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una y otra vez, hasta encontrar una respuesta donde la mayoría de personas se ofusca y abandona. Muy a menudo, las personas identificamos los problemas con una facilidad exagerada y superficial, incluso nos recreamos en ellos, pero solo en contadas ocasiones aportamos propuestas, y menos aún soluciones creativas al problema planteado. Por desgracia, es habitual encontrar personas y compañeros de profesión instalados en la política de la queja, el descrédito o el pesimismo. Conozco a muy poca gente que dispongan de este sombrero verde, pensador, fértil y creativo. Por el contrario, he compartido muchos momentos con personas de sombrero negro, tóxicas y atascadas en el malestar y la queja, o de sombrero rojo, pasionales y furiosas. Pero también abunda la gente con sombrero blanco o sombrero morado, excelentes analistas que contribuyen con habilidad a gestionar situaciones de crisis (aunque no suelen ser quienes encuentran la solución). Y por supuesto también son indispensables las personas con sombrero amarillo, positivas y constructivas, pues nos aportarán bienestar y mejora. Mejor tenerlas cerca.

      La educación emocional en la escuela debe permitir mejorar el nivel de autoconocimiento de los niños y ayudar a identificar cuáles son los sombreros que mejor les quedan. Jugar con ellos a ponerse el sombrero verde con normalidad, de forma que aprendan a construir ideas nuevas, inventando, equivocándose, ejercitando y forjando un pensamiento verdaderamente divergente. Hay que fomentar una educación que apueste por el descubrimiento y la provocación de un pensamiento disruptivo capaz de explorar nuevas alternativas, capaz de ir más allá de lo obvio y de lo previsible.

      Ilustración del libro El principito, de Antoine de Saint-Exupéry.

      No podemos perder de vista que las máquinas están sustituyendo a los humanos en la ejecución del pensamiento lógico. Las máquinas tienen una capacidad extraordinaria para analizar datos y dar respuestas, pero por ahora no disponen de la capacidad de hacerse buenas preguntas. Esta es una capacidad humana que ha de cobrar protagonismo en el proceso de aprendizaje. Asimismo, al desarrollar nuevos planes educativos, deberemos ser muy conscientes de la transición que estamos viviendo desde el punto de vista laboral. Muchas tareas reproductivas de la educación tradicional están desapareciendo y otras seguirán haciéndolo. Las cadenas de producción sustituyen trabajadores por máquinas, y consiguen más eficiencia y rentabilidad. Las agencias de viajes, por ejemplo, se han tenido que reinventar, hoy prácticamente toda la población compra los billetes por vía telemática. ¿Qué pasará con el sector del transporte cuando se implante la conducción autónoma? ¿Qué harán los trabajadores de las autoescuelas cuando, en un futuro probablemente cercano, llegue a desaparecer el carné de conducir? ¿Qué sucederá con el boom de la construcción y la mano de obra cuando se imponga la impresión 3d a gran escala? Ya ha comenzado una sustitución silenciosa pero implacable de trabajadores de las cajas de cobro en los grandes almacenes y supermercados. Y mañana, ¿qué serán capaces de hacer las máquinas y los robots mejor que los humanos? Las habilidades necesarias para ocupar puestos de trabajo están cambiando, y cada vez será más necesario además de disponer de conocimientos ser capaces de procesarlos y aplicarlos para reinventar e innovar. En definitiva, la educación no se puede focalizar en enseñar solo lo que un robot es capaz de realizar mejor que nosotros. Hace ya mucho, en 1997, Deep Blue, un ordenador creado por IBM, derrotó a Kaspárov, el mejor jugador del mundo de ajedrez del momento. Fue la primera derrota de la humanidad frente a un robot, pero es que hoy cualquier pequeña aplicación de móvil o un sencillo ordenador supera la capacidad de aquel superordenador de casi dos toneladas.

      Apenas estamos en el inicio de la cuarta revolución industrial, caracterizada por converger en ella tecnologías digitales, físicas y biológicas. Probablemente cambiará el mundo tal como lo conocemos. En la primera revolución industrial se pasó de la producción manual a la mecanizada mediante la máquina de vapor. La segunda fue impulsada por la electricidad y el ferrocarril. La tercera, a mediados del siglo XX, llegó con la electrónica, la tecnología de la información y las telecomunicaciones. Ahora nos hallamos en la transición hacia un nuevo paradigma de conectividad total. La cuarta revolución industrial llega diez veces más rápido que la primera y afecta a una base de población trescientas veces mayor. La nueva revolución está guiada por la transformación digital. ¿Cómo cambiarán la inteligencia artificial o la robótica nuestras vidas? Se prevé que, en 2021, 3.500 millones de dispositivos llevarán incorporado algún tipo de asistente virtual, como las conocidas Siri o Alexa. En pocos años, la inteligencia artificial formará parte de nuestra cotidianidad y posiblemente ya la encontraremos indispensable. Hoy utilizamos los asistentes virtuales para oír música, buscar un restaurante o mandar un mensaje por WhatsApp mientras cocinamos o conducimos, sin tener que sacar el móvil del bolsillo. Pero eso es solo el comienzo de un potencial extraordinario en el que los dispositivos responderán a preguntas de forma más eficiente que los humanos. Cada vez un mayor número de empresas e instituciones disponen de asistentes virtuales que se convertirán en compañeros de trabajo capaces de tomar mejores decisiones estratégicas. Los chatbots complementarán la experiencia positiva del cliente, ofreciéndole diferentes tipos de apoyo. En campos como la medicina, ya se experimenta en la obtención de herramientas que, analizando síntomas con las preguntas adecuadas y contrastando la sintomatología del paciente con millones de datos almacenados, podrán realizar mejores y más rápidos diagnósticos que los propios profesionales de la medicina, quienes solo disponen de sus propios conocimientos y su limitada experiencia. Pronto la inteligencia artificial nos permitirá predecir el pedido de un cliente antes de que se produzca, advertir una potencial depresión en un adolescente (a través de sus comentarios en Facebook) o prevenir un posible infarto días antes de que ocurra. Como explica el experto en estrategia digital Genís Roca, mientras antes llamábamos al médico cuando nos encontrábamos mal, pronto el médico nos llamará para decirnos que no nos encontramos bien. Se hace difícil prever cómo la tecnología continuará transformando el mundo en que vivimos, pero lo que está claro es que la educación no puede mostrarse ajena a esta revolución. No solo habrá que incorporar la tecnología o el Big Data en el proceso de aprendizaje, sino también y sobre todo identificar de manera adecuada cuáles son las nuevas finalidades del aprendizaje para poder sobrevivir con calidad e identidad propia en este contexto cambiante. En una sociedad donde los conocimientos que necesitamos memorizar los encontramos en cualquier dispositivo, está claro que tendremos que priorizar una pedagogía del conocimiento en la cual la capacidad de hacerse preguntas se imponga al aprendizaje tradicionalmente receptivo, acrítico y memorístico.

      FALSOS MITOS

      Una de las principales dificultades para hacer posible una verdadera transformación educativa es el apego docente a falsos mitos. Aunque a menudo no están fundamentados ni científica ni empíricamente, se hallan muy arraigados en la concepción educativa de muchas familias y docentes, y por supuesto en el propio sistema educativo. Como bien explica Héctor Ruiz en su libro Cómo aprendemos4, el rastro de nuestra propia experiencia educativa desde niños nos provoca un sesgo, a menudo muy consolidado, que reiteradamente condiciona la práctica de muchos docentes. Una tendencia natural que conduce a reafirmarnos en nuestras propias ideas y dificulta incorporar nuevas ideas probadas o contrastadas. Como director de escuela, me he topado numerosas veces con argumentarios poco fundamentados, pero francamente difíciles de rebatir por el nivel de convicción con que eran vividos. A lo largo del intenso proceso de transformación experimentado en la escuela Sadako, recuerdo numerosos debates pedagógicos de alto voltaje en los que afloraron muchas percepciones personales, arraigadas en nuestra propia experiencia, que tratamos de fundamentar o de contraponer con visiones de expertos o con intuiciones más o menos acertadas.

      Recuerdo en especial cuando, hace ya muchos años, valoramos la posibilidad de mezclar a los grupos-clase de cada curso de forma periódica. En aquella época los grupos-clase se perpetuaban desde los tres años hasta cuarto de ESO en dos equipos con escasas interacciones personales entre ellos. Hoy este debate parece irrelevante, en un contexto donde el alumnado ya se mezcla en diferentes grupos y cursos de forma sistemática y con toda normalidad. Pero en aquel momento, cuando la innovación todavía no era una palabra incorporada al léxico docente, este cambio fue larga y vehementemente

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