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el examen. Es lógico, puesto que durante generaciones el libro de texto ha monopolizado el aprendizaje. Pero en una sociedad donde la adquisición de conocimientos mecánicos y memorísticos ha pasado a un claro segundo plano, es indispensable revisar la necesidad de almacenar información. Si algo nos ha proporcionado el siglo XXI ha sido el acceso ubicuo a la tecnología, que nos permite disponer de la información en cualquier lugar y momento. La educación actual debe ayudar a los niños a aprender a transformar esa información en conocimiento. Por lo mismo, resulta necesario educar para la innovación, no para la repetición.

      EL CURRÍCULO DEL SIGLO XXI

      Hoy en día, el currículo es extenso y por lo general superfluo, con muchos contenidos, academicista y desglosado en compartimentos estancos, lo que limita el valor de las habilidades sociales y emocionales y se adecúa poco a las necesidades reales del mundo actual. En este contexto, tendríamos que replantearnos la finalidad de la educación, cuáles son sus verdaderos propósitos. Una escuela que podamos considerar avanzada ya no puede ser solo un espacio donde se transmiten conocimientos, sino que además tiene que promover un currículo basado en el desarrollo de competencias y articular los conocimientos para que estas progresen. Un currículo abierto, globalizado y flexible como el mundo real, con todos y para todos, garantizando la inclusión, la equidad y la calidad. Una expresión muy utilizada en los informes PISA es que «lo más importante no es lo que sabes, sino lo que puedes hacer con lo que sabes». Hoy, desde cualquier entorno profesional y personal, disponemos de múltiples posibilidades para acceder a la información. Muchos procedimientos hasta ahora manuales se hallan en proceso de digitalización, y las profesiones y las relaciones laborales y sociales vinculadas a ellos están cambiando a gran velocidad. El objetivo de la escuela es que los niños sean capaces de trasladar a otros contextos la capacidad que han desarrollado para aprender, y al mismo tiempo que sepan utilizar tal habilidad durante toda la vida: lo que se llama lifelong learning, el hábito de aprender durante toda una vida. Probablemente, la previsible prolongación de la esperanza de vida comportará a su vez la de nuestras vidas laborales, por lo que aprender a lo largo de toda la vida no solo será útil, sino también imprescindible.

      La estabilidad característica de la generación anterior se ha transformado en una dinámica de cambio exponencial. Probablemente, los niños que apenas han iniciado su escolaridad cambiarán entre quince y veinte veces de trabajo a lo largo de su vida, y se encontrarán con que entre un 20 % y un 40 % de las profesiones actuales se ha transformado de forma radical o sin más ha desaparecido. ¿Recuerda el lector cómo era su vida cotidiana en el año 2000, justo en el cambio de milenio? ¿Qué moneda utilizaba? ¿Quién gobernaba? ¿Quién era el presidente del Barça o del Real Madrid? ¿Tenía móvil? ¿Tenía internet? ¿Con qué máquina tomaba fotografías? ¿Qué hace ahora que antes no hubiera podido hacer? ¿En qué ha cambiado su día a día con la presencia permanente de la tecnología? Vivimos en un mundo global y mutante, y cada vez lo será más. Los niños que inician ahora su escolaridad obligatoria probablemente alcancen a ver el siglo XXII. ¿Cómo afectará el tsunami tecnológico a sus vidas? La sociedad en la que vivirán, ¿someterá la tecnología al servicio de las personas o será al contrario? Lo que aprendan en la escuela, ¿lo podrán utilizar en este mundo líquido y cambiante?

      Es cierto que muchas preguntas son de respuesta incierta, pero de lo que estamos seguros es de que el argumentario que a menudo daba sentido a la educación de la generación anterior hoy ya no rige. A muchos de mi generación se nos repitió en casa y a menudo en las aulas que debíamos estudiar para aprobar, y así conseguir un título que nos permitiera acceder a la universidad y obtener más tarde un trabajo bien considerado. Además, influenciados a menudo por la profesión de nuestros padres (la mayor parte de madres no trabajaba), nos imaginábamos en una única empresa u organización para toda la vida o casi, en la que progresaríamos poco a poco y mejoraríamos nuestros ingresos. Hoy, este argumentario parece extraído de una película romántica inverosímil, pero para muchos de nosotros fue un mantra recurrente a lo largo de toda la escolaridad. Un discurso antiguo que todavía resuena a veces por alguna que otra aula.

      Incluso los estudios más conservadores apuntan que entre el 10 % y el 50 % de los trabajadores actuales en todo el mundo se verá afectado por la nueva oleada de automatización. Es cierto que en las últimas décadas por cada puesto de trabajo que desaparecía se creaba otro vinculado al nuevo cambio. Pero la introducción de la inteligencia artificial en el proceso de automatización provocará un salto como mínimo preocupante relativo a la sustitución de las personas en los procesos de producción y creación. La capacidad de aprendizaje que desarrolla la tecnología no solo la capacitará para automatizar actividades humanas, sino que le permitirá tomar decisiones y emular el pensamiento lógico-racional, dos habilidades que hasta ahora creíamos estrictamente humanas. El mercado laboral también es mucho más volátil. Una gran empresa que entraba en el índice de Standard & Poor’s de Estados Unidos permanecía en él cuarenta o cincuenta años de media. Hoy, el promedio de longevidad está entre diez y quince años. Las transformaciones sociales, económicas, tecnológicas e incluso políticas que vive nuestra sociedad han modificado innumerables estructuras que hasta hace muy poco parecían inmunes al paso del tiempo. Ni consumimos, ni trabajamos, ni nos relacionamos como lo hacíamos pocos años atrás. La educación no puede ser ajena a este proceso de cambio exponencial. Así como sería extraño que alguien recuperara la máquina de escribir, el correo postal o el papel de calcar, no tiene mucho sentido que ahora que podemos acceder a una ingente cantidad de información, en las escuelas sigamos utilizando el libro de texto y la memorización como ejes del aprendizaje, y al docente como proveedor principal del conocimiento. La escuela tiene la responsabilidad de ofrecer a niños y jóvenes los recursos que les permitan afrontar su futuro con las máximas garantías y oportunidades para progresar personal, profesional y cívicamente en la sociedad en la que viven.

      Cada vez son más las empresas y organizaciones que a nivel internacional fundamentan sus procesos de selección a partir de competencias y no de titulaciones. Procesos en los que adquieren valor las soft skills («competencias débiles») como, por ejemplo, la creatividad, la resiliencia, la capacidad de trabajar en equipo, la gestión del tiempo o la adaptabilidad. El verdadero currículo de una buena educación de calidad también tiene que centrarse en estas habilidades de primer orden. La educación no solo persigue un propósito intelectual, sino que aspira al desarrollo en todas las dimensiones. En Sadako, hacia el año 2005 acordamos sustentar todo el aprendizaje propuesto en la escuela sobre el esqueleto de las siete C del aprendizaje: la Comunicación, la Creatividad, la Cooperación, el pensamiento Crítico, el Compromiso, la Curiosidad y la Ciudadanía. El objetivo es revalorizar estas competencias, que consideramos indispensables para la sociedad.

      Un obstáculo para tomar conciencia de las necesidades reales de los contextos laboral y social de hoy es que, en general, los equipos docentes de las escuelas -y en muchos casos también de las universidades- tenemos muy poca experiencia en espacios de trabajo que no sean la propia docencia. Prácticamente la totalidad de los maestros de infantil y de primaria ha cursado el grado de magisterio y no han conocido otros ámbitos profesionales más allá del docente, desarrollándose en lo profesional como profesores o capacitándose como alumnos. En secundaria y bachillerato se produce una situación similar. Un gran porcentaje de docentes disponemos de una titulación que acredita supuestos conocimientos en un área en la que en muchos casos nunca habrá ejercido. En ambos casos, los estudiantes que han logrado acceder a un puesto en el cuerpo docente tendrán que haber acreditado competencias de memorización, concentración y estudio, a su vez indispensables para conseguir la titulación requerida para llegar a la docencia. Una especie de bucle donde los más hábiles en este entorno son los que llegan a impartir una docencia que probablemente fundamentarán en lo que a ellos mismos les funcionó.

      Desde esta experiencia de éxito personal tan contundente, no es sencillo comprender bien los cambios que se producen en los entornos laborales, ni las competencias que hoy necesitan nuestros jóvenes para afrontar el futuro con garantías. La endogamia profesional en el mundo universitario y docente en general aleja al sector de la realidad social y profesional que lo rodea, y de alguna manera dificulta que el sistema disponga de una mirada disruptiva, clave para analizar con objetividad hacia dónde debe evolucionar la

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