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De la cultura al feminismo. Marcela País Andrade
Читать онлайн.Название De la cultura al feminismo
Год выпуска 0
isbn 9789874771865
Автор произведения Marcela País Andrade
Жанр Документальная литература
Серия Culturas Políticas
Издательство Bookwire
Esta pregunta, que de alguna manera dejo esbozada, se podría responder afirmativamente con la gestación de este libro colectivo. Las experiencias que se relatan en estas páginas demuestran las destrezas que desplegamos para DESAFIAR el orden del poder patriarcal/capitalista; DENUNCIAR las redes de poder opresivas y naturalizadas en las relaciones con nuestros cuerpos, sexualidades, deseos, colores y amores que se invisibilizan en las prácticas culturales cotidianas, laborales, amorosas y artísticas como formas de tensionar las políticas de reconocimiento con las de redistribución;3 y PROPONER –de manera disidente y diversa– experiencias, narrativas, juegos, contenidos, movimientos y formas de transformar en y desde las prácticas culturales y artísticas las relaciones sociales y la configuración de poder en y desde el campo de lo cultural.
A partir de la posibilidad de estar dando visibilidad de manera sistematizada a las experiencias que se relatan en este libro (y sabiendo que existen muchas otras) la pregunta que me hago es: ¿qué tienen para aportar las experiencias, “productos”, narrativas y/o prácticas culturales/artísticas gestadas por mujeres, disidencias, diversidades, colectivas y/u otrxs –en el marco de las demandas feministas contemporáneas– a la elaboración/evaluación de políticas culturales y su gestión?
La gestión cultural como campo de conocimiento
En consecuencia, con dicho interrogante, este escrito intenta descubrir las relaciones que se tejen entre los procesos sociales y las relaciones de poder, donde lo cultural se reconfigura como arena de disputa, con el Estado como su principal actor y la gestión cultural como campo de conocimiento. Es en este entramado donde la gestión cultural se revela en, al menos, dos dimensiones interrelacionadas para su desarrollo, cuyas líneas se esbozan a continuación.
Se espera que el campo de la gestión cultural se configure como un espacio político (no partidario) para –entre otras cosas– generar conocimiento crítico que resignifique e interpele sus propios ámbitos de acción: el profesional (Mariscal Orozco, 2012; Morales Astola, 2018) y/o laboral (Mariscal Orozco, 2012); el académico (Mariscal Orozco, 2012) y la vida cotidiana y la comunitaria (Morales Astola, 2018). Ante esto, quien gestiona cultura “debería” oscilar entre las cualidades de unx etnógrafx, unx curadorx, unx militantx y unx administradorx (Vich, 2018). Desde aquí, en el orden de lo cotidiano y lo comunitario se espera que la gestión cultural pueda identificar, reconocer, sistematizar, comprender y reconfigurar sentidos en y desde las acciones culturales/artísticas que desafíen las políticas culturales de turno. Y en el orden de las incumbencias profesionales, laborales y académicas, deberá poder visibilizar, teorizar y potenciar las diversas experiencias y/o prácticas culturales/artísticas que se proponen la transformación social (entre otras) para generar aportes epistémicos a las políticas culturales que las sostienen (País Andrade, 2016, 2017, 2018).
Por otro lado –para mí, fundamental–, este entramado complejo le exige al profesional de cultura poder entender las configuraciones del Estado donde desarrolla su tarea (niveles, actores, comunidad, redes, producciones de gubernamentalidad, localidad, nacionalidad, internacionalidad, etcétera) en vínculo con los estudios de “impacto” de las políticas públicas que naturalizan el binomio poblaciones/políticas o –por el contrario– lo tensionan, en tanto términos necesariamente implicados y en conflicto (Foucault, 1978). En otras palabras, la complejidad que plantea la actual comprensión de las políticas públicas en cultura requiere que problematicemos y/o deconstruyamos de maneras críticas esos “impactos”. Es decir, entender que las políticas públicas también se transforman en y desde los procesos sociocomunitarios de diversidad cultural/agencias que se van conformando en relación a las distintas maneras de (re)configurar desigualdades por medio de las diferencias (Quijano, 2007; Segato, 2015; entre otrxs). La interseccionalidad (Crenshaw, 1989) se torna entonces indispensable como herramienta teórica-metodológica para interpelar nuestras formas de hacer y gestionar cultura en el contexto actual. Para ello y siguiendo a Cris Shore, es necesario preguntamos: “¿qué quiere decir política cultural pública en este contexto? ¿Qué funciones tiene? ¿Qué intereses promueve? ¿Cuáles son sus efectos socioculturales? ¿Y cómo este concepto de política cultural pública se relaciona con otros conceptos, normas o instituciones dentro de nuestro país en particular?” (2010: 29).
Estas dos dimensiones analíticas enriquecidas entre sí (entender el campo de la gestión cultural como un espacio político y entender las configuraciones del Estado en donde desarrolla su tarea) nos permiten explicar (entre otras líneas de comprensión) por qué en la actualidad aparecen fuertemente enlazadas las acciones activistas/militantes que demandan y/o promueven derechos de las mujeres/diversidades/disidencias/no binaries/otres y las prácticas artísticas/culturales. Dichas vinculaciones toman visibilidad en los últimos años, pero no son específicas de la lucha feminista actual. (Si bien la “ola verde” de 2018 pareciera haber marcado un hito en la visibilización de las demandas de los movimientos de mujeres y los feminismos en la Argentina, muchas acciones son de larga data).4
Las experiencias artísticas de mujeres/feminismos/disidencias/diversidades/no binaries/otres: herramientas políticas para la gestión cultural
En Argentina, los años del macrismo (2015-2019)5 reconfiguraron política, económica y, socialmente, los sentidos de la gestión, interpelando los programas, proyectos y/o líneas de acción que se venían gestando y/o desplegando durante el período anterior (2003-2015). Dicho contexto se resignificó en el campo cultural en y desde la noción de emprendedorxs6 reivindicando así políticas de empoderamiento proyectadas por los organismos internacionales –Organización de las Naciones Unidas (ONU), Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), Banco Interamericano de Desarrollo (BID), entre otros7– que fueron profundizadas y desplegadas sin sentido crítico. No obstante, en esos años se fortalecieron los movimientos de la sociedad civil en pos de “resistir” y salvaguardar los derechos adquiridos durante los gobiernos “kirchneristas” (2003-2015).8 En este sentido, los grupos (in)visibilizados resultaron estratégicos como dispositivos de resistencia, lucha y/o transformadores de la realidad social (Igarzábal, 2019).
Dicho contexto es el escenario de la discusión en el Congreso de la Nación por una Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), que generó una fuerte visibilización de lo político de la sexualidad (Rubin, 1989). Lo mismo habían hecho en su momento la Ley 25.673 de Creación del Programa de Salud Sexual y Procreación Responsable (2002); Ley 26.150 de Educación Sexual Integral (2006); la Ley 26.485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los Ámbitos en que Desarrollen sus Relaciones Interpersonales (2009); la modificación del artículo 2 de la Ley 26.618 de Matrimonio Civil (conocida como ley de matrimonio igualitario, 2010); la Ley 26.743 de Identidad de Género (2012); y la Ley 26.842 de Prevención y Sanción de la Trata de Personas y Asistencia a sus Víctimas (2012); entre otras.
Así, movimientos de mujeres y feminismos como la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, el #NiUnaMenos (que si bien generó inimaginables adhesiones desde 2015 no provocaría la “brecha” paradigmática en torno al debate sobre sexualidades que sí generaría la discusión de la IVE) y el #MeTooArgentina, entre otros, fortalecieron y permitieron debates que venían dando personas aisladas que, en ciertos casos, no significaban específicamente sus prácticas y/o demandas como contenidos feministas (sobre todo mujeres, disidencias, trans, no binaries). Esto sumado a que organizaciones de mujeres, disidencias, trans, no binaries y/o colectivas feministas –en diferentes ámbitos– comenzaron a tomar visibilidad pública como fuerzas políticas9 y que fuerzas