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lugar del occidente mexicano donde transcurre la vida pública y sus paisajes nacionales y locales, sus actores permanentes y de ocasión, que aparecen a lo largo de los textos y temas que aquí se presentan. Una estancia sabática en Barcelona en 2016 permitió establecer temporalmente el punto de observación en tierras catalanas, una estación de paso, digamos, internacional. Por supuesto, el orden de aparición de temas y hechos es arbitrario, un poco casual, un poco deliberado.

      Una buena parte de los textos aquí reunidos fue presentada en la sección “Estación de paso”, que cada dos semanas, durante poco más de siete años, leí en el programa matutino Señales de Humo que produjo durante más de una década la radio pública universitaria —Radio Universidad de Guadalajara—, y al que fui generosamente invitado a colaborar por su conductor, Alfredo Sánchez, desde mediados de 2009 hasta principios de 2016. Otros de los textos han aparecido publicados por aquí y por allá en revistas como Nexos, el extinto periódico Público, en el El Informador, en el suplemento Campus Milenio o en la revista electrónica Educación a Debate. Agradezco a los editores y coordinadores de dichas publicaciones su autorización para reunirlos ahora en forma de libro.

      Por último, pero no al último, agradezco el interés y apoyo de la Editorial Universitaria para la publicación de este libro. En especial, reconozco el profesionalismo y cuidado al que nos tiene acostumbrados Sayri Karp y su equipo en la elaboración de las publicaciones. Después de todo, la aparición de una obra siempre es producto, más que menos, de la combinación de la voluntad y el trabajo profesional con el “oscuro milagro del azar” al que se refería Thomas Wolfe.

      En algunos casos, los científicos se encierran en la torre de marfil de símbolos incomprensibles con el fin de alcanzar gloria y autoridad en virtud de su oscuridad, sin embargo, difícilmente pueden por largo tiempo hacer del genuino conocimiento científico, es decir, del conocimiento congruente con la realidad, un misterio.

      Norbert Elias, Conocimiento y poder

      El lugar lucía abarrotado, en una típica mañana de verano tapatío, una mañana fresca, lluviosa y nublada. La escuela secundaria pública número uno mixta Manuel Ávila Camacho era el escenario en el que cientos de jovencitos aguardaban con impaciencia el inicio de la ceremonia de graduación organizada por las autoridades del plantel. Como cada año, este era el día previsto para la entrega de diplomas y reconocimientos a los muchachos y muchachas que terminaban su tercer grado de secundaria, y que se convertía por rutina institucional en el día simbólico y práctico de despedida de la escuela que les había albergado en los últimos tres años.

      Mientras los familiares de los graduados se acomodaban donde podían (en los pasillos, las escaleras o en las canchas de básquet de la escuela), y los estudiantes eran distribuidos por los profesores en las sillas acumuladas en el centro del patio escolar, la música de Ray Conniff y de Ferrante & Teicher invadían a todo volumen el reciento a través de las bocinas instaladas en varias de las esquinas de los edificios. La escena era magnífica: música de elevador de los años sesenta sonando como ruido de fondo para una masa de estudiantes vestidos con toga y birrete que esperaban con inevitable impaciencia adolescente el inicio del festejo. Melodías de salón para amenizar bodas, restaurantes y reuniones familiares, acompañando la naturaleza inquieta de la bestia adolescente reunida en multitud en esa mañana húmeda en Zapopan.

      Como suele ocurrir en estos eventos, el inicio de la ceremonia comenzó tarde. Entre los bostezos de muchos estudiantes, el aburrimiento de sus familiares, con risas y carcajadas por todos lados, maestros, prefectos y directivos intentaban imponer algún tipo de orden a la masa. Gritos destemplados provenientes de gargantas en metamorfosis, cambiando de los tonos infantiles a los sonidos de los adultos, empujones, correteadas, pequeñas disputas por el espacio, por sentarse cerca de los amigos y amigas, formaban parte del paisaje ceremonial con el cual se llenaba el espacio de la secundaria. Poco después, al frente de los escolares, se sentaban uno por uno los integrantes del presídium, mientras que el maestro de ceremonias indicaba a los alumnos, sin mucho éxito, guardar silencio, conservar la cordura, y mantener las formas elementales de civilidad y cortesía para con los invitados.

      Los acompañantes eran también un espectáculo aparte. Padres de familia, hermanos, abuelos y amigos asistían al evento con la solemnidad de la ocasión. Hombres con traje y corbata, mujeres con vestidos elegantes, se confundían con papás, mamás o abuelos vestidos humildemente, que llevaban flores o regalos a sus hijos, algunos visiblemente emocionados con la ceremonia, otros aburridos, muchos indiferentes. Para matar el tiempo, algunos recorrían las instalaciones de la escuela de sus hijos, en donde, en el área de bodegas, un par de letreros colocados a la entrada de lo que en algún tiempo fueron seguramente salones escolares, tenían escritos un par de nombres en placas de bronce, que infructuosamente intentaron ser disimuladas con pintura blanca: “Aula Magna Fernando Medina Lúa 1970-1971” y “Aula Magna Hermenegildo Romo García, 1970-1971”. Dos expresidentes de la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG) asesinados en los enfrentamientos que a principios de los años setenta tuvo esa organización con miembros de la Federación de Estudiantes Revolucionarios (FER). Mientras que niños pequeños jugueteaban en pasillos y las canchas deportivas de la escuela, repentinamente dejaba de escucharse “Love is blue”, pues el locutor anunciaba el inicio del evento.

      La mesa principal estaba integrada por autoridades de la Secretaría de Educación del Estado, por los representantes de la sociedad de padres de familia de la escuela, por el director y, por supuesto, por el padrino de la generación 2009-2012. En la presentación de los curriculum de los personajes de ocasión destacaban, por su extensión, los del funcionario del gobierno estatal y el del padrino de la generación, que eran leídos a todo volumen y con grandilocuencia por el maestro de ceremonias. Los asistentes pudieron darse cuenta de que el representante de la Secretaría de Educación no sólo era egresado de la misma secundaria, sino que, además, fue profesor en ella, abogado durante 20 años del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y ahora máximo funcionario de las escuelas secundarias de Jalisco. El padrino de la generación, por su parte, fue presentado también como profesor de esa secundaria, pero sobre todo como miembro del Comité Ejecutivo Nacional del SNTE, un “compañero comprometido con las causas docentes del profesorado”, y gran amigo del director y del funcionario estatal, con todos los méritos de rigor. Como se sabe, en el extraño mundo educativo mexicano los empleados públicos se transforman sin mucho problema en autoridades, los profesores son convertidos en sus propios patrones; los directivos son también los dirigidos por la magia política dominada por las largas prácticas sindicales del sector. Tras quince minutos de presentación de los invitados, los ánimos estudiantiles parecían abatidos, mientras que los bostezos se expandían silenciosamente por toda la escuela, ante la indiferencia de los invitados principales y del profesor que conducía el acto con el micrófono en la mano.

      Abajo, la bestia se veía inquieta, pero razonablemente (auto) contenida. Mientras que los birretes bajaban y subían de las cabezas de los estudiantes, muchas togas iban y venían al baño. Los teléfonos celulares estaban pegados a las orejas de muchos, mientras otros más tecleaban frenéticamente SMS quién sabe a dónde. Audífonos colocados discretamente transmitían música a la soledad de las cabezas de los adolescentes, mientras que algunos más intentaban mantener seriamente la atención en las palabras de los que hablaban al público con la solemnidad burocrática acostumbrada.

      Durante casi una hora, las autoridades pronunciaron el nombre de varias decenas de niñas y niños ahí presentes, que pasaron a recoger diplomas y reconocimientos sobre una infinidad de concursos, torneos y certámenes en los que habían obtenido primeros, segundos y terceros lugares; los mejores promedios del primero, segundo y tercer año; y las menciones especiales por dedicaciones y esfuerzos estudiantiles. Equipos completos de futbol y de voleibol pasaron a recoger sus medallas conmemorativas de torneos estatales y municipales. Uno por uno, las jovencitas y los jovencitos pasaban por su reconocimiento, saludando de mano a cada uno de los ocho integrantes instalados

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