Скачать книгу

      Sobre la mesa de la cocina.

      Teniendo sexo.

      Fue uno de esos momentos que hizo que el tiempo se ralentizara. Se sintió como si estuviera bajo el agua, incapaz de moverse con rapidez o de respirar. La imagen pareció quemarle el cerebro. Gritó y se cubrió los ojos, pero ya era demasiado tarde.

      –¡Nevada!

      –¡Lo siento! –gritó antes de salir corriendo todo lo deprisa que pudo. Salió afuera y se quedó en mitad del jardín intentando recuperar el aliento.

      –¡No, no, no!

      Cerrar los ojos no la ayudó en nada, como tampoco lo hizo canturrear. Hiciera lo que hiciera, seguía viéndolos desnudos y haciéndolo.

      –¿Qué está pasando?

      Vio a sus hermanas correr hacia ella y salió corriendo en la otra dirección. La persiguieron por la calle.

      –¡Para! –gritó Montana–. Dakota está embarazada y no puede correr detrás de ti.

      Eso la hizo detenerse, pero no podía mirarlas.

      –¡Oh, Dios, es horrible! Voy a tener que necesitar terapia psicológica el resto de mi vida.

      Sus hermanas la rodearon, parecían preocupadas.

      –¿Qué ha pasado? –preguntó Dakota agarrándole el brazo–. ¿Estás enferma?

      Nevada señaló a la casa.

      –Ahí dentro. Encima de la mesa.

      Montana se quedó pálida.

      –¿Le ha pasado algo a mamá?

      Nevada sacudió los brazos.

      –Está bien. No puedo... No me hagáis decirlo.

      Pensó en gatitos, en chocolate y en barcos y se preguntó si había alienígenas en Marte antes de ceder ante lo inevitable y dejar que la sintonía de la atracción de Disney «El pequeño mundo» le llenara la cabeza, pero eso tampoco ayudó.

      Dakota la zarandeó.

      –¿Puedes decirnos qué está pasando?

      –He visto a mamá practicando sexo con Max. ¡Encima de la mesa de la cocina! –gritó y volvió a cubrirse la cara–. No puedo sacármelo de la cabeza.

      Bajó las manos y vio a sus hermanas mirándose. Montana hizo ademán de reír.

      –No tiene gracia –insistió Nevada–. Hemos desayunado en esa mesa. Hemos decorado galletas y hecho los deberes ahí. ¿Cómo voy a poder volver a mirar a mamá a la cara?

      –Creo que eso va a ser más un problema para ella que para ti –le dijo Dakota–. ¡Vaya! No me puedo creer que mamá estuviera teniendo sexo con Max. Supongo que es el tipo del tatuaje.

      Su madre tenía el nombre de Max tatuado en la cadera.

      –Pues yo voy a tener más problemas con Max que con mamá –admitió Montana–. Es mi jefe y podría ser algo complicado.

      –¡No quiero volver nunca! –gimoteó Nevada–. Crecí en esa casa, adoro esa casa, pero no quiero volver a entrar ni hablar con mamá.

      –Lo superarás –le dijo Dakota, demasiado calmada y con voz de estar divirtiéndose demasiado.

      –Eso no lo sabes. Solo es una suposición.

      –Soy una profesional. Confía en mí. Seguro que te pondrás bien.

      –Me pregunto si funcionaría la terapia de electroshock –murmuró Nevada pensando en si merecería la pena el dolor que ese procedimiento conllevaba. No era que no quisiera a su madre ni quisiera que fuera feliz, pero ¿tenía que hacerlo en la mesa de la cocina?

      –Son viejos, ¿no deberían preocuparles sus articulaciones y esas cosas? ¿No sería mejor una cama? En una cama no habría sido tan impactante.

      –Creo que es impresionante –anunció Montana–. ¿Cuándo ha sido la última vez que has practicado sexo encima de una mesa de la cocina?

      –No puedo recordar ni la última vez que he practicado sexo –dijo Nevada suspirando. Tendría que aceptar simplemente que estaba emocionalmente herida.

      Echó a andar hacia el centro del pueblo, pero sus hermanas se interpusieron en su camino.

      –¿Creéis que un café con leche me ayudará a olvidarme de esto más que un helado?

      –¿Y qué tal un Frappuccino de moca? –Dakota le dio una palmadita en el hombro–. Es lo mejor del mundo.

      –Perfecto.

      –Es muy dulce –comenzó a decir Dakota.

      Nevada se detuvo y la miró.

      –No vayas por ahí. No eres tú la que lo ha visto. Hasta que no hayas visto a tu madre practicando sexo sobre la mesa de la cocina, no te permito que des ninguna opinión. ¿Entendido?

      –Sí, y tanto.

      –Apuesto a que Max tiene un buen trasero –dijo Montana–. No es que quiera pensar mucho en ello, pero se cuida mucho.

      Dakota sonrió.

      –Seguro que sí.

      –Os odio a las dos.

      Sus hermanas la abrazaron.

      –No puedes odiarnos –dijo Montana besándola en la mejilla–. Tenemos tu adn.

      –Pues quiero que me lo devolváis.

      Sus hermanas se rieron y ella, si bien algo reticente, se unió a ellas. Siempre había sabido que tener una gran familia conllevaba altibajos en las relaciones, tenía sus más y sus menos, y ese en concreto era un gran menos al que tendría que reponerse.

      Agarró a sus hermanas del brazo.

      –De acuerdo. Ya basta de mi trauma emocional. ¿De qué queríais hablar conmigo?

      Sus hermanas se detuvieron en seco, obligándola a ella a parar también. La miraron con una mezcla de preocupación y algo más que parecía culpabilidad.

      –¿Qué? No quiero jueguecitos, he tenido un día muy duro.

      Aunque haber visto a su madre con Max había puesto sus problemas con Tucker en perspectiva.

      –Estamos planificando una boda –dijo Dakota.

      –La tuya. Lo sé –Nevada miró a Montana–. A menos que Simon y tú lo hayáis hecho oficial. Por cierto, todos sabemos que estáis enamorados y que pensáis casaros, así que ¿qué le pasa a ese tipo para no haberte puesto ya el anillo?

      Montana se rio y alzó su mano izquierda, donde un gigantesco diamante resplandecía bajo el sol de la mañana.

      Nevada gritó.

      –¡El tipo sí que tiene buen gusto!

      Las tres se abrazaron y, cuando comenzaron a caminar de nuevo, Dakota respiró hondo.

      –Hemos estado hablando...

      –¿Qué? –preguntó Nevada extrañada porque su hermana siempre sabía qué decir.

      –Hemos estado pensando que nos gustaría mucho una boda doble, pero luego hemos pensado que podrías sentirte mal por ello, así que hemos decidido no hacerlo, aunque por otro lado, económicamente estaría muy bien, pero si te hace daño o es mezquino por nuestra parte, no lo haremos.

      Dakota se quedó quieta y callada.

      –Te queremos –añadió Montana.

      –Lo sé –respondió ella atónita por lo que acababa de oír. Una boda doble. Claro. Estaban comprometidas, eran hermanas y además Dakota estaba embarazada, así que casarse tenía sentido. En cuanto a lo de hacerlo al mismo tiempo... las tres lo habían compartido

Скачать книгу