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del razonamiento; las pasiones salen del corazón del ser esencial. No hay nada que un niño pueda aprender de verdad que no sea desde su interior. Realmente, ¿permitimos que esas pasiones se manifiesten? Hay niños que han ido a escuelas convencionales durante años y acaban recordando muy poco de lo que les enseñaron porque nada les interesaba ni lo necesitaban. John Holt ya lo decía: “Muy poco de lo que se enseña en la escuela se aprende, muy poco de lo que se aprende se recuerda y, por último, muy poco de lo que se recuerda se usa”. Un niño verdaderamente conectado y motivado podría aprender a los doce años una regla de tres simple en cinco minutos y recordarla el resto de su vida, porque él habrá encontrado el sentido de ese aprendizaje.

      El unschooling propone un aprendizaje natural o autónomo: nadie dirige al niño desde fuera para introducirle conceptos académicos en su cabecita, a no ser que sea él mismo quien muestre interés por algo en concreto o lo necesite. Los niños no son recipientes vacíos que hay que llenar. Solemos pensar que para aprender tiene que haber alguien que enseñe. Querer enseñar algo a alguien no es suficiente para que esa persona lo aprenda. Ya dijimos que el verdadero motor del aprendizaje es la curiosidad y la motivación intrínseca, y no el hecho de que alguien decida qué se debe aprender, cuándo y a qué ritmo; entonces, ayudar a aprender no es lo mismo que querer enseñar. El protagonista no es quien pretende enseñar, sino quien quiere, desea o necesita aprender. Unschooling significa respetar los procesos naturales de aprendizaje de los niños y, sobre todo, su ritmo intelectual y emocional.

      Un ejemplo de aprendizaje natural o autónomo es como los niños aprenden a hablar su lengua materna: absorben el modo en que su madre y demás adultos utilizan dicha lengua. Al estar expuestos a ella, la aprenden, por inmersión, no porque nadie se las esté enseñando. Hablar es la herramienta que utilizan para poder comunicarse y obtener lo que quieren o necesitan. Antes de poder hablar utilizaban el llanto, los gestos, el lenguaje corporal y ciertos sonidos. Cuando aprenden a hablar no están pensando: “Voy a practicar un poco más a ver si mañana me sale mejor”. Hablar es la herramienta que el niño necesita para comunicarse con las demás personas.

      Unschooling es confiar y saber esperar, ya que cada momento de aprendizaje verdadero llegará. A los adultos nos cuesta confiar en el verdadero potencial humano, ya que pocos confiaron en el nuestro. Aprender a confiar en que el niño es capaz de desarrollarse de manera autónoma es el gran desafío de los adultos.

      Los niños saben mejor que nadie lo que necesitan aprender para conseguir lo que quieren saber, y los padres y demás adultos deberíamos estar para darles, mostrarles, facilitarles y, si es necesario, enseñarles todas las herramientas necesarias para ese fin. La mirada no debería estar en qué tan bien hacen algo sino en qué es lo que están haciendo, qué les motiva, qué les interesa, qué les apasiona. Conseguir fomentar esas pasiones y no apagarlas debería ser la función real de la madre, del padre o de cualquier adulto acompañante; identificar dichos talentos es fundamental. Todos venimos con algo para ofrecer a la humanidad aunque muy pocos logremos hacerlo realidad.

      Algunos niños creen que no tienen talento ni pasión, que no valen, que no sirven para estudiar. Son niños adaptados, resignados, desconectados de su ser. Tuvieron que dejar de escucharse para obedecer y complacer a los profesores o a los padres. Dejaron de ser ellos mismos y reprimieron todo lo que tenían para ofrecer al mundo.

      ¿Cómo podemos recuperar a ese ser esencial escondido y dormido? Preguntando al niño o adolescente qué necesita, qué quiere, qué desea, qué podemos hacer por él. Intentando recordar qué es eso que nos pedía de pequeño y no escuchábamos: mirada, juego, conversación, amor, caricias, besos, atención, presencia, tiempo en exclusiva. Podemos empezar a dar hoy todo eso que antes no pudimos. Intentemos dejarle ser él o ella misma sin juzgar lo que hace, cómo lo hace, cuándo lo hace y a qué ritmo lo hace. Podemos interesarnos por lo que realmente le interesa. Y si está tan desconectado que parece que ya nada le interesa, podemos empezar a proponer sin imponer, a involucrarnos más en su día a día y hacer más cosas juntos.

      Lo más importante es respetar los ritmos internos de sueño, hambre, juego, silencio, movimiento. El niño necesitará tiempo y libertad para poder aprender a escucharse y a confiar en sí mismo. Necesitará de nuestra seguridad e intimidad emocional para poder confiar en nosotros y lograr abrirse de nuevo. Para tener acceso a nuestro ser, necesitamos conectar con la diversión, el juego, el placer, la motivación intrínseca, los intereses, los deseos y las pasiones. Y para ello, un niño o adolescente necesita saber que eso que desea o necesita es válido, correcto y aceptado por los padres y demás adultos referentes. Muchos adolescentes desconectados eligen estudios o profesiones por descarte, por el sueldo, por la salida profesional, por complacer a los padres, por las notas. Muy pocos saben quiénes son realmente y qué desean ofrecer o qué les gusta. Todos tenemos talentos y dones esperando ser vistos y esperando tener permiso para salir. Sin embargo, sin seguridad emocional no hay conexión emocional.

      En el proceso evolutivo y educativo estamos todos, no vale culpar a la sociedad o a las escuelas. Las escuelas son una necesidad social del adulto. Un niño no necesita de una escuela para aprender, crecer y desarrollarse. Necesita unos padres amorosos que lo aceptan y lo quieren por ser quien es; necesita de un entorno seguro e interesante para poder interesarse por la vida; necesita de otros adultos que acompañen dichos intereses y fomenten nuevos. En la primera infancia, lo único que un niño necesita es poder jugar y jugar. Ese es el diseño original. Si los niños tuvieran la libertad de hacer lo que más necesitan las veinticuatro horas del día, en la primera infancia se pasarían el día entero jugando; así es cómo aprenden sobre el mundo que les rodea. Mientras juega, el niño pequeño hace montones de conexiones, simboliza a través del juego todo aquello que no entiende de este mundo, utiliza su imaginación para reproducir vivencias que le producen miedo o ansiedad. El juego, si es libre y no dirigido por el adulto, puede llegar a ser muy terapéutico, sanador y, aunque a veces no nos lo parezca, es una de las mejores herramientas que tienen los niños para aprender casi todo.

      Como mejor aprende el niño es vivenciando y experimentando. El aprendizaje formal es muy teórico y muy poco real y natural. Hay niños físicos, musicales, manuales, creativos, mentales, naturistas. El psicólogo Howard Gardner ya nos ha hablado de las inteligencias múltiples y de cómo hay diferentes formas de aprender lo mismo. Hay niños que prefieren leer sobre los temas que les gustan; a otros les gusta ver un documental; hay quienes prefieren conversar o escuchar mientras alguien explica o lee; hay niños que necesitan hacer algo con sus propias manos para poder comprender mejor un concepto; hay niños que calculan mentalmente mejor que con lápiz y papel; a otros les ayuda utilizar materiales didácticos; hay quienes siempre utilizarán las calculadoras.

      Las asignaturas que se enseñan en las escuelas no son más que herramientas que algún día quizás necesitemos para obtener la información que nos interese. Si una persona en la vida real está leyendo un libro o viendo una película ambientada en la Edad Media o en cualquier otra época y quiere saber más sobre esa gente y cómo vivía, pues entonces leerá algo de historia. En la escuela se enseña al revés: se dan las herramientas antes de que el niño tenga una razón o el deseo de utilizarlas.

      Escribir es la herramienta que necesitamos para hablar sobre papel o sobre una pantalla. Primero hay que querer o necesitar decir algo y luego hay que tener alguien a quien poder o querer decírselo. Si no, escribir no tiene mucho sentido, ¿verdad? Aprender y querer aprender son inseparables. Aprender a escribir es cuestión de días, semanas, meses y, aunque se tarde más, el niño estará disfrutando mientras aprende porque lo desea, lo pide, le interesa, quiere y le encanta ver cómo va progresando y viendo que cada día necesita menos la ayuda del adulto. Enseñar a un niño a escribir antes de que muestre el menor interés por la escritura es también enseñarle que escribir es algo que debe hacer aunque no quiera, que es aburrido, difícil y pesado. ¿Qué necesidad hay de enseñar algo a un niño si él aún no lo ha pedido, ni lo necesita, ni quiere, ni ha mostrado ningún interés, si tarde o temprano va a aprenderlo de igual modo en su momento y con mucho más interés?

      Leer es otra herramienta para obtener la información que deseamos. Todos esos signos-letras dicen algo y también llega el momento en que un niño quiere empezar a descifrarlos.

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