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de la posguerra.

      Todo esto no se sabía así de claro. No resulta evidente si se acude únicamente a la prensa como fuente privilegiada para explicar un proceso histórico; y aun si pudiera decirse que un historiador acucioso pudo haberlo intuido, el hecho incontrastable es que hoy se sabe y se puede sostener, con base en documentos, que son distintos de la prensa, a la que en última instancia no descalifican ni anulan, sino que complementan, corrigen o completan en sus contenidos. Por añadidura, queda claro otra vez el rol de la prensa como agente de la historia. El editorial de la prensa mexicana contra la postura de neutralidad de Argentina, dirigido contra su canciller del momento, es solamente un ejemplo, entre múltiples, tanto en la prensa mexicana como en la argentina, de la forma en la cual periodistas y empresas periodísticas de ambas naciones se enfrascaron en la guerra de declaraciones y opiniones, que a su vez era reflejo de la guerra de sus gobiernos en el tema.

      La lección aprendida, cuando menos en lo que a un investigador concierne, es que hace falta saber cuando menos algo de historia, antes de ir a revisar, registrar, indizar, etcétera, contenidos de “periódicos viejos”, como dicen algunas veces los alumnos; y sobre todo hace falta que cuando todo esto se lleve a cabo, el investigador (académico o estudiante) vaya claramente advertido de que se está aproximando a una, y solamente una, de todas las fuentes posibles que le serán necesarias si de verdad quiere aproximarse a una mirada cuando menos un poco más integradora, completa y compleja, del hecho histórico que investigue. Desde luego, sin dejarnos dominar por la ansiedad del absoluto, por la ambición de lograr “el todo” de algo, por la soberbia de lo que se pretende como “la historia total”. Una cuestión es cierta, y es la de que podemos tener la certeza de que vale la pena intentarlo cuando sea posible, y que algo gratificante y útil se puede obtener a final de cuentas, sobre todo cuando se trata de procesos de docencia / investigación académicas.

      El resquicio de la historia cultural

      Como contraparte de esta perspectiva, existe una gran ventaja con la prensa, que realmente no tenemos con documentos oficiales o diplomáticos. La prensa nos abre también una veta riquísima cuando se trata de historiar con base en los que genuinamente son signos privilegiados de un contexto histórico específico, los testimonios y referencias que remiten a una serie de valores, usos y costumbres, modas, mitos, rituales y, junto con todos estos elementos inmateriales, toda una multitud de artefactos de la más diversa índole. Todos ellos, en conjunto, constituyen un complejo entramado, integrador del verdadero y más completo tejido de lo social. Existen en los testimonios periodísticos, por otra parte, indicios de la estrecha relación existente (y no siempre muy evidente) entre asuntos aparentemente banales y elementos de una infraestructura y superestructura reales, y efectivamente operantes e interactuantes (más que determinantes absolutos) con los factores constitutivos del tono de una vida cotidiana, del devenir que se expresa en los antes mencionados valores, rituales, mitos, usos y costumbres y artefactos, etcétera, mismos que es necesario recuperar cuando se trabaja en la historia cultural, en paralelo con la tradicional historiografía de corte político, diplomático o económico.

      De acuerdo a lo anterior, un historiador puede adentrarse en el mundo de las aristocráticas y tradicionales fuentes para la escritura de la historia (las constituciones, los edictos, los tratados, los comunicados oficiales y diplomáticos, las declaraciones, las actas, los manifiestos, etcétera), y no siempre, y a veces con mucha dificultad, se puede captar a plenitud, a través de esta clase de documentos, la mentalidad de una época, el tono de la cotidianidad, la textura y los matices de lo colectivo, de lo que remite a una vida social diversa y rica en sus manifestaciones, que se concretan en el imaginario de un momento.

      Pero hoy en día está claro que con todo y lo menospreciado que habían sido como fuentes para el historiador, las secciones de la prensa referidas a la publicidad, los deportes, los espectáculos, la cultura, la sociedad, etcétera, ofrecen también una opción no sólo curiosa o atractiva (aunque a veces juzgada superficial) que es necesaria, y por necesaria complementaria, a las fuentes de la historiografía de tono marcadamente político, diplomático o económico, que es a veces la que predomina tanto en la enseñanza como en la investigación. Las primeras solían hacer hincapié en los grandes personajes, en sus hechos, sus hazañas y en las fechas en que éstas fueron realizadas; la otra pone el énfasis en los modos de producción, las relaciones de trabajo, el valor de la fuerza de trabajo, los mercados y bienes de capital, la distribución de los bienes y productos de carácter económico, etcétera, y la manera en que los procesos de producción e intercambio de bienes y servicios determinan una estructura social y/o las relaciones sociales en ella.

      Lo cotidiano crea una serie de intersecciones entre los aspectos materiales e inmateriales de la vida humana, de lo social; y en su tránsito de lo público a lo privado, de lo individual a lo colectivo, y viceversa, tiene manifestaciones concretas en bienes y servicios, en productos de consumo colectivo, en necesidades, deseos y temores, que se expresan en hábitos de consumo, patrones de comportamiento y formas de entretenimiento que integran un todo susceptible de ser estudiado, junto con los considerados grandes personajes, las grandes ideas y los grandes procesos económicos, diplomáticos y políticos.

      Además, todos los elementos inmateriales, junto con los artefactos arriba mencionados, constituyen lo que propiamente conocemos como la cultura. Estos elementos de la cultura, patrimonio tradicional, sobre todo en sus inicios, de unas minorías privilegiadas, se convierten a continuación en productos o mercancías culturales destinadas a un consumo colectivo, y a la larga popular, con lo cual se origina lo que hoy conocemos como la cultura de masas y/o la cultura popular. Cultura de masas porque todo ese cúmulo de elementos de una cultura en especial son propios de las sociedades modernas, posteriores a la revolución industrial, que produce bienes y servicios en serie, consumidos de manera masiva casi siempre bajo el influjo de la acción de los medios de comunicación colectiva, que al popularizarlos los despojan de su origen aristocrático, recrean el ciclo de la producción y consumo masivos, y los constituyen propiamente como la “cultura popular”, por contraste con la “alta cultura”, o las prácticas culturales de las élites (como la ópera).

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