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Sin miedo al fracaso. Tompaul Wheeler
Читать онлайн.Название Sin miedo al fracaso
Год выпуска 0
isbn 9789877982893
Автор произведения Tompaul Wheeler
Жанр Документальная литература
Серия Lecturas devocionales
Издательство Bookwire
–¡Suelten las drizas del juanete y de la gavia! ¡Suelten las sogas y las escotas! ¡Bajen y aseguren las velas superiores!
Como Bates más tarde lo describió: “Quitarle el viento a las velas alivió de inmediato al barco, y como una palanca que se desliza bajo una roca, se separó de su posición desastrosa, y se quedó en equilibrio con un costado hacia el hielo”.
De alguna manera, el barco, con su parte delantera destrozada y su mástil recogido, logró salir del hielo. Catorce días después desembarcaron en Irlanda, e hicieron las reparaciones necesarias para continuar el viaje a Rusia. Se unieron a un convoy de más de doscientos barcos británicos y luego, después de una tormenta, partieron en solitario a lo largo de la costa de Dinamarca.
De repente, dos corsarios daneses comenzaron a dispararles con cañones. Los corsarios los capturaron y los llevaron a Copenhague, Dinamarca, para ser juzgados. El barco y su carga fueron condenados, por orden de Napoleón Bonaparte, por su fraternización con los británicos.
El dueño del barco rogó a la tripulación que jurara que no habían tenido ningún contacto con los británicos. Joseph insistió en que no podía mentir. Casualmente, fue el primero que llamaron a testificar.
–¿Sabes qué significa hacer un juramento, jurar decir la verdad? –le preguntó un juez en inglés.
–Sí –dijo Bates.
Joseph juró contar la verdad de lo que hizo. Cuando lo liberaron, trató de regresar a Irlanda, pero en Liverpool lo secuestraron y lo obligaron a ingresar a la marina británica. Intentó nadar hacia la libertad, pero fue capturado. Terminó dirigiéndose hacia el Mediterráneo para luchar contra el ejército de Napoleón.
Joseph trató de contactar a sus padres. Cuando por fin recibieron una carta de él, su padre le pidió ayuda a James Madison, que era el presidente de los Estados Unidos en ese momento. El presidente y el gobernador de Massachusetts se propusieron ayudarlos, pero repentinamente estalló la guerra.
Continuará…
15 de marzo - Adventismo
El hombre que amaba el mar – parte 4
“Y allí, en alta mar, vieron la creación maravillosa del Señor” (Sal. 107:24).
Joseph y sus amigos estadounidenses prefirieron ir a prisión que luchar contra su país, por lo que se convirtieron en prisioneros de guerra. Sin embargo, debido a la fuga de dieciocho prisioneros, ellos fueron enviados a la infame prisión de Dartmoor, en Inglaterra, conocida como “la morada de los perdidos y olvidados”. Joseph fue liberado en 1815, exactamente cinco años después del día en que fue secuestrado. Inició de inmediato su viaje de regreso a casa.
Dos meses después, abrazaba con alegría a su madre, a sus hermanos y amigos. Joseph tenía ahora veintitrés años y llevaba más de seis fuera de casa. Cuando su padre lo vio, se sorprendió al poder abrazar a su hijo perdido desde hacía tanto tiempo, pero lo que más le sorprendió fue que su hijo era ahora adicto al ron.
Días después, Joseph se reencontró con Prudence Nye, su amiga de la infancia, que al verlo exclamó: “Sabía que volverías”. Dos años y medio y varios viajes después, se casaron.
A pesar de las dificultades, Joseph Bates seguía amando el mar. Emprendió varios viajes mientras su esposa “Pru” lo esperaba en casa. Navegó hacia Bermudas, las Antillas, Brasil, Uruguay y Argentina. Finalmente, se convirtió en capitán de barco. Buscando mejorar como persona, prometió dejar de beber y de masticar tabaco. En uno de sus viajes, su esposa le puso una Biblia entre su equipaje. Comenzó a leerla y se convenció de que debía ser cristiano, pero sentía que había perdido demasiado tiempo. Sin embargo, ¿no lo había protegido Dios a través de los años? Lleno de culpa, pensó en saltar por la borda para acabar con su vida. Sorprendido por aquellas ideas, se encerró en su camarote hasta el amanecer. Desesperado, intentó encontrar alguna prueba de que Dios lo había perdonado, pero no pudo hallarla.
Cuando regresó a su hogar, ya con treinta y cuatro años, un amigo cristiano le preguntó sobre su vida espiritual. Joseph le comentó que nunca se había convertido, porque sabía que Dios no podía perdonarlo. Pero al reunirse con amigos cristianos y escuchar sus experiencias, se sintió seguro de que había experimentado una conversión genuina. ¡Se sintió un hombre nuevo!
Ahora le resultaba mucho más difícil dejar a sus familiares y amigos. Un día, mientras navegaba por las costas de Brasil, un grupo de piratas lo interceptaron, pero no encontraron el oro que habían ocultado en un caldero de sopa de carne. ¡Y eso que los piratas incluso tomaron un poco de sopa para cenar!
Continuará…
16 de marzo - Adventismo
El hombre que amaba el mar – parte 5
“Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas” (Jos. 1:9).
En su último viaje antes de retirarse, Bates dio una sorpresa a su tripulación: no beberían, no dirían malas palabras ni bajarían a tierra los domingos. Al principio estaban sorprendidos, pero con el paso del tiempo llegaron a apreciar las nuevas reglas y quisieron volver a navegar con él. Pero Bates decidió que era hora de fijar otros rumbos…
A los treinta y cinco años, tomó la decisión de establecerse en un solo lugar: Nueva Inglaterra. Allí, conoció a algunos milleritas y se emocionó al enterarse de que Cristo vendría pronto. En su corazón, sintió el impulso de compartir las buenas noticias con los esclavos y sus amos. Aunque algunos le advirtieron que lo matarían por sus ideas abolicionistas, Joseph había visto y experimentado demasiado como para preocuparse por un grupo de esclavistas irritados. Su amigo Herman S. Gurney lo acompañó para ayudarlo con la música.
Cruzando la bahía de Chesapeake, llegaron a la isla Kent, el mismo lugar en el que Bates había naufragado veintisiete años antes. Les negaron el permiso para hablar en los centros de reuniones, pero el dueño de una taberna les permitió usar el local. Este hombre tenía apenas diez años cuando Bates naufragó en aquel puerto, pero aún lo recordaba.
Bates y Gurney hablaron en una sala abarrotada durante cinco días. Un hombre denunció sus enseñanzas milleritas y amenazó con hacerlos cabalgar sobre un riel. Joseph Bates respondió. “Estamos listos para eso, señor. Si le pone una montura, preferimos cabalgar en vez de caminar”. Esto produjo tal sensación en la reunión, que el hombre no supo qué decir.
Y Joseph continuó: “Usted no creerá que viajamos novecientos cincuenta kilómetros a través del hielo y la nieve para predicar, sin primero sentarnos a analizar el costo. Y ahora, si el Señor no tiene nada para que hagamos, de buena gana estaríamos en el fondo de la bahía de Chesapeake o en cualquier otro lugar hasta que el Señor venga. Pero si él tiene algo más de trabajo para nosotros, ¡usted no podrá tocarnos!”
Tiempo después, en Chester, Maryland, estos hombres encontraron un lugar donde pudieron hablar tanto a los esclavos como a sus dueños. Como de costumbre, Gurney comenzaba la reunión con música, pero esta vez cantó: “Soy peregrino, soy extranjero”. Al terminar la reunión, un esclavo anciano le ofreció 25 centavos (probablemente todo el dinero que tenía) para que le hiciera una copia del himno.
Continuará...
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