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la moral nacional en época de angustia e incredulidad política. Las biopics constituían “una forma inteligente de recurrir a la historia para recordar al público que solo la fe en el individuo dotado de talento casi divino (la buena vieja creencia puritana según Calvino) debe prevalecer en todas las circunstancias sean buenas o malas” (Cieutat, 2006: 83).

      Las películas biográficas alentadas por la Warner presentaban diferentes formas de luchas individuales por el progreso, sea de las ideas contra el ciudadano inmovilizado, de la justicia contra la desigualdad o de la verdad contra la manipulación ideológica. Por lo general, el género biográfico en aquella época de poscrisis presentaba personalidades como Émile Zola (The Life of Emile Zola, 1937), Louis Pasteur (The Story of Louis Pasteur, 1936), Florence Nightingale (The White Angel, 1936), Benito Juárez (Juárez, 1939), Paul Reuter (A Dispatch from Reuters, 1940), Paul Ehrlich (Dr. Ehrlich’s Magic Bullet, 1940) –todos films de William Dieterle– que debían hacer frente a entornos adversos y eran portadores de una visión positiva de defensa de los valores de la democracia y la fuerza de voluntad del individuo. Como afirma Fontanel (2016):

      El género ha tenido siempre la capacidad de abrazar los movimientos sociales de su tiempo. Esta es una de las grandes características que ofrece (y por primera vez de manera sostenida en los años 30): “películas que estimulan a los espectadores, en lugar de adormecerlos frente a las realidades de la vida”. Una frase de William Dieterle, cineasta que contribuyó al desarrollo de películas biográficas en el seno de la Warner, permite captar el eslogan de la firma: “Good films, good citizenship”, los buenos films hacen buenos ciudadanos.

      Para los estudiosos del género, centrados en la producción hollywoodense, luego de la Segunda Guerra Mundial ocurre una inflexión en este tipo de narraciones históricas centradas en la vida de una persona. Como apunta Raphaëlle Moine (2011: 24): “Después de la guerra son los personajes creados por el mundo del espectáculo los que cobran protagonismo”. Para Steve Neale (2000: 61), el cambio se explica por el hecho de que “la película antes de la guerra tiende a dirigirse a las audiencias como ciudadanos, mientras que la biopic de la posguerra apela a los ciudadanos como consumidores de la cultura popular”. Por lo tanto, comienzan a producirse y extenderse las películas sobre deportistas, artistas y emprendedores.

      Hoy en día, la biopic es un género cinematográfico que se distingue por la diversidad de historias de vida que propone. Desde Cleopatra –hay una nueva versión, actualmente en rodaje, a cargo de Denis Villeneuve a partir de la novela biográfica de Stacy Schiff– a Steve Jobs (Danny Boyle, 2015), de Mohamed Ali en I am Ali (Clare Lewins, 2014) a Virginia Woolf en Vita y Virginia (Chanya Button, 2018), de Tolkien (Dome Karukoski, 2019) a El Potro (Lorena Muñoz, 2018), del futbolista brasileño Heleno (José Henrique Fonseca, 2011) a The Lady (Luc Besson, 2011) sobre la vida de Aung San Suu Kyi, la primera mujer asiática en ganar el Premio Nobel de la Paz… las biopics ofrecen una pluralidad de historias y tratamientos tanto para redescubrir personalidades ilustres como para descubrir pequeños gestos llenos de grandeza en la intimidad cotidiana de una vida que merece ser contada. El género adquiere una diversidad que permite reflexionar en busca de determinadas constantes. Junto a las vidas novelescas de personajes remotos hay homenajes a personajes públicos actuales, retratos cercanos y miradas personales de realizadores consagrados sobre los personajes históricos.

      La biopic como un lugar de anclaje para el espectador: “Estuve allí”

      Sin ánimo de agotar el tema, con este libro buscamos reflexionar sobre el estatuto de la biografía fílmica como discurso sobre la historia y su significación para la historiografía contemporánea. También procuramos entender este fenómeno que irrumpe con fuerza en nuestros días y con aceptación indiscutida del público.

      Las biografías hablan tanto del personaje y del pasado como del presente desde el que se construyen. En esta época donde se presenta lo que algunos dan por llamar posverdad, un territorio blando donde importan más las opiniones asociadas a las preferencias, a los sentidos, que el argumento, la evidencia y la razón; el mundo de las noticias falsas, la confusión informativa, donde somos un punto en el tejido de la red, las biopics actuarían como especie de brújulas, de asideros de verdad. Las películas biográficas constituyen certezas en un mundo creciente de dudas. ¿Cómo? Contribuyendo a la memoria que invita a mirar el pasado, a descubrir una identidad, lo que fue y es, en el mar tormentoso de lo que puede ser constantemente. Estas películas colaboran en la construcción de sentido que tal vez hará cobrar fuerzas para encarar la imaginación de un futuro: “La imaginación del porvenir es la primera víctima de la globalización” (Lorenz, 2019: 115).

      José Luis Sánchez Noriega (2012: 80) dedica un estudio al género y puntualiza lo siguiente:

      A lo largo de la historia del cine se aprecia una evolución de la biografía fílmica que presenta diversos tratamientos y niveles: la narración del conjunto de vida de la persona, convertida en protagonista absoluto tanto en la dimensión personal como profesional o pública; el relato/homenaje que da cuenta de la figura al margen de su vida; el retrato familiar o coral: crónica de unos sucesos donde se traza un retrato de personajes individuales o de un grupo significativo por su representatividad de la clase social, ideología, etcétera.

      Una parte significativa del corpus de películas elegidas y analizadas en este libro viene caracterizada por la condición de homenaje o “retrato entusiasta destinado a ponderar las cualidades humanas o sociales del personaje, cuya biografía estrictamente considerada queda en segundo plano” (Sánchez Noriega, 2012: 80). Porque efectivamente lo que importa no es el detalle particular –histórico–, sino justamente el universal –poético– que late detrás de los gestos y las acciones de los protagonistas. La poética es la que viene a contagiar cierta esperanza. Ante una película biográfica sería incorrecto preguntarnos si lo que muestra habrá sido de esa manera. La biopic nos abre una ventana a un mundo de referencias compartidas y nos permite decir: “También estuve allí”, ubica al espectador en posición de testigo, que podrá dar luego testimonio y archivar en su memoria un fragmento de la historia significativa no solo para recordar, sino también para reflexionar sobre su presente.

      Certeramente sentencia Paul Ricœur (2000): “Las dificultades del conocimiento histórico comienzan con el corte que representa la escritura”. Y continúa:

      La suerte de la representación del pasado se problematiza en primera instancia por el primer distanciamiento que constituye la inscripción en relación con el campo mnemónico. Sin embargo, este distanciamiento no es efectivo sino una vez instituido el archivo. En efecto, este es el terminus ad quem de una operación compleja cuyo terminus a quo es la primerísima exteriorización de la memoria tomada en su estadio declarativo y narrativo. Alguien se acuerda de algo, lo dice, lo cuenta y da testimonio de ello. Lo primero que dice el testigo es: “Estuve allí”. Benveniste nos asegura que la palabra testis viene de tertius; el testigo se erige entonces como tercero entre los protagonistas o entre la acción y la situación a la cual el testigo dice haber asistido sin necesariamente haber participado en ella.

      Siguiendo a Ricœur, este posible mecanismo de acreditación que genera el visionado de biopics abre la alternativa de la confianza. “Queda constituida así la estructura fiduciaria del testimonio”. El espectador/testigo –que ocupa en un segundo momento el lugar del productor/testigo– queda listo para reiterar su testimonio, el espectador/testigo lo considera una promesa referente al pasado. Parafraseando a Ricœur, la biopic va a proseguir su curso más allá de los testigos y sus testimonios. A falta de destinatario, se encontrará en la situación del texto “huérfano” del que nos habla Platón en el Fedro. Pero, cualquiera sea el grado de fiabilidad del testimonio, no tenemos nada mejor que él para decir que “ocurrió algo a lo cual alguien dice haber asistido”. Pero ¿ocurrió tal como se dice que ocurrió? “Es la cuestión de confianza, la prueba de la verdad” (Ricœur, 2000). La poética nos permite pues asegurar certezas.

      Una película que trate sobre la vida de un personaje “real” poco dista aparentemente de

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