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El Sacro Imperio Romano Germánico. Peter H. Wilson
Читать онлайн.Название El Sacro Imperio Romano Germánico
Год выпуска 0
isbn 9788412221213
Автор произведения Peter H. Wilson
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
El clero, en especial en las zonas fronterizas, interpuso innumerables obstáculos a las personas corrientes que trataban de ejercer su libertad religiosa. Los matrimonios mixtos eran considerados un reino dividido y, a menudo, se presionaba a los individuos para que se convirtieran. Sin embargo, solía prevalecer el pragmatismo. En Osnabrück, una quinta parte de los matrimonios eran interconfesionales, los protestantes participaban en las procesiones religiosas de los católicos y en unas pocas comunidades las diferentes congregaciones llegaban incluso a compartir la misma iglesia. La política oficial seguía siendo soportar, no tolerar: soportar minorías se consideraba una necesidad política y legal. A finales del siglo XVIII las actitudes fueron cambiando, en particular tras la patente de José II de 1781, que concedió mayor igualdad, y que adoptó la mayoría de los gobiernos germanos entre 1785 y 1840.
LA IGLESIA IMPERIAL A COMIENZOS DE LA EDAD CONTEMPORÁNEA
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El registro preparado para el Reichstag de Worms de 1521 enumeraba 3 electores eclesiásticos, 4 arzobispos, 46 obispos y 83 prelados menores; el número de señores seculares era 180. Hacia 1792, tan solo quedaban 3 electores, 1 arzobispo, 29 obispos y abades principescos y unos 40 prelados, junto con 165 Estados seculares. Este declive solo es atribuible, en parte, a la Reforma protestante, la cual tan solo aceleró una tendencia ya existente: la de la incorporación de los bienes materiales de los feudos eclesiásticos por parte de los territorios seglares. Muchos de los Estados eclesiásticos enumerados en el registro de 1521, entre ellos 15 obispados, ya estaban desapareciendo de ese modo. Si bien la Reforma protestante añadió nuevos argumentos teológicos para justificarlos, los cambios políticos asociados a la reforma imperial tuvieron igual importancia, pues vinculaban de forma directa el estatus de los Estados imperiales a una serie de obligaciones imperiales fiscales y militares. Numerosos prelados aceptaron de forma voluntaria la incorporación a jurisdicciones seculares para así eludir tales obligaciones.142 Así pues, toda la «secularización» llevada a cabo antes de 1552 suponía el paso de estatus inmediato a mediado debido a la eliminación de los derechos políticos del feudo. Por contra, la Paz de Westfalia sancionó la secularización de 2 arzobispados y 6 obispados, que fueron convertidos en ducados seculares, con plenos derechos políticos y obligaciones.
Este movimiento no fue unidireccional. Hubo territorios eclesiásticos que se emanciparon de la influencia secular: cabe destacar el obispado de Espira, que había estado bajo protección del Palatinado entre 1396 y 1552, si bien durante este periodo perdió todos los monasterios que controlaba y dos terceras partes de sus iglesias y beneficios. Doce prelados fueron ascendidos al rango de príncipes y algunos monasterios dependientes compraron a sus protectores seculares el derecho a ser Estados inmediatos de pleno derecho.143
Como indica el caso de Espira, la pérdida de propiedad eclesiástica dependiente fue mucho mayor. Los soberanos protestantes del Palatinado, Wurtemberg, Hessen, Ansbach y otras regiones suprimieron cenobios que, aunque carecían de inmediatez imperial completa, habían desempeñado, a menudo durante siglos, un vibrante papel en la vida política y cultural de los católicos. Aun así, hubo numerosas instituciones católicas que pervivieron en territorio protestante. Magdeburgo retuvo la mitad de sus conventos y una quinta parte de sus monasterios después de su conversión en ducado secular tras la Paz de Westfalia. El obispado de Lubeca siguió formando parte de la Iglesia imperial, a pesar de haber sido designado territorio luterano y asignado de forma permanente a Holstein-Gottorp. De igual modo, hubo tres conventos imperiales que permanecieron en el seno de la Iglesia imperial como instituciones luteranas, pues las familias principescas luteranas continuaron enviándoles a sus hijas solteras. En conjunto, en 1802 seguía habiendo al este del Rin 78 fundaciones mediadas y 209 abadías, con rentas anuales valoradas en 2,87 millones de florines, además de centenarios de monasterios, en su mayoría situados en territorios católicos. Los Estados eclesiásticos inmediatos controlaban 95 000 kilómetros cuadrados, con cerca de 3,2 millones de súbditos que generaban unos ingresos anuales de 18,16 millones de florines.144
La composición social
Esta inmensa riqueza expandió la influencia política de la aristocracia del imperio, que controlaba todos los beneficios, prácticamente, de las cerca de un millar de catedrales y abadías existentes y dominaba la Iglesia imperial. La distribución geográfica de las tierras eclesiásticas reflejaba sus orígenes en las áreas de mayor densidad de población, que desde la Edad Media había sustentado la mayor concentración de señoríos. La mayoría de condes y caballeros estaba en las mismas regiones que las tierras eclesiásticas supervivientes: Westfalia, Renania y la confluencia Alto Rin-Meno en las regiones de Suabia y Franconia. La elección a la dignidad episcopal elevaba al candidato al rango de príncipe, de aquí que el título de obispo siguiera siendo atractivo para los caballeros en particular, en desventaja en la distribución jerárquica de derechos políticos del imperio. A comienzos de la Edad Moderna, los caballeros suponían una tercera parte de los obispos. La familia Schönborn fue la más exitosa de todos ellos, pues obtuvo en dos ocasiones la sede primada de Maguncia.145 Ya en la Edad Media había avanzado mucho la dominación aristocrática, que a principios de la Edad Moderna fue reforzada por barreras adicionales: los aspirantes a canónigo debían demostrar 16 antepasados nobles. De los 166 arzobispos imperiales entre 900 y 1500, tan solo se sabe de 4 que fueran villanos; entre los siglos VII y XV, apenas se conocen 120 villanos de un total de 2074 obispos germanos. Esta proporción se mantuvo más o menos igual entre 1500 y 1803: ejercieron el cargo de arzobispo u obispo durante ese periodo 332 nobles, 10 villanos y 5 extranjeros.146
Por desgracia para caballeros y condes, los príncipes también contaban con largas listas de antepasados ilustres. Los Wittelsbach eran firmes candidatos a los cargos de arzobispo u obispo, en particular a partir de 1555, cuando los protestantes se autodescalificaron por causa de su fe. El papado relajó las normas que prohibían la acumulación de obispados para así impedir que cayeran en manos protestantes. Ernesto, duque de Baviera, se aseguró Colonia y cuatro obispados a finales del siglo XVI; 150 años más tarde, su pariente Clemente Augusto fue conocido por el mote de «señor cinco iglesias» por detentar un número similar de obispados.147 La acumulación de obispados solía ser bien vista por los canónigos catedralicios, pues esto les permitía vincular un obispado débil a uno más poderoso, como por ejemplo Münster y Colonia, o permitir la cooperación entre vecinos, como fue el caso de Bamberg y Wurzburgo.
Tales uniones eran temporales, pues cada obispado conservaba su propia administración. Después de 1648, esta supuesta incapacidad de participar en cambios institucionales más generales provocó críticas, en particular por parte de protestantes y pensadores ilustrados que se quejaban de que la «mano muerta» de la Iglesia retenía valiosos recursos que podían emplearse de mejor forma. Los argumentos a favor de la secularización se hicieron más sólidos a partir de 1740, pues parecía un método adecuado para desactivar la tensión austroprusiana, o mejorar la viabilidad de los principados de tamaño medio, todo ello a expensas de sus vecinos eclesiásticos. Algunos historiadores posteriores aceptaron al pie de la letra los argumentos de este debate, que presentaba a la Iglesia imperial como una reliquia medieval fosilizada.148 En la práctica, la evolución interna de las tierras eclesiásticas fue, por lo general, similar al de los territorios seculares y abrazó muchas de las medidas propugnadas por los pensadores ilustrados. Por desgracia, esto no significaba que las tierras de la Iglesia fueran los territorios apacibles y benevolentes que algunos católicos afirmaban que eran: en realidad, todos estos territorios formaron sus propios ejércitos