Скачать книгу

personalidad del niño, de forma que este asocie a largo plazo miedo con aprendizaje, llegando incluso a provocar un mayor rechazo a aprender en el futuro. Aunque pueda parecer extraño, estas conductas todavía son habituales en los centros educativos, de forma especial en secundaria y bachillerato, donde el miedo se reviste de selectividad o de boletín trimestral. Por supuesto, no pretendo aportar una visión naif de la gestión de la autoridad. Aunque de la autoridad hablaremos en un capítulo posterior, pensemos simplemente en nuestros puestos de trabajo. ¿En qué dinámicas somos más productivos? ¿En aquellas donde se trabaja con gritos, autoritarismo y miedo a ser despedidos, o en ambientes de trabajo saludables de compañerismo, con liderazgos positivos, exigentes pero estimulantes? Estas mismas preguntas las tendríamos que trasladar al contexto escolar. Como sostiene David Bueno, existen otras muchas emociones que ayudan a aprender, como la alegría o la sorpresa, emociones que hay que estimular en nuestros niños para que aprendan y crezcan con buena salud emocional y con confianza.

      EL SILENCIO ES SINÓNIMO DE APRENDIZAJE

      Tradicionalmente, se asocia silencio con aprendizaje de calidad. En mi época pretecnológica, el espacio icónico de aprendizaje era la biblioteca. Allí se iba a estudiar. El silencio era, y todavía es hoy, sinónimo de aprendizaje. Aunque yo mismo escriba estas líneas escuchando a The Cranberries, comprendo que un buen silencio puede ser indispensable para aprender, escribir o pensar. Pero los formatos relativos al aprendizaje pueden ser muy diversos y no iguales para todos los niños o adultos, claro está. La neurociencia confirma que aprendemos mediante la interacción social, de forma que la organización del aprendizaje tendría que ser altamente social. En un aula donde se trabaje con una dinámica cooperativa efectiva se pueden promover aprendizajes muy significativos, aunque en ella se conviva con ciertos niveles de ruido. Con el ruido adecuado también puede construirse conocimiento de calidad.

      En relación con la mayor parte de las metodologías que van calando cada vez más en nuestras aulas, hay que prestar mucha atención a la gestión del sonido, encontrar el encaje idóneo entre ambiente de trabajo y ruido. Nuestra cultura no ayuda en este sentido. Nuestras aulas a menudo son un nítido reflejo de lo que ocurre en nuestros restaurantes, transportes públicos o espacios de ocio. En muchos países, el tono adecuado es un hábito mejor instaurado, como lo es no cruzar en rojo, pagar los impuestos o dimitir ante una gestión inapropiada de los poderes públicos. En algunos países europeos es habitual entrar en un vagón y encontrarlo silencioso. En el nuestro, no es lo más frecuente.

      En contextos de aprendizaje activo, resulta indispensable dedicar tiempo y esfuerzo a garantizar desde el principio rutinas de tono adecuado de trabajo y dinámicas ágiles para que en el aula se guarde silencio cuando sea necesario. Hay que ejercitar con intensidad esta dinámica si se quiere optar por espacios de trabajo compartidos que sean activos y a la vez saludables y respetuosos. Adoptar normas, señales o cualquier otro ritual para interrumpir el trabajo de los equipos o regular el nivel de sonido será fundamental. En la red se encuentran numerosas rutinas y herramientas de gestión que pueden ayudar a conseguir un buen tono y un buen hacer en el aula.

      No existen metodologías que funcionen siempre ni para todos. Cada cerebro aprende de modo distinto, interpreta los mismos contextos de aprendizaje de forma diferente. Cuanto más variada sea la oferta de métodos de aprendizaje con la que el alumnado pueda experimentar, más sencillo será que cada estudiante descubra los formatos que mejor se ajustan a su personalidad para aprender.

      SE DEBEN REDUCIR LAS RATIOS EN EL AULA

      Una demanda recurrente de sindicatos y de una parte importante del cuerpo docente es la reducción de las ratios del aula. Ciertamente, desde una perspectiva vertical del aprendizaje -la que se basa en enseñanzas que llegan al alumno sobre todo desde la acción docente-, disponer de menos alumnos permite una más fácil, que no mejor, gestión del aula y posiblemente una mayor atención individual. Para profundizar en esta idea me parece necesario introducir dos interrogantes: el fuerte coste económico que supone reducir la ratio de alumnos por aula, ¿es la inversión más eficiente para el objetivo de mejorar los aprendizajes? Y por otro lado, ¿cuáles son los efectos, en la dinámica de relación y de modelado de las aulas, de contar con grupos más reducidos de alumnos?

      Una vez más, será importante buscar fundamento a lo que muchas veces no suele ser más que una mera impresión. Según el profesor e investigador John Hattie5, el efecto de reducir la ratio de alumnos por clase de 25-30 a 15-20 es de un 0,22. El efecto es francamente bajo, comparable con otras medidas notablemente menos costosas, como por ejemplo organizar grupos flexibles (0,25) o practicar la atención plena en la escuela (0,29), valores muy por debajo de los de la organización de grupos cooperativos (0,59) o la utilización de una evaluación formativa (0,90).

      Los resultados PISA no avalan tampoco una correlación entre la medida de las aulas y el rendimiento. En España, la cifra media de alumnos por aula en primaria es de 20,1, una cantidad inferior a la de la OCDE (21,3) y muy parecida a la de la Unión Europea (19,9). Las diferencias que se observan en los resultados obtenidos no parecen derivar tampoco del tamaño de las aulas.

      Desde la perspectiva docente, está claro que un mayor número de alumnos por aula implica más gestión y menos tiempo para diseñar procesos de enseñanza-aprendizaje. Menos estudiantes supondría corregir menos (aunque una dinámica más autónoma del alumnado permita incorporar a este en la autocorrección), ofrecer más atención a las familias o atender mejor al estudiante que lo requiera, y posiblemente facilitaría la gestión del aula. Personalmente, no comparto en absoluto que la solución pase por reducir las ratios del aula. Si se opta por incrementar la inversión en educación, sería notablemente más eficiente aumentar las plantillas de los equipos docentes y promover la codocencia o multidocencia, estructuras que sin duda permiten alcanzar los mismos efectos que con la reducción de ratios, al disminuir la carga docente en el aula, pero que a la vez, como ampliaré más adelante, aportan otras muchas ventajas que impactan de forma notable y más efectiva sobre el aprendizaje y el acompañamiento de los alumnos.

      No podemos perder de vista que la efectividad de disponer de una u otra ratio en el aula está directamente relacionada con la dinámica de enseñanza-aprendizaje que se proponga. La ratio de alumnos en China es de cincuenta alumnos en las aulas de secundaria y casi de cuarenta en primaria, y curiosamente obtienen los mejores resultados mundiales en las pruebas PISA. En aulas transmisivas, donde el docente imparte de forma sistemática clases magistrales con un fuerte componente autoritario (en el sentido latino de auctoritas, esto es, del que sabe), la ratio de alumnos será prácticamente irrelevante. Este es el motivo principal por el que todavía hoy en algunas universidades se pueden encontrar gradas de sillas fijas donde un número elevado de alumnos escuchan las explicaciones del profesor. En ningún caso pretendo desvalorizar las clases magistrales, todo lo contrario. En las escuelas hay grandes oradores a los que se agradece escuchar y que pueden estimular al estudiante e involucrarlo en el aprendizaje mucho más que algunos docentes de aulas más activas. Pero el problema de una clase universitaria en que las sillas están sujetas a una grada es que no admite ningún otro formato de aprendizaje. Un aula con una ratio muy baja tampoco permite otras combinaciones u organizaciones del alumnado. Por el contrario, en un aula con un número superior de alumnos en la que se trabaje con modelos de docencia compartida se habilita a los docentes para que puedan diseñar, si lo creen pertinente, diferentes agrupaciones y ratios, según cuales sean las necesidades del proceso de enseñanza-aprendizaje que hayan planificado.

      Tampoco podemos perder de vista los efectos sociales de las aulas con ratios bajas. Si no se establecen dinámicas de trabajo abiertas, donde los alumnos interactúen y aprendan de forma habitual con estudiantes de otros grupos o cursos, las dinámicas del aula se pueden empobrecer o deteriorar. Me refiero a que, si se reduce el número de alumnos por clase, pero se mantiene una dinámica de trabajo encerrada en el propio grupo, se empobrecen las relaciones sociales y la oportunidad de establecer otras potencialmente positivas (además de que puede generarse cierta endogamia relacional que no siempre es la más adecuada para establecer vínculos saludables en la dinámica afectiva del grupo-clase). En suma, según las evidencias de que se dispone, reducir las ratios no aporta una mejora significativa de los aprendizajes,

Скачать книгу