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se pretenden. Es necesaria una política educativa capaz de llevar a cabo una evaluación más amplia del sistema que permita identificar las necesidades de transformación profunda del modelo educativo, al margen de la ratio de las aulas.

      LOS DEBERES GARANTIZAN DISCIPLINA Y ORGANIZACIÓN

      España es uno de los países con más horas lectivas en el ámbito educativo europeo. Los escolares de educación primaria reciben 129 horas lectivas anuales más que la media de la OCDE (875 vs. 749). En secundaria cursan 148 horas más que la media de la OCDE (1.054 vs. 902). Estos datos son todavía más sorprendentes cuando se comparan con un país de reconocido prestigio educativo como Finlandia, donde sus alumnos reciben 246 horas menos (808) que sus homólogos españoles. Es decir, nuestros alumnos cursan un mes y pico de clases más que un alumno medio europeo y más de dos meses que un alumno finlandés. ¿Estos datos no tendrían que ser concluyentes para afirmar que el alumnado ya trabaja suficientes horas en la escuela como para que también tenga que trabajar en casa? Aunque pueda sorprender, los alumnos españoles no solo dedican más horas de trabajo en la escuela que la media de la Unión Europea, sino que también pasan bastantes más horas trabajando en casa. Mientras que la media europea se concreta en una dedicación semanal de 4,8 horas los alumnos españoles dedican 6,5 horas. La necesidad de repensar las tareas escolares es evidente.

      Lógicamente, la eficiencia de las horas de clase y la cantidad de deberes estarán muy condicionadas por las metodologías y los contextos de enseñanza-aprendizaje que se empleen, y por supuesto también a la tipología de deberes que se propongan. Pero estaremos de acuerdo en afirmar que lo más habitual es que los deberes sean propuestas repetitivas y universales para todos los alumnos. Esto provoca que a los alumnos más competentes los deberes no le supongan una mejora significativa en su aprendizaje, mientras que para los alumnos con más dificultades los deberes se convierten en una tortura nocturna, para ellos y a menudo para sus familias.

      Frente a todo ello, me decanto abiertamente por el aprendizaje multinivel y por la oferta de aprendizajes abiertos en los que sean los propios alumnos quienes se sientan llamados a seguir aprendiendo y trabajando en casa cuando lo puedan hacer, si así lo desean. Generar intereses, promover la capacidad de preguntar y de querer aprender, o incentivar el acceso a la lectura, la cultura o los intereses personales, me parece una estrategia educativa excelente, que hay que promover. Cuando son los niños y los jóvenes los que se activan para acceder desde casa a los aprendizajes propuestos en el aula, o a otros aprendizajes relacionados con ellos, se produce una simbiosis excelente entre educación escolar y familiar, un sinónimo claro de éxito formativo.

      En la actualidad, se habla a menudo de las flipped classrooms o «clases invertidas» como una herramienta innovadora. Ciertamente lo es, y está muy vinculada a las prestaciones que hoy ofrece la tecnología. La clase invertida es un enfoque pedagógico en el que la instrucción (la clase magistral) se realiza fuera del aula, y el espacio de trabajo en la clase se aprovecha para realizar actividades que impliquen un proceso cognitivo de mayor complejidad. A los alumnos se les propone que estudien y preparen las lecciones lejos de la clase, que accedan en casa a los contenidos de las asignaturas para que, posteriormente, hagan los deberes en el aula, de forma que se puedan debatir, acompañar o compartir con los docentes si es necesario. No obstante las numerosas bondades de esta metodología, las flipped classrooms no suponen ninguna mejora en relación al tema que nos ocupa. Los estudiantes siguen teniendo que dedicar tiempos elevados de trabajo en casa para atender a las tareas escolares. En mi opinión, representa una propuesta excelente para incorporarla de forma habitual en la dinámica de aprendizaje dentro del aula. La utilización de tutoriales, propios o elaborados por otros, sobre contenidos procedimentales o teóricos permite que el alumnado acceda a estos contenidos según sus necesidades individuales, y que lo pueda hacer tantas veces como le convenga para alcanzar el aprendizaje propuesto. A los jóvenes de hoy, esta forma de aprender no les resulta nada extraña, acostumbrados a encontrar en YouTube la respuesta a cualquier interés o aprendizaje que los motive.

      LA EDUCACIÓN ACTIVA ES UNA EDUCACIÓN SOFT

      Sería tan erróneo afirmar que toda innovación es una mejora educativa como asegurar que la escuela tradicional no tiene lugar en la escuela actual. Ciertamente, bajo la pátina de educación innovadora también se descubren centros con proyectos poco definidos y de baja calidad educativa. La innovación, como la tecnología, no son propósitos por sí mismos, sino instrumentos al servicio del aprendizaje y de sus objetivos. No se trata de elegir de forma maniquea entre blanco y negro, entre tradición y modernidad, entre bonito y riguroso, sino de una transición sincrónica, indispensable para adecuar la educación al avance del mundo en que vivimos como ciudadanos y trabajadores plenos.

      Como intentaré detallar más adelante, es la escuela tradicional la que ha fundamentado muchas de las riquezas metodológicas que la educación actual cree propias del nuevo paradigma formativo. Desde un enfoque argumentativo, esta herencia no ha de llevarnos ni a validar cuanto para la educación ha tenido sentido hasta ahora, ni a tener que prescindir de todo aquello que no se considera moderno. De la escuela tradicional no podemos perder el humanismo, el valor de la cultura, la importancia del respeto, la comunicación o la lectura, por ejemplo. Es un momento clave para formular las preguntas adecuadas y revisar aquello que hacemos, ser capaces de poner en valor cuanto haya que mantener y cuestionar lo que se tenga que volver a pensar.

      Todavía hoy la educación tradicional proporciona una cierta seguridad y comodidad. Todo queda dentro de una caja que todo el mundo reconoce, elaborada por la propia experiencia de haber sido estudiante. Durante mucho tiempo, la percepción de la innovación educativa ha seguido la tendencia opuesta a la que de forma colectiva hemos tenido con la tecnología. Hoy, nuestra sociedad mantiene una actitud completamente consumista de la tecnología, percibida como algo positivo que merece la pena tener. Adquirir el último dispositivo tecnológico nos da seguridad, poder y autoestima. Como llevar la ropa de la nueva temporada o conducir un coche recién salido del concesionario. En cambio, con la educación esta percepción se invierte. Durante mucho tiempo las escuelas que hemos apostado por la innovación hemos sufrido la etiqueta de escuelas hippies, activistas o soft. Mientras que llevar un iPhone 12 en el bolsillo nos hace más poderosos, que una escuela desarrolle nuevas propuestas educativas y de respuesta a retos tan actuales como el acoso, la disrupción tecnológica o la motivación todavía nos genera inseguridad.

      En numerosas ocasiones me he encontrado con que debía rescatar la innovación educativa del argumento, a menudo poco fundamentado, de que los alumnos de estas escuelas carecían de suficiente nivel. Una valoración fake en toda regla que con frecuencia se basa en percepciones de muy baja credibilidad. Primero de todo, sería conveniente definir nivel. Es común comparar a nuestros hijos con los vástagos de amigos o conocidos que asisten a otros colegios. Lo más habitual es hacerlo a partir de conocimientos lingüísticos y, sobre todo, comparando los algoritmos matemáticos que se trabajan en un mismo curso: «Mis hijos ya leen», «Los míos están aprendiendo la tabla del 6», «Uy, pues los míos dicen que juegan todo el día, pero todavía no han hecho raíces cuadradas».

      No vale engañarse. Hay que recordar que un 17,9 % de los alumnos de un modelo educativo mayoritariamente tradicional es considerado un error del sistema: fracaso escolar, alumnos que abandonarán prematuramente los estudios porque no les encuentran sentido. Al partir de una realidad tan preocupante, tenemos margen para arriesgar innovando. Con franqueza, conseguir peores resultados no será fácil.

      El rigor y la exigencia no tienen nada que ver con renovar los objetivos o las metodologías, sino con los condicionantes de la cultura educativa que los rodea en el proceso de aprender. Se puede ser tanto o más exigente en la demanda de calidad y rigor en una escuela activa y transformada como en la más estricta de las escuelas tradicionales. Pero es cierto que, dentro de esta transición educativa, el centro de gravedad del rigor también se ha desplazado. Mientras que en la escuela tradicional era sobre todo externo, con una motivación extrínseca impuesta a veces con cierta severidad por la misma institución y compartida por el modelo de sociedad, que asociaba éxito formativo con éxito laboral, social y personal, la escuela actual ha perdido dicha argumentación,

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