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El Sacro Imperio Romano Germánico. Peter H. Wilson
Читать онлайн.Название El Sacro Imperio Romano Germánico
Год выпуска 0
isbn 9788412221213
Автор произведения Peter H. Wilson
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
La Italia imperial también quedó fuera de las nuevas instituciones comunes. No obstante, seguía vinculada al imperio de manera más estrecha a través del dominio Habsburgo de Milán, así como por medio de la posesión española de Nápoles y Sicilia, en el sur. Los predicadores evangelistas itinerantes atraían enormes muchedumbres y algunos altos cargos de la Iglesia, como el cardenal Contarini, admitieron la necesidad de reformas. Las guerras italianas, iniciadas en 1494 e interpretadas por muchos como una señal de disgusto divino, añadieron urgencia a la situación. Carlos V presionó a una serie de papas para que dieran respuesta a las críticas protestantes de la Iglesia italiana, aunque siguió ciñéndose a su interpretación de la doctrina de las Dos Espadas. Después de que los teólogos no fueran capaces de resolver sus diferencias en el Reichstag de Ratisbona, en 1541, Carlos permitió al papa Pablo III que impusiera el catolicismo en Italia por medio de la Inquisición y de la nueva orden jesuítica.112
Los principados italianos fueron excluidos de la Paz de Augsburgo debido a que no eran Estados imperiales, con excepción del ducado de Saboya, incorporado al reino germano durante el siglo XIV. Saboya, sin embargo, se abstuvo de participar en los acontecimientos que dieron lugar a Augsburgo. Por el contrario, buscó un acuerdo de tipo más occidental, con las comunidades valdenses que habían perdurado en sus territorios alpinos y piamonteses desde finales del siglo XII y que se habían revigorizado a partir de 1532 por medio del contacto con los reformistas suizos. En la Paz de Cavour del 5 de junio de 1561, el duque de Saboya concedió dispensas especiales a aldeas concretas y permitió el retorno de los exiliados, siempre y cuando los valdenses se abstuvieran de hacer proselitismo.113 Este acuerdo era más similar al adoptado en Francia en 1562 y resultó tan inestable como este, en particular porque el duque continuó siendo susceptible de ser presionado por otros monarcas católicos para que renovara la persecución de los valdenses. Pero la persistencia de cierto grado de tolerancia hizo que los príncipes protestantes germanos continuasen teniendo una impresión positiva del duque y lo siguieron considerando un aliado potencial hasta entrado el siglo XVII.
RELIGIÓN Y POLÍTICA IMPERIAL DESPUÉS DE 1555
La preservación del acuerdo de Augsburgo
La Paz de Augsburgo sufrió la misma divergencia de interpretaciones que socavó el acuerdo alcanzado en Espira en 1526, pero sobrevivió mucho más tiempo sin mucho problema. Los católicos consideraban que impedía nuevos ataques contra su Iglesia, mientras que los protestantes estimaban que la protección legal autorizaba la expansión continuada de su nueva religión. Muchos abrazaron de forma abierta el luteranismo y reformaron el clero y la Iglesia de sus territorios según el modelo evangélico. A mediados del siglo XVI, el equilibrio religioso de Alemania estaba completo. En ese momento, el luteranismo había sido adoptado de forma oficial por unos 50 principados y condados y por tres docenas de ciudades imperiales. Entre estas se incluían algunos territorios muy sustanciales, en particular los electorados de Sajonia, Brandeburgo y el Palatinado, así como algunas de las casas principescas más antiguas y de mayor renombre: los ducados ernestinos de Sajonia, todas las ramas de la casa de Hessen, los Hohenzollern de Franconia en Ansbach y en lo que fue conocido como Bayreuth, así como en Wurtemberg, Holstein, Mecklemburgo, Pomerania, Anhalt y la mayoría de condados westfalianos y de la Baja Sajonia.
El catolicismo quedó reducido en Alemania a tan solo tres grandes principados: Baviera, Lorena, que ya era semiautónomo, y Austria, que era, con diferencia, el mayor del imperio. En otros lugares, el catolicismo resistió en los pequeños condados del sudoeste y en dos quintas partes de las ciudades imperiales. Antes bien, dado que las numerosas (pero bastante pequeñas) tierras de la Iglesia quedaron reservadas para los católicos, estos todavía gestionaban unos 200 Estados imperiales, que les proporcionaban una mayoría decisiva en las instituciones comunes del imperio.
Los luteranos no establecieron ninguna organización nacional. En lugar de ello, cada príncipe o consejo ciudadano asumió los poderes antaño ejercidos por un obispo católico en su territorio. En la práctica, tales poderes se confiaban a los consejos eclesiásticos, lo cual expandía de forma considerable el ámbito de la administración territorial e incrementaba su presencia a nivel parroquial. Las autoridades católicas implementaron reformas similares en sus propias tierras, aunque siguieron aceptando la jurisdicción espiritual de sus obispos.
En todas las confesiones, tanto las autoridades seculares como las eclesiásticas siguieron políticas similares de «confesionalización», cuyo objetivo era imponer la religión oficial de su territorio por medio de educación, mejora de la supervisión del clero y «visitaciones» intensivas para sondear las creencias individuales y monitorizar las prácticas religiosas.114 Tales medidas estuvieron lejos de ser efectivas en todas partes. Persistieron la heterodoxia y la disidencia y, a menudo, hubo considerables discrepancias entre conformidad aparente y creencias interiores. Muchas personas optaron por ser pragmáticas y adoptaron las creencias y prácticas que les resultasen más útiles según las circunstancias.115 Aun así, la confesionalización ayudó a preservar el acuerdo de Augsburgo, pues dirigió las energías administrativas al interior de sus propios territorios, en lugar de proyectarlas hacia afuera y embarcarse en actividades que podían causar roces con los territorios vecinos.
Fernando I y su sucesor, Maximiliano II, trabajaron mucho para mantener la paz por medio de buenas relaciones personales con los príncipes más influyentes, pues necesitaban el consenso debido a la amenaza otomana sobre sus posesiones. Es más, los beneficios de la paz pronto fueron evidentes para todos, toda vez que primero Francia y luego los Países Bajos se sumieron, a partir de 1560, en violentas guerras de religión. La mayoría de autores germanos quedó horrorizada por atrocidades como la matanza de San Bartolomé de agosto de 1572 en Francia y recomendó una cultura de contención.116 El imperio, al contrario que en Francia, donde la monarquía fue un participante más en la contienda civil, continuó siendo una estructura legal neutral e interconfesional. Luteranos y católicos podían estar en desacuerdo, pero, por lo general, se abstenían de criticar al imperio, dado que sus derechos y estatus procedían de la legislación imperial. A finales del siglo XVI apareció una fuerte corriente «irénica» que defendía tender puentes entre las confesiones religiosas para preservar la armonía política.117
Tensiones confesionales y tensiones políticas
Después de 1555 hubo tres acontecimientos que pusieron en peligro la armonía. Uno fue el surgimiento del calvinismo en la década de 1560. Los calvinistas tenían diferencias teológicas con los luteranos, pero consideraban que su «reforma de la vida» no era más que la continuación de la «reforma de la Palabra» de Lutero.118 El calvinismo reclutó a la mayor parte de sus conversos entre la aristocracia, al contrario que