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el intercambio gaseoso entre el organismo y el ambiente exterior: la sangre toma oxígeno del aire y cede dióxido de carbono. Este proceso se realiza más en concreto en los alvéolos pulmonares, que se encuentran al final de los bronquiolos, que son las últimas ramificaciones de los bronquios.

      Los pulmones tienen una forma piramidal y una estructura esponjosa. Como se puede ver en cualquier libro de anatomía, los pulmones están protegidos por la caja torácica, que es una estructura esquelética formada por el esternón, las costillas y, por detrás, la columna vertebral.

      Las costillas participan activamente en la respiración y en la fonación. Salen de la parte posterior de la columna y se unen al esternón. Las costillas se componen de doce pares, y las cinco más inferiores son las que más se expanden. De estas cinco últimas, las tres primeras (las números 8-10) no están unidas directamente al esternón, sino mediante un cartílago, y se llaman falsas costillas. Los dos últimos pares están libres en la parte más lejana a la columna, y se denominan costillas flotantes. Por tanto, cuando se inspira, estas últimas costillas se desplazan hacia fuera, y consecuentemente la caja pulmonar se ensancha. Los pulmones no tienen movimiento por sí solos, sino que este es ocasionado por el diafragma.

      Los músculos que participan en la respiración se clasifican en dos grupos: los músculos de la inspiración o elevadores, que son los que favorecen el leve movimiento de las costillas hacia fuera, y con ello el ensanchamiento de los pulmones, y los músculos de la espiración, que efectúan el movimiento contrario, es decir, hacen descender las costillas a su posición natural.

      Dada la complejidad que supone detenerse en todos esos músculos, solo se hablará a continuación del diafragma, el músculo más importante para la respiración.

       El diafragma

      Por su constitución, el diafragma es un músculo ancho, aplanado y delgado, colocado en forma de bóveda, separando la cavidad torácica de la cavidad abdominal.

      Tiene forma de cúpula, algo cóncava en la cara superior y convexa en su cara inferior. Por encima de él se encuentran los pulmones, y por debajo, las vísceras abdominales.

      Durante la inspiración, la cúpula diafragmática desciende, empujando las vísceras abdominales hacia abajo, para permitir así que entre más aire a los pulmones. Con la espiración, recupera su posición normal, con lo que se facilita la salida del aire.

      El diafragma controla el nivel de presión necesario para que el aire haga vibrar las cuerdas vocales a su paso. Cada persona puede dominar el movimiento diafragmático a la hora de cantar o hablar, y coordinar la entrada y la salida del aire con la emisión de la voz.

      En una inspiración pasiva, el diafragma desciende aproximadamente 1,5 cm; sin embargo, cuando la inspiración es más profunda puede llegar a desplazarse hacia abajo hasta unos 10 cm. En el caso de los cantantes profesionales, sobre todo los de ópera, la dilatación de este músculo es mayor aún.

      Con la espiración, las costillas flotantes vuelven a su estado natural, así como el diafragma, que sube a su posición superior, y se cierra así el ciclo de la respiración.

      Este aparato lo constituyen la laringe, la faringe y la boca, que participan en la emisión de la voz, además de ejercer también la función respiratoria.

       La laringe

      El principal órgano para la fonación es la laringe. Posee la forma de cono vacío, cubierto interiormente por una mucosa, y ubicado en la parte media y anterior del cuello. La laringe está compuesta esencialmente por cartílagos unidos entre sí mediante ligamentos y músculos que le facilitan la movilidad (figura 3.1).

      En la parte superior de la laringe se encuentra el hueso hioides, cuya movilidad vertical resulta esencial para el funcionamiento natural de la voz. Este hueso está situado en la parte anterior del cuello, por debajo de la lengua, y tiene forma de herradura.

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      Los cartílagos que integran la laringe son los siguientes, enumerados de arriba abajo:

      • La epiglotis. Es el menos importante de todos estos cartílagos para la voz, ya que su función es impedir de manera automática que los alimentos penetren por la laringe o la tráquea durante la deglución. Cuando este sistema falla y partículas de alimentos o líquidos pasan a la vía aérea, habitualmente son expulsados mediante la tos, siempre y cuando no sean demasiado grandes.

      • El tiroides. Es el más grande de los cartílagos. Está formado por dos láminas que se fusionan en forma de pico en la parte anterior del cartílago, cubriendo la conocida nuez o manzana de Adán. Su tamaño condiciona la longitud de las cuerdas vocales, y por tanto el timbre más grave o más agudo de la voz de la persona. El movimiento del tiroides causa las modificaciones del tono de la voz, ascendiendo para producir sonidos más agudos, y descendiendo para producir sonidos más graves. Así, por ejemplo, con la articulación de la vocal I, el tiroides asciende, mientras que con la O o la U, desciende.

      • Los aritenoides. Son dos cartílagos triangulares que se prolongan hasta el músculo vocal, que constituye el esqueleto de las cuerdas vocales.

      • El cricoides. Tiene forma de anillo y es el cartílago situado en la parte más inferior de la laringe. Envuelve las cuerdas vocales.

      Todos estos cartílagos sirven para el buen funcionamiento de la parte más esencial de la laringe, que son las cuerdas vocales, o también llamadas pliegues vocales. No fue hasta mediados del siglo XVIII, en concreto en 1741, cuando el anatomista francés Antoine Ferrein descubrió que los diferentes tonos se producen en la laringe gracias a la vibración de las cuerdas vocales. A él le debemos también este último término, aunque lo cierto es que, más que cuerdas vocales, se trata de dos bandas de tejido muscular liso, o labios membranosos de color blanquecino, que tienen la cualidad de vibrar.

      Las cuerdas vocales (figura 3.2) se sitúan entre el cartílago tiroides, en su parte anterior, y los aritenoides, en su parte posterior, donde se articulan. El espacio que se encuentra entre los bordes libres de ambas cuerdas vocales se llama glotis, que es la parte alta de la tráquea. Por debajo y por encima de la glotis se encuentran, respectivamente, la subglotis y la superglotis.

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      Durante la respiración, las cuerdas vocales permanecen abiertas, y se cierran durante la fonación. Entonces, se produce una presión subglótica para que el aire venza esa resistencia. Se originan unas ondulaciones verticales del orden de un ciclo por segundo. La suma de estos ciclos determina la frecuencia fundamental o tono. A mayor velocidad de ondas, mayor altura tendrá el sonido, es decir, será más agudo.

      La altura del sonido también está condicionada por la longitud de las cuerdas vocales. En los hombres, las cuerdas vocales son más gruesas que en las mujeres, y por eso vibran más despacio, lo que determina una frecuencia más grave. A su vez, cuanto más separadas estén las cuerdas vocales, más grave será el sonido, y cuanto más juntas estén, más agudo será, ya que el aire debe pasar por un hueco más estrecho.

      Las dimensiones de las cuerdas vocales son muy variables en función de la edad y del sexo, pero orientativamente miden lo siguiente:

      – Infancia: 5-12 milímetros (mm)

      – Pubertad: 12-15 mm

      – Mujer: 14-18 mm

      – Hombre: 17-23 mm

      En

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