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escatológico. Tres de ellas hacen referencia explícita a la preparación de la Navidad. La oración después de la comunión del primer domingo pide que

      nos preparemos con los honores debidos

      a la solemnidad de nuestra redención que se aproxima.

      La del tercer domingo pide que

      estos divinos auxilios … nos preparen

      para las solemnidades que se aproximan.

      Y la colecta del miércoles de la tercera semana, el primer día de las témporas, pide

      que la solemnidad venidera de nuestra redención

      dé los auxilios para la vida presente

      y nos conceda los premios de la eterna bienaventuranza.

      Esto muestra que el Adviento papal de los siglos vii y viii, preservado en el Misal Romano de 1962, era un período de tiempo dedicado no a preparar a los fieles a encontrarse con el Señor en su parusía, sino a prepararlos para la celebración litúrgica de su nacimiento y dogmáticamente se vivía como una fiesta de redención. La oración colecta del segundo domingo lo expresa más claramente. Aludiendo al evangelio del día, Mateo 11,2-10, que presenta a Juan el Bautista como el enviado para preparar el camino del Señor, pide:

      Despierta, Señor, nuestros corazones

      para que preparemos los caminos de tu Unigénito,

      para que por su venida [per ejus adventum]

      merezcamos servirte con el ser purificado.

      La primera palabra de esta oración, «despierta», que traduce el latín excita, es la petición inicial de tres de las cuatro oraciones colectas de los domingos: el primero, el segundo y el cuarto. En el segundo domingo, se pide a Dios que «despierte nuestros corazones». En el primer y en el cuarto domingo, se le pide que mueva su fuerza y venga. Esa audaz petición, «Excita, quaesumus, Domine, potentiam tuam et veni», proviene del salmo 79,3 y se canta como gradual y como Aleluya del tercer domingo. La repetición de esta petición en las oraciones y cantos de Adviento es uno de los elementos que hacen que este tiempo sea tan única.

      3.1.2. Lecturas

      En la misa tridentina solo hay dos lecturas bíblicas para cada domingo, denominadas epístola y evangelio. Las lee el sacerdote en ambos lados del altar, derecho e izquierdo respectivamente, y no se encuentran en un libro separado, el Leccionario, sino en el Misal, al igual que los cantos asignados para el día. El Misal contiene, por tanto, todos los textos que un sacerdote necesita para celebrar la misa. Ayudado de uno o dos ministros, lee todas las oraciones, las lecturas y los cantos. Aunque en la misa solemne un subdiácono canta la epístola, un diácono canta el evangelio y un coro canta los cantos apropiados, se requiere que el sacerdote lea también todo esto en silencio o en voz baja. De modo que la misa tridentina está organizada en función de un único sacerdote que ofrece la misa él solo. Cuando el coro y la asamblea cantan el Kyrie, el Gloria, el Credo, el Sanctus y el Agnus Dei, o cuando otros ministros cumplen sus correspondientes funciones, al sacerdote no le afecta. Él actúa del mismo modo estén presentes o ausentes.

      De modo que, en las fuentes primitivas, encontramos las mismas lecturas pero en posición diferente. La distribución de los evangelios en el Misal tridentino de 1570 y, consecuentemente, en el Misal Romano de 1962 sería más lógico: el primer domingo, la venida del Hijo del hombre con gran poder y majestad (Lc 21,25-33), y en los siguientes tres domingos encontramos a Juan el Bautista, en el segundo domingo dando Jesús testimonio de él (Mt 11,2-10), en el tercero es Juan Bautista quien se autodefine ante Jesús (Jn 1,19-28), y en el cuarto la inauguración solemne de la predicación del precursor (Lc 3,1-6), que es una repetición del evangelio del día anterior, sábado de las témporas. Pero las epístolas de estos domingos no tienen conexión intrínseca con los evangelios.

      Esto solo se producirá después del Concilio Vaticano II.

      3.1.3. Cantos

      Los textos del primer domingo reflejan una inusual coherencia y unidad. Tres de los cinco lo toman del salmo 24. Concretamente el introito es el salmo 24,1-3:

      A ti levanto mi alma, Dios mío, en ti confío; no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados.

      La segunda parte de la antífona se utiliza como gradual:

      Los que esperan en ti no quedan defraudados.

      La antífona completa del introito se retoma en el momento del ofertorio:

      A ti levanto mi alma, Dios mío, en ti confío; no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados.

      Más que cualquier otro texto, estos versículos del salmo 24 muestran que el Adviento es un tiempo de expectativa, de esperanza y de espera, junto con la confianza de no sentirse defraudado por un Dios atento a las necesidades de su pueblo.

      El versículo del Aleluya del primer domingo usa las conocidas palabras del salmo 84,8: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación». El mismo versículo se usa como ofertorio del segundo domingo, precedido del versículo 7 del mismo salmo: «¿No vas a devolvernos la vida, para que tu pueblo se alegre contigo?». El salmo 84,13, «El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto», es la antífona de comunión del primer domingo y las palabras iniciales del salmo: «Señor, has sido bueno con tu tierra», se escuchan en el introito y en el ofertorio del tercer domingo.

      Como ya señalamos, el salmo 79,3b, «Despierta tu poder y ven a salvarnos», además de figurar como comienzo de varias oraciones, es el versículo del Aleluya del tercer domingo. El salmo 79,2.3.6 es el gradual de ese domingo:

      Tú, Señor, que te sientas sobre querubines, despierta tu poder y ven. Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como a un rebaño.

      Así, los primeros versículos del mismo salmo se emplean tanto para el gradual como para el Aleluya del tercer domingo. Queda claro, por tanto, que los salmos 24, 79 y 84 destacan como los salmos preferidos para el Adviento.

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