nunca –su boca se curvó en una pícara sonrisa–. Hasta que me marche. Será un fin de semana terrible.

      Sus palabras la hicieron derretirse por dentro.

      –Estás dando por sentado que yo seguiré interesada.

      –Lo estarás –contestó él con confianza y la besó suavemente. Bajó las manos y dio un paso atrás.

      –¿Y si cambio de opinión?

      –Te convenceré de lo contrario.

      Y eso era algo que estaría deseando, pensó Nevada mientras se despedía de él. Entró en casa, aún atrapada por esos besos y por el pasado. Tucker era una complicación, pero una que podía manejar. Ahora que había reglas, sería más fácil trabajar juntos y no estaría pensando en él todo el tiempo.

      Subió las escaleras hasta su apartamento y abrió la puerta con la llave. Al entrar, alargó el brazo hacia la derecha y encendió las luces, pero en lugar de ver su salón, vio otro lugar y otro momento. Cat estaba en la puerta de la habitación de su residencia.

      –Ha terminado –le había dicho la otra mujer con su oscura mirada encendida–. Tucker y yo hemos terminado. Ya está hecho. Sé que estás enamorada de él y esta noche te necesita, Nevada. Deberías ir a verlo.

      Estar al lado de Cat era como estar mirando al sol: era difícil ver cualquier otra cosa, centrar la mirada. Todo lo demás estaba borroso. Por ello, Nevada tardó un segundo en procesar lo que estaba oyendo y poco a poco la vergüenza fue invadiéndola mientras se preguntaba desesperadamente quién más habría descubierto su secreto. ¿Lo sabía Tucker? ¿Se compadecía de ella? Porque eso sería lo peor.

      –No lo entiendo –susurró.

      Cat le agarró los brazos y la zarandeó.

      –Te necesita. Ve con él. Está solo en casa ahora mismo.

      –Yo...

      Antes de poder decir nada más, Cat se había ido dejando tras de sí una estela de exótico perfume.

      Nevada pasó los siguientes veinte minutos intentando descifrar qué hacer. ¿Debería ir con Tucker? ¿Podía hacerlo? Él amaba a Cat y no podía ver ni a nadie más ni nada más, pero si habían roto, entonces estaba disponible. Y dolido.

      Al final, su corazón había ganado la batalla y había agarrado las llaves de su coche y había bajado corriendo las escaleras para dirigirse al aparcamiento. Y así, antes de lo que había creído posible, ya estaba en casa de Tucker llamando a la puerta.

      Él abrió casi de inmediato, como si hubiera estado esperándola, pero

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